Una de las características más imponentes de Lucifer de Mike Carey es la extraordinaria complejidad de sus tramas; una complejidad que viene dada por un protagonismo que, más allá de la omnipresencia del personaje que da título a la serie, debe definirse como coral. Y es que el profundo desarrollo argumental, con multitud de hilos entretejiéndose y combinándose, hace necesariamente que tengamos que hablar de coprotagonistas más que de personajes secundarios.
Pero la voz cantante es Lucifer. Egoísta ontológico, rebelde, individualista, poderoso, expeditivo, carismático, temible, antiguo, cínico, filósofo, bajo cierto punto de vista honorable… así es el diablo que construye Mike Carey a partir del ángel caído que Neil Gaiman reconstruye en The Sandman #4 sólo para cortarle las alas poco después en plena Estación de Nieblas (The Sandman #21-28). En esta versión del mito, Lucifer era conocido antes de la caída como Samael, nombre al que renunció cuando se opuso a Dios para adoptar lo que en realidad es su función (Lucifer viene del latín lux –luz– y ferre –traer, portar–, es decir “portador de luz”) como medio para ser designado. Además, como sobrenombre, usa el apelativo Morningstar (Estrella de la Mañana o Lucero del Alba), y que tiene, además, relación con el planeta Venus (visible al amanecer). En cualquier caso, con esta mezcolanza de mitología hebrea, cristiana temprana y popular, Carey compone una creación soberbia que subraya, por encima de todo, la propia autoafirmación del yo para salir de un destino prefijado; la necesidad y el derecho de todo hombre de elevarse y ser uno mismo por encima de sus padres/creadores.
A nivel de capacidades, a lo largo de la serie lo vemos hacer uso de magia, recursos propios (engendrar soles), engaños o armas, pero sin duda su mayor poder es la inteligencia que le es connatural y el conocimiento que le ha dado la antigüedad. Emocionalmente es desapegado, tendente al respeto en las relaciones –más que al aprecio, – con tres notables excepciones: Elaine Belloc, a quien pone bajo su tutela, Mazikeen, su general y amante y Miguel, su hermano e igual en la Creación, y junto al que es capaz de emular (gracias al poder demiúrgico de este último) las habilidades de su Padre. Ellos, junto a Jill Presto y los Basanos, son algunos de los muchos personajes que deambulan por las páginas de Lucifer aportando magia a este cómic maldito, condenado por su pecado original antes de existir. “Ah, Vertigo salió a saquear la tumba de Sandman con otro spin-off”. Pero –esta vez- no es tan así.
Carey cuenta de Lucifer como protagonista: “Pienso que en un primer momento me sentí atraído por su figura por el hecho de que representa un extremo, y un extremo que además está muy, muy lejos de lo que es mi propia personalidad. Es el solipsista definitivo, el tipo que quemaría el mundo entero para encender su cigarrillo. No lo veo como malvado, sino como amoral. Toma sus decisiones exclusivamente acorde a sus criterios, pero casi nunca le hemos visto dañar deliberadamente a nadie y en Estación de Nieblas ya apuntaba lo poco que le interesan las almas humanas. Tampoco es particularmente cruel –a pesar de es capaz de mostrar crueldad, –sino que está tan centrado en sus propias metas y sus propias necesidades que nadie más existe para él. Es fascinante ver como se desarrolla y como afecta a la gente que se cruza en su camino. Y sin embargo, progresivamente, empecé a verlo como una figura trágica. Lo que desea es libertad, y nunca la va a poder tener… no del modo absoluto en el que la quiere. Hay un plan divino del que es parte, y no puede soltar ese lastre independientemente de lo que haga. Así pues, elegí que la línea principal de la serie fuese precisamente la búsqueda de Lucifer por escapar de la predestinación divina y convertirse en el indiscutible autor de sus propias acciones. Aunque también, por supuesto, trata de las muchas vidas de otros seres que se ven inmersos en los colosales movimientos y las maquinaciones que idea Lucifer. Por ello el tono de la serie es difícil de definir: tratamos de compaginar líneas argumentales grandes, míticas y épicas con pequeñas historias de terror a escala humana”.
A lo largo de sus 75 números (duró lo mismo que el título madre), el Lucifer de Carey nos dio -además de hermosas historias sobre personajes humanos,- aventuras místicas grandilocuentes sobre creaciones de universos sin dioses previos, opciones ante la omnipotencia de Dios, un desfile de ángeles y las distintas reacciones ante el Caído, criaturas entrañables y seres detestables, y por sobre todo, toneladas de buenas ideas, kilómetros de buenos diálogos y hectolitros de emociones creíbles y disfrutables.
Lucifer también tiene lugar para otras mitologías y religiones, cuya aparición se refleja en un incontable número de deidades, titanes, monstruos y demonios que vienen a enriquecer un desarrollo argumental que Carey estructura bajo la forma de un larguísimo poema épico o, si se prefiere la forma moderna, una saga de espada y brujería con grandes dosis de aventura. En este punto es necesario reconocer que la documentación empleada a tal efecto es abrumadora: no hay prácticamente ningún personaje mitológico que sea invención pura del autor. Así, la hueste celestial bebe más de la angeleología del Libro de Enoc, el gnosticismo y La Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine que del Antiguo Testamento y la tradición canónica hebrea; los Lilim fijan su mira en Tolkien; y la vasta galería de secundarios, oponentes y lugares nace de las fértiles mitologías nórdica (Fenrir, Loki, Naglfar, Bergelmir), africana (Abonsam), navaja (Bet Jo’ Gie), griega (Garamas y Gyges) o japonesa (Izanami, Susano, Tsuki-yomi), con contadas concesiones a la “historia” de los ángeles judeocristiana (Sandalphon).
Respecto a Lucifer y sus antiguos acólitos infernales, las referencias principales -y confesas- son muchísimo más clásicas, en tanto en cuanto son las únicas que se basan en el corpus cristiano (popular, habría que añadir): La Divina Comedia (c. 1304) de Dante Alighieri sería la primera, el Matrimonio del Cielo y el Infierno (c. 1790) de William Blake sería la segunda e, inevitablemente, el Paraíso Perdido de John Milton sería la tercera y más importante, porque obviamente, de ahí choreó mucho Neil Gaiman, y no se puede pensar este Lucifer sin el Demonio de Milton.
Carey analiza la moralidad de hacer una historia diabólica: “No tuve ningún problema religioso porque soy ateo (y el contexto judeocristiano es para mí un mito como lo pueda ser el japonés o el navajo), pero incluso si no lo fuese creo que sólo estaría cómodo con una fe embravecida por el conocimiento de uno mismo. Lucifer es el lado oscuro de la psique humana al que todos tendríamos que mirar. Sin embargo, sí me sorprende que no hayamos generado más controversia escogiendo al diablo como protagonista… aunque puede que los cómics simplemente vuelen por debajo del radar cultural de la mayoría de la gente. Por otro lado, hay una larga y honorable tradición literaria en la figura del antihéroe o incluso en la de un villano protagonista. El Ricardo III de Shakespeare, por ejemplo: es un absoluto bastardo que resulta perversamente atractivo a veces. O Shylock en El Mercader de Venecia, quien pese a su despiadada avaricia resulta más empático que los nobles que lo llevan a la bancarrota y lo humillan. De la misma manera, con Lucifer no podés aprobar lo que hace, pero sí podés ver de dónde viene el personaje y, en cierto sentido, empatizás con la posición en la que se encuentra. Él quiere ser libre… ¿quién no querría?”
Lucifer es un título de Vertigo que vale la pena explorar más allá de los buenos recuerdos de la Estación de Niebla de Gaiman, con buenos dibujantes –que no descollan pero acompañan muy bien al guión- y que encuentran en la dupla Gross-Kelly una mezcla entre naive y dark, entre simple y puntilloso, que define al ambiente de la serie y vale la pena darle una oportunidad.
Ryan Kelly explicaba el sistema de trabajo colaborativo entre los artistas: “Peter trabaja muy cerca de Mike Carey. Crea el aspecto de los nuevos personajes y ‘rompe’ el guión en una composición abocetada de las páginas a partir de las cuales se puede trabajar. Entonces, Peter las imprime agrandadas en su Epson 2200 con las líneas a color azul y en un tamaño adecuado para trabajar en una mesa de estudio. A partir de ahí, yo me encargo de ‘finalizar’ el trabajo, lo que quiere decir que uso brevemente el lápiz sobre la línea azul y después entinto. Mientras que finalizo, Peter me ayuda y entinta alguno de los motivos figurativos más importantes, así como lo que vaya viendo bien hasta que acabamos la página. Honestamente, cualquier página de Lucifer que veas puede estar en un 80% terminada por mí o en un 80% terminada por Peter. ¡Adivíname esto, Batman! Uhm, espero que no me peguen un tiro mañana por sacar a la luz secretos comerciales”.
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