Obra rara del maestro, principalmente porque casi no se editó fuera de Japón. Hay una excelente edición en EEUU, y en el resto del mundo poquísima gente la registra. Igual vamos a visitarla, porque vale la pena.

Apollo’s Song

26/01/2012

| Por Andrés Accorsi

1 comentarios


Tu vieja es puta. No, en serio. Es tan puta, que no sabés cuál de todos sus clientes puede ser tu padre. Y encima la muy puta, no sólo se revuelca con ellos mientras vos andás por ahí, sino que encima, si llegás a pispear algo de “la acción”, se enoja y te caga a escobazos. Así es como, cada vez que vez animalitos garchando, te salta la térmica y tratás de matarlos, o de torturarlos. Tarde o temprano, terminás en un neuropsiquiátrico, donde tratan de curarte con terapia de electroshock. Esto te produce una serie de alucinaciones en las que se te aparece Atena, la diosa griega, y te juzga por tus crímenes contra el amor. Te condena a vivir infinitos amores que jamás se consumarán, y en eso consitirán tu(s) vida(s) de aquí en más. Médicos que tratan de sanar tu mente, y esta que te transporta a otras realidades en las que sólo recordás que te llamás Shogo Chikaishi, y en las que –inevitablemente- pinta la onda con una minita que te vuela el cráneo y con la que va a terminar todo mal, generalmente en tragedia.

No está mal como planteo argumental para una serie. Pero el autor de Apollo´s Song no es un autor común, sino el mismísimo Osamu Tezuka, el Dios del Manga.


Apollo´s Song se publicó en Japón como Aporo no Uta, serializado en la revista Shukan Shonen Kingu. Es una obra de 1970 (justo posterior a Swallowing the Earth y justo anterior a Oda a Kirihito, ambas ya comentadas en Komikku) y marca el inicio del período más intersante de Tezuka, en el que abandona la historieta infanto-juvenil y empieza a explorar las temáticas adultas, en un hipnótico y fructífero coqueteo con el gekiga.

Al dibujo le faltan unas monedas para estar al nivel de las obras más grossas de los ´70 (MW y la citada Oda a Kirihito), pero es mucho mejor que el de Dororo, que podría ser la última obra del período “clásico”. Aún así tenemos unas cuantas secuencias memorables, de esas que se nos quedan en las retinas para siempre, por la belleza, por las ganas de arriesgar, y por el contenido erótico, no muy frecuente en las obras de Tezuka. La escena que desemboca en el garche en la isla desierta, por ejemplo, tiene una fuerza impresionante. La persecución alrededor del lago, en la que la maratonista le escapa a un Shogo alzado como primer nieto, también te pone los pelos de punta. Y esa secuencia en la que Tezuka explica la diferencia entre los sexos, con gráficos que ilustran el proceso de creación de los espermatozoides en los genitales masculinos y cómo estos son expulsados hacia el óvulo una vez que el varón eyacula, desafía cualquier análisis que intentemos desde acá.


Decíamos que el planteo de armar la serie en base a historias de amor frustradas que transcurren en la mente enferma de Shogo era, claramente, un gran planteo. Sobre todo porque le permite al manga no kamisama mechar historias con ambientaciones muy distintas, de la Segunda Guerra Mundial al año 2030, y jugar con los tópicos de esos géneros (bélico o ciencia-ficción), que son más divertidos que los del comic romántico. Pero Tezuka va más allá. Para la mitad de la saga, Shogo se escapa del hospital, pasa a la clandestinidad, confronta a su madre (la muy puta lo tuvo tan joven, que todavía está buena y rodeada de prósperos clientes), y se enrosca en una historia de amor de verdad, de carne y hueso, que no es fruto de la hipnosis, ni del electroshock, sino de la onda que pega con una chica algo mayor que él, llamada Hiromi. Perseguido por la ley, Shogo cae por un acantilado, y delira durante días, en los que su mente vive otra historia de amor desafortunada. El final es explosivo y redondísimo: Shogo encontró el amor en el mundo real y la profecía de Atena está a punto de volver a cumplirse.


A años luz del mundo idílico y meloso del shojo (que en 1970 casi no existía), Tezuka propone una saga en la que el tema central es el amor, pero en la que juegan tantos elementos shockeantes, que no te aburrís nunca en las más de 540 páginas que tiene Apollo´s Song. Hay machaca, persecuciones, violaciones, explosiones, runfla política, ecología, psiquiatría, robótica, mitología y hasta deportes. Lo podés leer como un thriller psicológico, o como un cóctel pasado de rosca entre todo lo anterior. Apollo´s Song es un manga que le hubiera gustado escibir a Philip K. Dick, una verdadera cinta de Moebius que entrelaza pasado, presente, futuro, alucinaciones y realidad, de un modo cautivante aunque bastante crudo, áspero, perturbador.

La verdad es que, como canto al amor es jodido de digerir, por la sobredosis de violencia. Sólo el tramo en el que Shogo se sueña a sí mismo como un soldado nazi es tan tremendo, tan salvaje, que casi no importa que Tezuka esté echando mano al holocausto para darle un contexto atrapante a la historia. Y sin embargo, lo que el autor quiere transmitir en ese segmento es eso: el poder del amor, que sobrepasa las razas, las etnias y los bandos enfrentados en una guerra fuera de control. Ahí, en la bajada de línea, es donde Tezuka no logra buenos resultados, porque todo es tan dark, tan zarpado y tan extremo, que el impacto de tanta atrocidad junta le gana por goleada al mensaje, por positivo que sea. Olvidate del humanismo de Buddha, o de Fénix. Olvidate también de los chistes. Esto es un manga de amor, pero con pésima leche y una sensación de pesimismo que te caga a trompadas en el alma. Una experiencia brava, pero enriquecedora, especialmente recomendada para los lectores que buscan material adulto, jugado, por afuera del “más de lo mismo”.

Compartir:

Etiquetas:

Dejanos tus comentarios:

Un comentario