Hoy visitamos otras dos antologías de autor en las que Beto Hernandez y Michael Kupperman hacen gala de la más absoluta libertad.

Blubber + Tales Designed To Thrizzle 

02/08/2023

| Por Gonzalo Ruiz

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Última tanda de antologías breves pero memorables agrupadas. Capaz a primera vista no parecen tener nada en común, pero hay un hilo invisible que las une más allá de la editorial que las publica (Fantagraphics, por supuesto) y es el delirio, lo random. Vamos a ver qué hay hoy.

Hay un nombre que, por la naturaleza de la curaduría que elegí para esta saga de notas, quedó afuera de la selección original con su antología mitológica, aquella que le abrió la puerta a la gran mayoría de los nombres que vimos pasar. Pero por suerte para sus fanáticos, Gilbert Hernández, a diferencia de su hermano Jaime, no tuvo muchas ganas de quedarse anclado únicamente en Love & Rockets.

A esta altura del partido no hay que hablar mucho de estas estrellas del under, nacidas en Oxnard, California (Gilbert o Beto, nació en el ´57) que, bancados por una madre fanática de las historietas y el hermano mayor Mario, iniciaron una revolución fanzinera con Love & Rockets. Una revolución que, 40 años después, sigue vigente. Entre las varias idas y venidas que tuvo la serie, Beto eligió ser prolífico y hacer miniseries, colaboraciones en títulos mainstream, expandir el universo de Palomar con muchísimos spin-offs. Y gracias a su estilo de dibujo, más adusto y menos prolijo que el de su hermano, pudo generar esta explosión de material que por supuesto recaló en una antología.

Blubber tuvo cinco números que comenzaron a salir en 2015 (en 2022 se recopilaron en un libro), y en 2021 salió -tras un largo paréntesis- el nº6. Todo el proyecto es una bizarreada absoluta sin pies ni cabeza. Podemos definirlo como un regreso a la historieta pornográfica después de Birdland… pero mientras que ahí metía a los personajes de Palomar en una historia un toque fumada, acá tenemos un bestiario de criaturas imaginarias cuyo punto en común es el sexo. Ni en XVideos vas a ver tantas chupadas de pija o penetraciones como en estas revistas donde Beto busca divertirse con diseños surrealistas y formas ingeniosas para graficar la chanchada. Y encima, a partir del segundo número, comienzan a figurar seres humanos y, por supuesto, casi todas las historias viran hacia una zoofilia alienígena. También tenemos combates de catch y diversos personajes que van y vienen todo el tiempo, como una actriz porno que no tiene drama en encamarse con lo que venga, o una heroína también lookeada de una forma xxx. 

Si hay algo que caracteriza a Beto justamente es su forma desprejuiciada de retratar el sexo, algo que perfila desde su saga de Palomar, pero acá la cosa es más desbocada, salvaje, una cosa de coger porque sí, sin ningún tipo de tapujos, algo que siempre buscó desde Birdland, e incluso en una novela gráfica con historias bíblicas, Garden of the Flesh, donde también todo pasa por el garche. En comparación, Blubber es una curiosidad divertida, más para el fan completista de Beto que para alguien que busca descubrir a este ídolo.

De California nos vamos a Nueva York, a la casa de Michael Kupperman, también conocido bajo el pseudónimo P. Revess. Nacido en el ´62, hijo de profesores y fanático de los ilustradores de diarios, comenzó así su deseo por hacer tiras diarias. Así llegó al New Yorker, el LA Weekly, así como también a la Heavy Metal o la Zero Zero de Fantagraphics, además de ser parte de la troupe indie que participó en la antología Strange Tales de Marvel (donde Beto Hernández también participó, junto a su hermano Jaime). En todo ese tiempo, creó una infinidad de personajes loquísimos y delirantes como Snake n’ Bacon, que llegó a tener un puñado de animaciones para Adult Swim. Todas estas creaciones fueron a parar, por supuesto, a una antología.

Tales Designed to Thrizzle son, de momento, ocho números (Kupperman trabaja ahora a través de Patreon) enfermizos, actualmente recopilados en dos hardcovers y también en formato digital a través de Comixology. En toda la serie repite un chiste: la revista está dividida en tres partes, una para adultos, una para chicos y otra para viejos. No hace falta aclararlo, esa división no afecta un carajo a las historias, que tampoco podemos considerarlas así. Al igual que la antología que visitamos el mes pasado, Naked Brain, acá Kupperman tira chistes que duran una o dos páginas, aunque claro, todo está repleto de personajes (y situaciones) recurrentes. 

Michael está tan limado que diseña publicidad ad-hoc con el mismo estilo de las que aparecían en las revistas de la Silver Age (esas donde te vendían anteojos de rayos-X) que, además de ser puramente en joda, ¡también se convertían en algo recurrente! Ahí aparece un Citobor, un robotito que figura en algunos chistes, sobre todo los segmentados para chicos. Ese nivel de delirio lo llevó a ganar un premio Eisner por la historia “Moon 1969: The True Story of the 1969 Moon Launch», publicada en el, de momento, último número de la serie. Para él, el humor es lo más importante, sobre todo aquel que no llega a ningún lado, solo es un remate. 

A Kupperman lo mueve, ante todo, el surrealismo. Para él, Marcel Duchamp es una influencia tan importante como lo es Raymond Pettibon (el artista plástico encargado de todas las tapas y flyers de la banda hardcore Black Flag), el escultor francés Robert Combas o la movida del pop-art sesentero, o el Tintín de Hergé. Su dibujo tiene una breve relación con la línea clara francobelga, quizás tirada de los pelos, pero algo se deja entrever en ese estilo dinámico, de una ductilidad plástica notoria, sin ser el suyo un dibujo rígido incluso cuando la acción no es lo más importante que ocurre. 

Dos antologías extrañísimas a cargo de dos dibujantes excepcionales cuyo afán por contar pelotudeces sin sentido, sólo por el placer de hacerlo, hacen de la historieta un medio de narración más que especial. Un lugar donde se puede ser surrealista porque sí. 

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