A veces la vida te da cosas hermosas. Y a veces te las cobra carísimo. Yo soy un privilegiado: a los 12 años leía y veneraba con pasión a Solano López,
Horacio Altuna, Juan Zanotto y Carlos Trillo. A los 32, comía facturas o milanesas en la casa de Solano López, Horacio Altuna, Juan Zanotto o Carlos Trillo.
Poder hacerte amigo de tus ídolos es maravilloso. Pero es un arma de doble filo: cuando uno de ellos se va, te deja un dolor indescriptible. Se va el
grande de la historieta, el que te hizo pasar (a vos y a millones de lectores más) momentos inolvidables, en los que te fascinó con sus relatos dibujados…
pero también se va tu amigo, el que compartió con vos charlas, asados, viajes, bromas, alegrías y tristezas. Ese dolor indescriptible, horrible, que hace
que se me complique incluso apretar las teclitas del teclado, no es nuevo. Debutó cuando murió Zanotto en 2005 y volvió por partida doble en 2008 cuando
se nos fueron Dani the O y Carlos Meglia. Hoy volvió recargado, afilado, más tremendo que nunca.
Carlos Trillo fue, para todos sus amigos (que éramos muchísimos), un tipo absolutamente fundamental, central, un pilar, más que un totem. Carlos tenía la
edad de mis viejos, pero me trataba a mí (y a los otros amigos de la edad de sus hijos) como pares, de igual a igual, sin hacer pesar jamás la infinita chapa
que le daban, además de los años, la fama internacional y el talento descomunal. Carlos era pura generosidad: las puertas de su estudio siempre estaban abiertas
para quien quisiera compartir una tarde de libros, historietas, Coca (Zero) y alfajores. Las charlas solían arrancar por el lado del comic, su fauna y su mercado,
pero podían derivar fácilmente hacia la literatura, el cine, la sociedad o la política. El futbol no, no le interesaba en absoluto. En todas esas charlas, Carlos
enseñaba (a veces sin darse cuenta) y uno aprendía. Cualquiera que haya presenciado alguna de las charlas, talleres, o conferencias que brindaba en eventos y
convenciones sabe que estoy hablando de un tipo de enorme lucidez, ameno, dinámico, al que le encantaba comunicar.
Había estudiado Derecho, pero abandonó cuando le faltaban unas pocas materias. Pronto encontró trabajo como creativo publicitario, una profesión que dejó cuando
promediaban los años ’80 y en la que brilló de la mano de colaboradores como Martín García, Guillermo Saccomanno y Alejandro Dolina. Pero ya desde los ’60,
Trillo coqueteó con el guión de historietas, al principio en una editorial muy chiquita, más tarde escribió cuentos para la revista Patoruzú y ya en el ’67
escribía comics para las revistas de García Ferré: el semanario Anteojito y el mensuario Antifaz, más orientado a la historieta.
Para mediados de los ’70, Trillo ya era un verdadero guionista de historietas, que trabajaba nada menos que con Alberto Breccia y Horacio Altuna. Después se sumaron
a la lista Enrique Breccia, Ernesto García Seijas, Tabaré y muchísimos más, hasta llegar a nuestra década con un elenco de dibujantes increíble, en el que brillan
Jordi Bernet, Cacho Mandrafina, Lucas Varela, Pablo Túnica y Eduardo Risso. En el medio, Trillo trabajó con casi todas las luminarias de la historieta nacional y
también con próceres de otras latitudes, como Fernando Fernández o Roberto Dal Pra. Por si le faltara algo, co-escribió dos textos de difusión de la historieta y el
humor gráfico, uno junto a Saccomanno y el otro junto al gran Alberto Bróccoli.
¿Qué lo distinguía a Carlos de otros grandes guionistas, como Robin Wood, o Ricardo Barreiro? Yo creo que la pasión por la historieta. Carlos era uno de los pocos
autores consagrados que seguía leyendo (además de mucha literatura, ensayos, investigación periodística, etc.) mucha historieta. Solíamos ir a comprar comics, varios
de sus amigos le recomendábamos autores, le prestábamos material… y él hacía lo mismo con nosotros! De cada uno de sus viajes por el mundo, traía alguna revista o
álbum con autores que no conocíamos y nos señalaba los que a él le parecían mejores, para que tratáramos de conseguir otros trabajos de ellos. La mesa de su estudio
siempre estaba repleta de historietas, y no precisamente de las que escribía él.
Y su otro rasgo más notable debe haber sido la versatilidad. Trillo escribía desde hace muchos años una historieta para la revista Jardín de Genios, apuntada a los
chiquitos que todavía no leen. Y al mismo tiempo hacía historieta porno pasada de rosca para revistas europeas! En el medio, buenas historietas para chicos, aventuras
para adolescentes y relatos más jugados para los lectores adultos. No había género ni registro que lo intimidara. Ni siquiera el de los superhéroes, como demostró con
Cybersix, su memorable incursión en ese campo.
Otra particularidad de Trillo era su facilidad para crear buenos personajes femeninos, sin duda el rubro en el que superó holgadamente a su maestro, Héctor Oesterheld,
en cuyas historietas las mujeres jamás tienen onda, ni protagonismo, ni nada. Trillo, en cambio, te bombardeaba con series en las que las mujeres tenían la manija: Clara
de Noche, Cybersix, Fulú, Sick Bird, Sasha Despierta, Custer, Bolita, Basura, La Marque du Peché, Borderline… y por supuesto en las demás suelen aparecer personajes
femeninos relevantes, creíbles y bien trabajados, empezando por las inolvidables minas del Loco Chávez.
Falta muchísimo, creo yo, para que nos terminemos de dar cuenta de la gravedad de la pérdida que acabamos de sufrir. Trillo era enorme en muchos sentidos y la marca que
deja en este medio sólo se compara a la que dejaría la luna si impactara contra la tierra. Prolífico, prestigioso, exitoso, Trillo se las ingenió (como Moebius, o David
Bowie) para ser vanguardia 40 años ininterrumpidos. Fue historiador, fue editor, recorrió el mundo representando a la historieta argentina, supo hacernos reir, pensar,
hacer memoria, nos emocionó, bajó línea en épocas en las que bajar línea podía costarte la vida, abrió caminos, abrió cabezas, enseñó, mutó, evolucionó, se reinventó y
siempre, absolutamente siempre, convirtió esa inigualable experiencia en sabios consejos que regaló a quienes se le acercaron en busca de una brújula, ya sea en la profesión
o en la vida.
Carlos falleció en Londres, cuando para nosotros era la noche del 8 de Mayo, pero para los ingleses era la madrugada del 9. Hacía muy poquito había soplado las 68 velitas.
Estaba de viaje junto a su mujer, la escritora Ema Wolf, con quien tuvo dos hijos. Se descompuso, lo llevaron a un hospital, y ahí quiso la fatalidad que llegara a su fin
esta leyenda. Todavía no se sabe cuándo llegarán sus restos a la ciudad de Buenos Aires, que lo vio nacer un 1º de mayo de 1943.
Tampoco se sabe cuántos años tardaremos en recuperarnos de este golpe, cuántos homenajes habrá que organizar para hacer honor al gigantesco legado, a la infinita chapa, al
incomparable talento de ese maestro, ese genio, ese amigo que ya no está y al que tantos le debemos tanto. Empezamos por esta nota, muy humilde, pero escrita desde el corazón.
Un millón de gracias, Carlos. Por todo. Y hasta siempre.
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