Creo que fue en 1999 cuando conocí a Cels Piñol. En realidad no lo conocí, simplemente lo escuché atentamente cuando dio dos charlas en Fantabaires (EL Fantabaires, al menos en lo que a mí respecta)....

Cels

23/06/2010

| Por Martín Fernández Cruz

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Creo que fue en 1999 cuando conocí a Cels Piñol. En realidad no lo conocí, simplemente lo escuché atentamente cuando dio dos charlas en Fantabaires
(EL Fantabaires, al menos en lo que a mí respecta). A Piñol lo tenía visto por las tiras que acompañaban a la edición de Wolverine de Forum, y cuando
las aventuras de Logan comenzaron a ponerse un poco aburridas, saber que Cels venía en la última página era un incentivo enorme. Ya no importaba si al
canadiense le devolvían o no el dichoso adamantium, o si Logan viajaba por enésima vez a Japón a ajustarle cuentas a los nipones por alguna vieja deuda
de honor; simplemente lo que importaba era verme (o vernos a nosotros, los comiqueros) tras la lupa de Cels. En ese Fantabaires hubo varios invitados
jugosos: Waid, Baker y Peter David entre otros llenaron las salas con fans que aplaudíamos con sincero entusiasmo cada una de las ideas que proponían
estos autores. Y entre tanta figurita, Cels dio dos charlas, la primera de ellas un domingo. Entré a escucharlo, y fue por lejos el mejor momento de la
convención. Piñol contó sobre su ingreso a Forum (sobre el concurso que perdió, y cómo cuando mandó a reclamar los originales que había enviado se enteró
que los narigones decoraban la editorial, y el paso de lector a miembro de la editorial), sus comienzos profesionales y sus hábitos comiqueros. La charla
fue sencilla, él tenía una onda con la que se enganchó todo el público rápidamente y pronto estábamos relajados y en confianza, sintiendo que escuchábamos
a un amigo más que a un autor que daba una charla. Esa falta de, cómo decirlo….esa falta de “etiqueta” hizo que la conferencia sea por lejos la más jugosa
del evento.


Y Cels, de repente, fue una de las primeras personas que me demostró lo que no me había detenido a pensar nunca y que tarde o temprano iba a
preguntarme: ¿voy a poder vivir haciendo lo que me gusta? ¿Puedo escapar a un laburo gris de oficina y divertirme con mi trabajo? Cels demostró que sí. Cels
demostró que no solo una pasión hay que transformarla en el eje de tu vida, sino que también hay que compartirla, hay que convertirla en tu trabajo y en tu
medio. Porque cada gota de cultura comiquera y/o fantástica que inunda tu día a día, que es tema de debate cuando estás con amigos y de placer cuando lees
esa historieta o mirás esa película -que puede fanatizarte al punto de pensar tu vida en esos términos- bien puede ser una vocación laboral. En ese punto,
Piñol se conecta con otro colega de su generación que también le demostró al fandom que se puede transformar una obsesión en un trabajo: Simon Pegg. Ver Spaced
es leer Fan con Nata. Es el grupo de amigos que tiene un hobby y lo comparte, se lo hace descubrir a sus colegas y novias, y sobre esos cimientos construye su
realidad. Porque los comiqueros hacemos eso: perfeccionamos nuestra realidad a través de la lectura. El mérito de Cels está en habernos enseñado que esa realidad,
que a veces puede ser un simple hobby de a uno, se puede expandir a todos los ámbitos de la vida.

Crecer

No voy a centrarme en las historietas de Fanhunter, sino en las tiras: Fan con Nata y Fan Letal. Sus historias ficticias siempre me parecieron menos interesantes que
las tiras. Porque, según creo, es en las tiras dónde se encuentra el verdadero autor, el tipo que sufre pero que también se apasiona. Leer esas tiras es como ver
Gilmore Girls, donde las referencias van de un minuto a otro de Spinal Tap a Hornby, despertando la curiosidad y exigiéndole al lector atención constante.

Con Cels pasé buena parte de mi adolescencia. Y en esas tiras, como todos los lectores, me encontré miles de veces. Pero hubo un chiste que significó un crack, que me
hizo dar cuenta que los años pasan y que uno arrastra su amor por las historietas tenga la edad que tenga. En ese chiste de Fan con Nata, Cels arrancaba diciendo:
“Los fans también crecen, y puede llegar el momento en que decidan irse de casa…el transporte de material comiquero al nuevo piso puede ser conflictivo”. La tira
presentaba a un lector que sostenía una caja de comics mientras un vecino insoportable le hablaba trivialidades hasta que el protagonista, podrido de escucharlo, le
ponía la caja por la cabeza y pensaba que “Luke Cage hubiera hecho lo mismo, pero con un container”. Esa tira resumía exactamente esa idea de cambio, de crecimiento
y de un hobby que no solo no se perdía, sino que también implicaba una serie de dificultades que, vistas desde ese lugar, eran de pura comedia. Hay otra serie de chistes
que tienen que ver con una idea de crecimiento y cómo se combina con los comics, y son los chistes de las novias. En esa época, las novias ocupan un lugar inevitable:
son mujeres, nos interesan por obvias razones, pero a la vez son el enemigo: nos cuestionan nuestros gustos y hasta afectan nuestra economía; porque esto es sabido,
cuando estamos en pareja tenemos menos plata para Brubaker y más para cenas, menos tp´s y más salidas. Lo hacemos con gusto –obvio-, pero es inevitable a veces lamentar
el no poder comprar ese hardcover que nos quita el sueño.


Pero lo más destacable es cómo Piñol elude el machismo cuadrado para retratar a las mujeres con cariño (incluso,
a veces pareciera que se apiada de la pobre chica que decida compartir un tramo de su vida con un tipo que se entusiasma más con Ororo que con Sasha Grey). Volviendo a la
charla de Fantabaires, el autor creo que contó una anécdota sobre su casamiento y cómo estuvo trabajando hasta último momento, y que su idea de boda ideal era llegar a
caballo, tipo Blueberry. Y ahí no solo nos hizo pensar a varios sobre nuestros casamientos, sino también sobre lo importante que es disfrutar con el trabajo y encontrar
alguien que comparta ese amor por el trabajo.

Luego de ese Fantabaires, y cuando Forum discontinuó la publicación de Marvel en Argentina, a Cels le perdí el rastro. Por esos años terminé la secundaria y, como a muchos
amigos a los que sabía no volvería a ver, Piñol se sumó a esa lista de personas que uno extraña y cada tanto se pregunta cómo andarán, qué habrá sido de sus vidas. Hace un
tiempo, lo reencontré en la web de zonanegativa. Tenía una hija, seguía casado y, lo más conmovedor, tenía el mismo espíritu que hacía 10 años en Fantabaires.

Hoy, los chistes con su hija son por lejos los mejores, y representan una continuación directa de esa adolescencia como lector, que ahora es una paternidad como lector. Y
los que somos algunos años más chicos, nos damos cuenta que es seguro que si nuestra hija no prefiere a a John McClane en vez de a un músico modernoso, vamos a estar, como
mínimo, confundidos.

Final

Cels Piñol creció en edad y creció como autor, su mundo cambió y sus trabajos cambiaron. Como Bob Dylan, no tiene que ver con ser mejor o peor que antes, sino simplemente con
que las inquietudes no son las mismas, y cada etapa tiene sus altos y sus bajos, pero siempre son interesantes. Se prueban ingredientes distintos, porque la mirada no es la misma.
Y esa mirada en Piñol siempre es disfrutable, porque Cels, quizás sin propónerselo, es uno de los analistas más importantes que tiene el medio. No desde el lugar de Scott McCloud
– que estudia la historieta de forma más dura -, sino desde otro ángulo: el de los lectores. El objeto de estudio para el español somos nosotros, los que como él, tenemos una
micro-realidad que es atravesada por una pasión única e incomparable, en la que combinamos nuestras rutinas con super-héroes. Probablemente, Piñol sea nuestro sociólogo, el que
le grita al mundo el verdadero significado de ser un fan.

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