Pasé meses convencido de que la película animada de Boogie sería una bosta inmunda y unas cuantas semanas convencido de que sería gloriosa. En un intento por ponerme de acuerdo conmigo mismo (algo jodido y poco frecuente), opté por la fácil: ir a ver la película.

Con Boogie no se jode

31/10/2009

| Por Andrés Accorsi

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Pasé meses convencido de que la película animada de Boogie sería una bosta inmunda y unas cuantas semanas convencido de que sería gloriosa. En un intento por ponerme de acuerdo conmigo mismo (algo jodido y poco frecuente), opté por la fácil: ir a ver la película.

La verdad es que me gustó. No es la Gloria, no es perfecta, pero está muy bien. Tiene un problema fundamental: Boogie, el Aceitoso. A ver: la gracia de Boogie reside en que es un personaje ya no unidimensional, sino monolítico. Nada lo afecta, nada lo altera, o –como él mismo lo explica- todo lo humano le es ajeno. Esto es maravilloso para contar historietas cortas, o chistes largos, que es lo que hizo el Negro Fontanarrosa durante más de 25 años con el personaje. Pero puestos a bancar un relato largo, de 90 minutos, hace falta un conflicto grosso, algo que sacuda al personaje, que de alguna manera lo ponga en crisis. La peli hace eso… y al hacerlo traiciona el espíritu de Boogie.

Hasta ahí nomás. No crean que al final Boogie se redime y se convierte en Ned Flanders. Para nada. Y además, los guionistas se las rebuscan para salpicar la “trama principal” con un montón de secuencias breves que adaptan literalmente las historietas de Fontanarrosa y en las que Boogie es tan implacablemente hijo de puta como uno espera que sea.

Tal vez el principal hallazgo del largometraje sea ese: no intentar ni por un segundo edulcorar o suavizar la mala leche del comic. Prepárense para una sobredosis de cinismo y humor negro, y para ver cómo Boogie mata, mutila y golpea a ancianos, adultos y niños de ambos sexos. Creo que nunca vi un baño de sangre parecido en ninguna otra peli animada. Además -y como sucediera en el film de Sin City- al dotarla de sonido y movimiento, la violencia cobra un impacto mucho mayor.


Otro punto a favor es el sonido: los tiros, los autos, la música, todo suena como tiene que sonar, algo infrecuente en las películas argentinas de animación. Las voces de Pablo Echarri, Nancy Dupláa y el resto del elenco también están impecables.

La animación muestra una gama de recursos amplísima y combinados de modo criterioso: hay 2-D, 3-D, fotos y hasta flashbacks de Vietnam realizados con recortes de dibujos de Fontanarrosa, lo cual resulta tan original como impactante. El diseño de personajes es un poco más desparejo: algunos parecen milimétricamente tomados de las historietas del Negro y otros (el capo mafioso Sonny Calabria, por ejemplo) desentonan bastante con la estética fontanarrosesca. Una estética a la que hacía falta dejar de lado sólo para presentar a las chicas lindas (hay dos), algo que Fontanarrosa no dibujó jamás en sus 40 años de carrera.

Entre tanta estridencia visual y auditiva, la “trama principal” trata de sostenerse no sin esfuerzo hasta el final del metraje y, mal que mal, se la aguanta. Por momentos se empantana un poco, y por supuesto, cuando Boogie siente culpa por algo que hace, uno se quiere levantar del cine e irse a la mierda, al grito de “Es Boogie, pelotudos! Boogie no tiene reparos en cagar a NADIE!”… pero bueno, te quedás por curiosidad, para ver cómo termina, y termina muy arriba, con un par de secuencias muy pulenta.


A nivel recaudación la película seguramente será un fracaso. Es para mayores de 13 y apunta a un público que a) tiene estómago para soportar escenas de torturas, fusilamientos, desmembramientos y masacres, y b) entiende los mecanismos del humor negro y malalechístico. O sea, está en el horno, pero por los motivos correctos.

Para rematarla, Boogie el Aceitoso es una película más que decente, que se caga apenas lo indispensable en la magistral creación del Negro Fontanarrosa. Y si pensamos que la produjo la misma compañía que nos infligió abortos talidómicos como Isidoro, Patoruzito y Valentina, es para aplaudirla de pie.

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