Corre el año 1959 y la editorial Maga lanza otra copia de El Zorro, esta vez con el nombre Don Z. Todo está aquí: el alter ego rico, vago y despreocupado (Diego Velasco), el gobernador que oprime a la gente de California (Pancho Guerrero) al que el héroe enmascarado combate con desparpajo, ironía y su espada, la trama ligera casi de comedia de enredos (no por nada el guionista es Federico Amorós, el de El Jinete Fantasma, del que hablamos un par de capítulos antes). Para variar, la novia del héroe sabe de su identidad secreta y lo ayuda, junto con su criado. En los dibujos está Alfonso Sanchis (quien firma como Serchio) un joven talento de esos años con un grafismo muy suelto y sólido. La serie va a ser otro golazo para Maga, que publicará 90 cuadernos semanales de aventuras –hasta 1961-, además de un almanaque y una segunda edición en 1964 (que solo tendrá siete números, reediciones de la original).
En 1962, Bruguera va a darnos un héroe, no enmascarado, pero si disfrazado, que además es un canto a la incorrección política: El Teniente Negro. La premisa… bueno, estamos en la Guerra Civil yanki y en las tropas del Norte hay un héroe casi de leyenda: el Teniente Negro. Que es un teniente de color que causa estragos en el sur. El problema es que en la vida real, es un aristócrata incompetente… y blanco. Y se “disfraza” poniéndose betún en la cara. Y todo el mundo cree que es afroamericano. Pensalo dos segundos y le entras a la cancelación en un santiamén. Por cierto, la serie, que empieza más o menos realista, rápidamente va a derivar a peleas con el Ku Klux Klan (que acá son mucho más secta mística que en la vida real), trampas con escorpiones mortales, bandadas de buitres que arrojan molotovs desde el aire, estanques con cocodrilos (el Teniente Negro no se despinta cuando está bajo el agua, parece que se pinta con tinta indeleble) y un castillo en medio del desierto yanki con gorila asesino y dueño deforme y monstruoso incluido. La serie duró 30 números, escrita por Silver Kane (seudónimo de Francisco Gonzalez Ledesma, uno de los más prolíficos y reconocidos escritores de las novelas de bolsillo que Bruguera publicaba como salchichas durante esos años) y dibujada por Jorge Grau, en un estilo que apunta a imitar a lo que Ambrós hacía en esos años con el gran hit de la historieta de aventuras de Bruguera en esos años: el Capitán Trueno. NO esperen una remake pronto.
Ya para mediados de la década de 1960, las historias de vaqueros (con o sin máscara) empezaban a perder el impulso que tenían anteriormente. Por eso asombra que en 1965, Maga retome el concepto con El Californiano. Lo de siempre: gobernador abusivo, joven aristócrata que vuelve de España y se hace pasar por un cobarde (para desesperación, en este caso de su abuelo), identidad secreta con máscara (y que usa el látigo y las pistolas como armas), etc. Todo ya lo viste. Dibujada eficazmente por Sánchez Avia y Armando Sánchez, la serie dura 22 capítulos, para terminar en 1966, ya en las postrimerías del cuaderno de aventuras.
Entrada la década del ´70, si aparecía algún western en el comic, las historias iban para un lado completamente distinto, más cercano al spaghetti western cinematográfico o a cosas como el Teniente Blueberry. Los héroes enmascarados en el Oeste no garpaban. Así que fue una sorpresa cuando la editorial Ursus –que se había creado para quedarse con los fondos de la editorial Toray, una de las principales competidoras de Bruguera por muchos años en España, que quebró a principios de esta década– sacó en 1976 El Halcón Negro, un western protagonizado por un héroe enmascarado llamado… bueno, no sabemos si El Halcón Negro o Zorro, el Justiciero, porque en cada aventura, lo llaman de una u otra manera. Lo que sí sabemos es su nombre en la vida civil: Ted Ariston. Las aventuras no son nada del otro mundo –de hecho, bastante soporíferas- y para colmo están dibujadas por dibujantes anónimos y mediocres. Eso sí, las portadas (firmadas por P. Franco) son bastante interesantes. La revista solo duró 12 números y nadie la recuerda, merecidamente.
De esta manera medio ignominiosa, los cowboys enmascarados, subgénero tan prolífico en la Madre Patria, gracias sobre todo (pero no únicamente como vimos) por El Coyote, terminó su andadura (si no contamos las reimpresiones nostálgicas de algunos títulos a posteriori).
Pero los cowboys enmascarados no solo fueron un éxito en España, sino que en Hispanoamérica tuvieron su propia proliferación de vaqueros (y sus primos locales, los charros y gauchos) enmascarados. De ellos nos vamos a dedicar a partir de la próxima entrega.
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