Era de esperar que, tanto por cercanía geográfica como cultural (vamos, que hasta 1848, gran parte del Lejano Oeste era suyo), Mexico tuviera su propia versión del cowboy: el charro. Y, como en la cultura popular la imitación de arquetipos exitosos es regla de oro, no iban a faltar –y no solo en la historieta- charros justicieros enmascarados. De hecho existe la leyenda del Charro Negro, un jinete enmascarado que es o bien el Diablo o es alguien a quien el Diablo empodera. Hagamos un recorrido rápido por algunos de los personajes del subgénero que nos dejó la historieta mexicana.
En Marzo de 1939 tenemos la aparición dentro de la editorial Juventud de “El Charro Misterioso”… que curiosamente no es conocido con ese nombre sino con el de “el Alacrán”. Carlos es el hijo rico y cobarde de un hacendado (no sé si a estas altura les suena…) que, a la hora de hacer justicia en el campo local se pone una máscara y resuelve entuertos, que con el tiempo lo llevan a lugares cada vez más raros: se enfrentará a cuasi-super villanos como el Hombre Invisible y la Sombra, viajará en el tiempo hasta la Tenochtitlán azteca y cosas así. Al año, la serie cambiará su nombre por “el Alacrán”. Escrita y dibujada por Alfonso Tirado, tras dos años de aventuras semanales, la serie termina cuando nuestro héroe decide casarse con su novia, otra cosa efectivamente poco común en estas historias.
En 1942, el dibujante Amán Corlo presenta a Ráfaga (dejen el chistecito cumbianchero afuera, por favor…), un héroe enmascarado tan misterioso que NADIE conoce su identidad secreta. El tipo deja carteles pegados en los pueblos avisando que va a andar por ahí y quien necesite ayuda que lo contacte. Bueno, esto era antes de las redes sociales… Sin embargo, funciona.
Para 1947 aparece, de la mano de José G. Cruz –el mismo que más tarde será el responsable del larguísimo hibrido entre historieta y fotonovela de las aventuras del luchador Santo el Enmascarado de Plata- en dibujos y varios guionistas, Espuelas de Oro. La novedad aquí es que Espuelas es el líder de una banda justiciera que protege al débil en el México rural, mientras su verdadera identidad es la del minero Anselmo, enamorado de María Rosa… que no le da bola porque está enamorada de su alter ego. Muy Lois Lane todo. Tras muchas aventuras, al final Espuelas de Oro muere en una aventura y sus amigos deciden enterrarlo en secreto sin revelar su identidad. Por cierto, en 1948 el personaje tuvo una película dirigida por Agustín P. Delgado.
No podía faltar que México hiciera su propia versión de El Zorro, hecha entre 1950 y 1953 por Raúl Alva. Eso sí, en una versión muuuuy libre: si bien las historias transcurren en la California española como en la original, el personaje tiene de compañero a un tipo forzudo llamado Fabián, y de mentor a Fray Felipe, que es el que hace obras de caridad con el dinero que consigue el Zorro. Además cada dos por tres este Zorro anda con el torso desnudo mostrando la musculatura (sin dejar el antifaz, aclaremos) y en las historias pueden aparecer brujas, gigantes, esclavos enloquecidos con el cuerpo deformado por la tortura y lindezas de ese estilo. Sospecharía que esta versión TAMPOCO es legal…
Sabemos que en un numero de 1955, en las páginas de la revista de inspiración católica Chiquitín tuvo una aventura (no sabemos si alguna mas) El Gavilán. Escrita y dibujada por D. Zille. Lo interesante es que – a diferencia de los anteriores- este personaje no es un charro, sino que es otro clon descarado del Lone Ranger, tal vez lo único que lo diferencie de sus colegas aztecas.
Para 1959 aparece El Charrito de Oro, otra serie que mezcla la historieta y la fotonovela (protagonistas fotografiados sobre fondos dibujados, algo común en el México de esos años). El Charrito, su amigo Bizbirindo, su caballo Rayito y su águila Tona protegen el pueblo de San Blas en el México post-revolución mexicana. El héroe usa un traje todo amarillo. Lo interesante es que, con el paso del tiempo vemos crecer a los personajes. Y será un éxito que hará que la serie se reinicie para 1973, con más historias.
En 1960 aparecerá Látigo Negro, otra variante de El Zorro, con Julián Ramírez, un ranchero de Tamaulipas que usa esta identidad secreta para enfrentarse a los criminales que asedian su rancho. Julián viste todo de negro con un antifaz y usa como arma principal un látigo (en un arrebato de originalidad, por supuesto). Está enamorado de Rosita, que no le da bola porque (elija la opción):
A – Está enamorada del Látigo Negro
B – Está enamorada del Látigo Negro o
C – Está enamorada del Látigo Negro.
Por cierto, el cacique apache Gerónimo y su tribu son protegidos de manera recurrente por el Látigo Negro, algo poco común en este tipo de historias. Durante los primeros 53 números, Látigo Negro es una historieta. Pero, tras la aparición del primer largometraje protagonizado por el personaje –habrá tres- la serie se convierte en una fotonovela.
Finalmente en 1973, José G. Cruz creará un nuevo charro enmascarado: el Ciclón Jalisco, cuya identidad secreta es el multimillonario Bruno Díaz… Perdón, el multimillonario Bruno Garrido, dotado de una destreza sobrehumana, que vive en su mansión solo , junto a su mayordomo y que se enmascara para enfrentar criminales y ayudar al oprimido, en una versión charra de Batman. La serie durará 14 números, clara demostración de que los charros enmascarados ya iban en retirada en México… como en todos lados.
Estamos cerca del final de este recorrido por los cowboys enmascarados. Pero nos queda una última parada, en la República Argentina, donde un dibujante muy conocido hará una versión local del subgénero. Pero, eso, en la última entrega de esta serie.
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