Revisitamos la antología desde la que saltó a la fama el hoy consagrado Sammy Harkman.

Crickets

17/01/2024

| Por Gonzalo Ruiz

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Venimos repasando una parva de antologías a lo largo de dos años, y la gran mayoría son publicaciones nacidas en la década del ´90. ¿Hubo algo después, o realmente la burbuja de “antologías de autor” reventó con el nuevo milenio? Un poco sí. Este tipo de publicaciones quedó quizás marginado para dibujantes más underground que se encuentran por debajo del radar de Fantagraphics o Drawn & Quarterly. Básicamente fanzineros, aunque por supuesto que hay alguno que otro que rompe la barrera de lo underground y trasciende a los medios de comunicación comiqueros, como es el caso de Sammy Harkham, nacido y criado en Los Angeles, California.

Harkham arrancó militando en el maravilloso mundo fanzinero con Kramers Ergot, un minizine publicado en la primavera del 2000 y que, a fuerza de insistir, logró colaboraciones de grossos y grossas como Renee French, Gary Panter, Chris Ware, Dan Clowes, Simon Hanselman, Crumb… un proyecto anual veraniego que terminó por explotar (y salir en Fantagraphics) y figurar como los destacados del año según el New York Times (donde también publicó historias cortas) o el LA Weekly. Durante este experimento, en el año 2006 y bajo el amparo de Drawn & Quarterly, salió el primer número de Crickets, su antología de autor. Sin embargo, sólo sacó dos números bajo esta editorial: el resto de la serie (que se compone de 8 números totales) fue publicada de forma autogestiva.

¿Qué tiene para ofrecer Sammy? Como su coterráneo Johnny Ryan, Harkham presenta mundos plagados de mucho humor negro. Historias cortas cargadas con mismas dosis de mala leche y remates ingeniosos y graciosos. Pero lo más importante que tiene es su absurdo, cómo esos remates a veces caen de la nada o cuando estás con la guardia baja. Otras veces el chiste se estira, como en “Black Death”, la historia con la que arranca el nº1 de Crickets. En sus primeras cuatro páginas vemos a un tipo recibir una lluvia de flechazos y caer por un precipicio, como si fuera el Coyote. Toda una declaración de principios, si tenemos en cuenta que el resto de la historia (contada entre los nºs 1 y 2 de la antología) se trata de un recorrido sin suerte trazado por este accidentado anónimo que se encuentra con una mole retrasada y un extraño pervertido que estaba atrapado en un aljibe vacío. La historia no se termina de contar, se abandona, el estilo Adrian Tomine (tomado de Carver, por otro lado), pero en lugar de contar cotidianeidades, Harkham es más bucólico, diseña mundos donde Napoleón es, además de un férreo conquistador, un frustrado dibujante de tiras cómicas, un recurso que suele repetir para contar lo frustrante de su trabajo.

Hay dos historias medianamente largas que se enarbolan dentro del slice of life, por supuesto a la manera enrevesada de Sammy: “Somersaulting”, ambientada en Australia (donde el autor vivió una buena parte de su vida), enfocada en la vida de dos adolescentes a la deriva pero, a diferencia de Ghost World donde la vida de las chicas estaba marcada por sus delirios, acá no hay nada, solo desazón, aburrimiento, playa, sexo y nada más. No hay escapismo, no hay una amistad auténtica y sentida, solo gente que se acompaña porque no le queda otra. Y en una tónica de símil abandono está “Una historia del New Yorker”, sobre un profesor de letras frustradísimo con su vida, su carrera y su mujer. Mientras trata sin demasiado éxito hacer algo más que enseñar, fracasa como escritor y busca una salida como crítico. Nada es demasiado exacto o preciso en lo que cuenta, pero sí sabe sazonar las viñetas con sentimientos. Unos de mierda, por supuesto, pero apunta a una incomodidad latente, una que te saca una risa incómoda que parece indicar que tenés más ganas de irte de donde estás que seguir viendo lo que pasa. Todo esto y más ocurre en “Pobre marinero” (de sus historias más célebres, republicada en la antología de ficción y no-ficción The Best American Nonrequired Reading, de cierta relevancia en el campo estudiantil californiano), donde muestra cómo la vida de Thomas se va inequívocamente a la mierda después de reconectarse con su hermano marinero y abandonar a su mujer con quien vivía apaciblemente en el campo. Muchas de estas historias cortas están recopiladas en el libro “Everything Together”.

A todo esto se le suma su forma de narrar, pausada pero rápida, como la paradoja de Martin Hannett: el faster-but-slower con el cual supo guiar a Joy Division para explotar mejor su sonido. Por ejemplo, “Pobre marinero” tiene una grilla de doce cuadros que respeta a rajatabla con mucha viñeta muda donde suele apelar a la repetición (como hicieran el Viejo Breccia primero y Keith Giffen después) para mostrar hastío e incomodidad que se esconde con la lentitud del tiempo, pero Harkham también acelera los sucesos (también incómodos, por la mufa que carga Thomas), y a veces pone un gag atrás de otro en cada viñeta. De esto también se trata Sammy Harkham: un dibujante que carga las páginas con viñetas demasiado pequeñas pero su relleno es más austero, con líneas suaves aunque desprolijas, expresivas aunque por momentos ahorra en detalles. Lo que se guarda de fondo lo pone en las caras.

Como hicieron muchos de los grossos antes que él, Harkham aprovecha el espacio para serializar una historia larga que ocupará casi todos los números de Crickets y que recién el año pasado salió en libro bajo el título “Blood of the Virgin”, uno de los títulos más celebrados del 2023 de premisa interesante: la vida de un montajista de cine (también guionista) a finales de los años ´60 y principios de los ´70, metido en el negocio de películas de bajo presupuesto con un hijo recién nacido y una relación tóxica, y que busca dirigir su primer largometraje. Entre miradas interesantes sobre la producción barata de cine y escenas delirantes y extremas de una vida conyugal como le gusta a hacer, es entendible por qué se convirtió en una novela gráfica tan esperada como celebrada: la mezcla de dos historias histéricas e histriónicas con diálogos exacerbados y un espiral de mala onda que no termina de disolverse, hace de “Blood of the Virgin” un Sammy Harkham puro. Para los que no gustan del idioma anglosajón, la editorial Fulgencio Pimentel editó ambos libros como “Todo y nada” y “La sangre de la virgen”.

El ángel que tiene Sammy es su corrosividad, porque no apela a lo explícito o escatológico como el ya citado Ryan (me pongo de pie). Corrosiva es su mirada amarga, frontal, extrovertida y muy para arriba siempre. Un tipo que tiene más ganas de tomarnos por sorpresa con giros estrambóticos y divertidos.

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