Seguimos repasando Amsel, Vogel, Hahn y llegamos al capítulo que nos lleva a Bélgica, donde descubrimos el trato inhumano que recibieron los homosexuales que fueron aprisionados en campos de concentración, un momento que sirve para que Dora pueda decir a “viva voz” cuál es su sentido de pertenencia sexual. Hay que tener en cuenta que en 1964 las cosas no eran fáciles ni mucho menos para confesar ser gays. No solo no existían lugares de contención sino que, como bien relata Arnold Moser, el contacto belga, eran todavía marginados por los otros prisioneros, además de ser vejados y humillados a través de experimentos. Dora ya no siente “culpa” por ser lesbiana, y este tipo de denuncias le sirven para tomar un poco más de compromiso con su sexualidad.
Finalmente el Reino Unido es el escenario para un momento 100% “de espionaje”, con la segunda aparición en todos estos libros de un agente nazi, algo que no ocurría desde Rat-Line: Kurt Hahn, un subordinado de la Gestapo que vive impune. Y justamente este capítulo trata de la impunidad, y del primer cuestionamiento “moral”, tras el regreso de Tom Crane, un pequeño personaje de las primeras dos historias, un agente secreto yanki que directamente mata, sin necesidad de un juicio previo, en las antípodas de Roubini y su equipo. ¿Si al final son todos impunes, lo mejor es matar? ¿Qué pasa si la justicia no acompaña? ¿Cuáles son los límites? Todo el crecimiento observado en los dos libros anteriores están para justificar este último capítulo, tal vez el más tenso de la saga completa, el más poderoso y del que tanto se habló.
SOBRE LAS IDEAS JÓVENES: LA CIUDAD MUDA
Llegamos a Marzo del 2024, cuando en Argentina vemos publicado el quinto volúmen, la séptima aventura* titulada “La Ciudad Muda”. En una rápida comparación (y guarda que voy a pecar de spoilear algunas cosas, no todo por supuesto, pero es inevitable…), esta es una historia donde, a la usanza de “El próximo año en Bobigny”, los nazis no tienen nada que ver, no son parte trascendental de la trama ni mucho menos. Pasamos del suspense propio de “una de espías” a un relato de introspección, uno que nos veníamos debiendo desde “Bobigny” justamente: una historia de idas y vueltas entre Dora y Genevieve (que viene de aparecer poco y nada en Malenki Sukole y Amsel, Vogel, Hahn) en Italia.
Casi de entrada, Minaverry plantea un interrogante muy interesante, que por lo poco que vimos de la “vida cotidiana” de Dora, no nos podríamos preguntar hasta ahora: ¿qué le vió Genevieve a ella? Dos chicas muy distintas en su forma de pararse ante la vida. Una se toma excesivamente en serio su trabajo al punto de definirla por completo. Otra es completamente libertina, alegre… así y todo, se tienen la una a la otra, ¿pero por cuánto tiempo? Como se dejó entrever en el libro anterior, Genevieve se mete en el mundo cinematográfico para ahora pegar un salto gigante en la mítica Cinecittá italiana, lo que decanta en un viaje de trabajo a Roma, con la intención de que, además, Dora tenga vacaciones. Algo que no tuvo desde que empezamos a leer su carrera (en sentido figurado y literal).
Y ahí está la otra cuestión más importante de “La ciudad muda”: ¿Dora tiene ganas de descansar o prefiere morir laburando? El título del libro puede interpretarse de varias formas, al margen de dos que están explicitadas en diálogos. La mudez, o más bien la falta de comunicación está presente en las enamoradas que empiezan a descuidarse sin prestar mucha atención de lo que pasa. Y esto es algo fuerte de leer; conocemos a las chicas desde hace tanto tiempo, vimos la ida y vuelta que pegaron al inicio de su relación, nos hizo bien verlas juntas como una forma de combatir sus sensaciones outsider, y ahora sufrimos al ver la desconexión porque cada una tiene la cabeza en dos situaciones totalmente antagónicas, como es el relajo y la obligación. Dora no entiende por qué a Genevieve no le interesa saber cosas de su familia, también afectada por el nazismo; y a su vez Genevieve no entiende por qué le cuesta tanto soltar a Dora, por qué no puede dejar de pensar en los nazis. Para ser una historia más ligera, el final es un mazazo duro, que encima nos deja con la incógnita de qué será de ellas.
La complejidad de Dora la define no solo la obsesión investigativa en la que Minaverry se introdujo al momento de comenzar la serie, sino también el corazón que posee. La humanidad que expresan sus personajes le imprimen un verdadero realismo a la saga, más allá de la documentación usada como collage o de lo verosímil del tópico principal. Compleja porque tampoco queda encasillada como una historieta “de género”, sino que pasa por todas las variantes posibles al momento de querer contar algo tan difícil como las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, entre otras, más personales, de pequeños gestos que pueden cambiar al completo a una persona. Si hay una manera de definir a esta saga, es la de una completamente humana. Y después, si: es una historia sobre la caza de nazis.
*Contando Beit Mishpat, que pasó de estar “descatalogado” en la edición de Hotel de las Ideas y Fierro a formar parte del integral que incluye 20.874, Rat-Line y El año próximo en Bobigny. A partir de este momento, Dora en su totalidad se encuentra dentro del catálogo de Hotel de las Ideas, algo que no había ocurrido al momento de publicar esta nota originalmente en la Comiqueando Digital (Diciembre de 2021).
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