La última y genial aventura del verdaderamente grosso Ernán Cirianni retoma algunas de las obsesiones que lo hicieron ser lo que es: sexo, droga y religión, puestas en página de cómic tras el título de Grosso mal. Religión autobiográfica y comics (Loco Rabia, 2009). Claro que, como quería el General, todo en su medida y muy grotescamente: Ernán sabe dosificar, a base de talento, las idealogías que recorren su proyecto creativo y que incluyen, además de lo dicho, el discurso político más revolucionario y la reflexión sobre la historieta y la autobiografía (De cómo me hice rico, sexy y famoso en www.historietasreales.com.ar o Supercerdo).
La buena nueva
Grosso mal… nos muestra a un Ernán que quiere ser justamente eso, grosso mal, o sea como dios (mejor dicho, ser dios), y esta historieta es una suerte de evangelio, de historia sagrada sobre la construcción de esa nueva religión. Como toda gran obra, Grosso mal… trabaja sobre otras obras, y aquí la base la aporta en esencia la Biblia, el nuevo testamento, los evangelios (que Ernán da vuelta como un guante). El registro es, obviamente, el de la parodia, que Ernán maneja a piacere y como un autor maduro: sabido es que siempre resulta difícil dominar el equilibrio necesario para incluir guiños que sean captados por el lector sin dificultar su lectura. Ernán lo resuelve recurriendo a las referencias más difundidas del cristianismo, lo cual genera una dificultad extra: hacer un aporte original moviéndose por lugares comunes. Sin embargo, sale más que airoso del desafío.
Experiencia religiosa
La historia comienza con una situación autobiográfica y conocida, para desquiciarse de inmediato: Ernán busca entre sus papeles alguna historieta vieja porque le van a publicar un libro. Ahí, en la metáfora de la página en blanco (o en boceto) y en la autorreferencialidad, se dispara la conversación con Juana, que se transforma en una suerte de diálogo socrático con dos Sócrates, en una seguidilla de chistes y observaciones soberbias sobre historia sacra: la cantidad de apóstoles y quiénes eran, la verdadera identidad de Judas y Jesús, los íconos de las iglesias, religión comparada y la lista sigue. Cuando recibe la limosna de la fiel Juana para comprar una Quilmes, sale a hacer su primer milagro: como a Cristo, que no le gusta repetir los milagros, Ernán se propone destruir un auto con la mirada y luego lograr que el chino del super le fíe una cerveza.
Con una Heineken encima, se topa con un ladrillo parlante y organiza una orgía con sus nuevos seguidores. Las asociaciones libres y libertinas de una situación a otra recuerdan al Gustavo Sala de El baño (que está buscando pasar a historietas de mayor aliento, como esta que consiguió, aparentemente sin esfuerzo, Ernán), pero con un fondo más lógico todavía, más cerrado, no menos delirante (hay que ver la última hoja para creer).
Estampitas
La parte gráfica es muy Cirianni también, como el lenguaje verbal y el ritmo narrativo: en blanco y negro Buenos Aires, el grotesco de su dibujo se vuelve criollo y divino, y el nuevo profeta (San-Dia) se delira apareciendo en una Ferrari, con tetas, poronga, diente de oro, puchos, campera de cuero… todo lo necesario para ser bien marketinero y captar a las masas. Para cambiar el mundo hay que cambiar, pero sin traicionarse ni en lo artístico ni en lo ideológico. Cirianni no tiene –como se dice– filtro cuando se trata de decir o dibujar lo que quiere, fiel a su filosofía y a su parecer, pero tiene un gran filtro artístico sin duda que le permite seleccionar, tamizar y llegar a un producto depurado, que engaña a simple vista con sus tachaduras y trazos como sin querer pero nada involuntarios, con sus fondos muchas veces sencillos o inexistentes pero siempre con mucho contenido.
No es un milagro, no: talento, trabajo y tenacidad. ¡Bienvenidos a la casa del Señor… Ernán Cirianni!
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