Fantasía, humor, sexo, delirio, filosofía y aventuras en una extraña serie del prolífico Joann Sfar.

El Minúsculo Mosquetero

22/05/2024

| Por Andrés Accorsi

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Francia, año 2001.

El prolífico y asombroso Joann Sfar lanzaba la serie Le Minuscule Mousquetaire (luego publicada en castellano por Norma como «El Minúsculo Mosquetero», con una muy buena traducción de Lucía Bermúdez). Se trata de una serie corta (tres álbumes) que parte de una premisa muy fumada: un mosquetero del Siglo XVII toma un brebaje para adelgazar porque tiene un par de rollitos, y en vez de volverse delgado se vuelve minúsculo, como Atom o el Chapulín Colorado. Ahí uno supone que la gracia de la serie va a ser la interacción de este personaje del tamaño de un insecto con el mundo de tamaño real… pero no. En la segunda página del primer álbum (titulado «La Academia de Bellas Artes»), el mosquetero ya se encuentra con otro humano miniaturizado y en la tercera se interna en un mundo en miniatura en el que su tamaño no es ínfimo, sino absolutamente normal. O sea que, en la práctica, deja de ser minúsculo en la tercera página, cuando empieza a desenvolverse con total normalidad en un mundo muy parecido al real que (en un giro totalmente inverosímil) existe dentro del nuestro.

Entonces, si las aventuras del mosquetero no pasan por el contraste entre su tamaño y el del resto del mundo, ¿por dónde pasan? Por el lado del amor. Primero entabla un vínculo sexafectivo con una doctora, para luego llegar a la Academia de Bellas Artes (de una ciudad que parece París, pero no es París), donde va a trabajar de modelo vivo, posando desnudo para los estudiantes de dibujo. Y luego entablará amistad (y largos diálogos) con un desconocido, a quien acompañará a una tierra lejana, donde vive la mujer de quien este hombre está enamorado. Y recién en la página 34, Sfar nos presentará un conflicto, un momento crucial, sin retorno: el mosquetero y su amigo invaden los aposentos de esta mujer, donde se encuentra su marido, quien los confronta con su espada. No todos saldrán vivos de la experiencia y finalmente el mosquetero regresará a la Academia y a los brazos de la doctora.

El segundo álbum («La Filosofía en la bañera») se podría sintetizar en dos palabras: sexo y delirio. Acá se coge mucho más que en el Vol.1, hay larguísimas secuencias en las que Sfar exhibe los genitales de sus personajes y los enreda en todo tipo de posiciones amatorias. Son secuencias entretenidas, sostenidas en diálogos muy ingeniosos, a veces muy agudos, en un libro muy hablado, con mucho texto en casi todas las páginas. Y por el otro lado, el delirio. Acá el autor ni se gasta en pensar una excusa para que sucedan las cosas que tiene ganas de dibujar. Le pinta crear un mundo subacuático, y ya fue, el mosquetero se mete en la bañadera, y se hunde hasta llegar a este mundo, en el que puede respirar bajo el agua, hablar y hasta fumar.

Cuando se aburre de las criaturas submarinas, se copa con la figura de la esfinge egipcia, que también tiene una escena muy copada, y después se le ocurre dibujar personajes de la mitología griega: minotauros, gorgonas, ejércitos onda Esparta… Unas páginas después, volvemos a una especie Europa medieval, y mientras el mosquetero se revuelca con una señora muy atractiva, la acción nos lleva de nuevo a una Grecia mitológica, con un fauno, para desembocar en una batalla espectacular entre cosacos rusos, soldados griegos y un dragón impresionante. En esta batalla el mosquetero conoce a Taras Bulba, una hermosa mujer, y se enamora de ella… pero sus intentos por intimar con ella van a fracasar rotundamente. Y así volvemos a «la realidad/ el presente», donde todavía nos quedan varias escenas de sexo y diálogos por delante. El hecho de que el mosquetero ahora es chiquitito y habita en un mundo en miniatura no se menciona más.

El Vol.3 de El Minúsculo Mosquetero, «Con el amor no se juega», probablemente sea el mejor de los tres álbumes que integran la serie. No es un verdadero final, porque termina con la promesa de retomar la saga en un Vol.4 que -como tantos proyectos de Sfar- jamás se materializó. Pero es una historieta muy entretenida, con un gran mix entre aventura, comedia y momentos de introspección. Este es el tomo menos delirante, más ajustado a una narración aventurera más o menos lógica, y si bien tiene varios garches, es donde se sienten menos forzados y mejor incorporados al desarrollo dramático de la trama. Me llamó mucho la atención que el coprotagonista esta vez es un intrépido espadachín italiano, apodado «el Escorpión»… al que Sfar dibuja con la misma cara y la misma ropa que Armando Catalano, el personaje de Stephen Desberg y Enrico Marini. Un crossover bizarrísimo. Y para las últimas páginas, Sfar se pone meta, cuando el mosquetero conoce a Louis Le Trondabbe (que es una obvia referencia a Lewis Trondheim) y se ponen a hablar del festival de Angoulême, en la previa a ese cuarto álbum que nunca salió.

Pero… la paciencia tuvo premio. El Vol.3 apareció en 2006, nos vendió el prólogo a un cuarto álbum que nunca existió, dejó abierta una punta argumental que muchos creímos que nunca se iba a resolver… y finalmente en 2012, apareció un tomo integral, que no sólo reúne en un solo libro los tres álbumes que componen la serie, sino que además incluye 14 páginas inéditas, en las que Sfar -tarde pero seguro- retoma la historia del mosquetero y la lleva para otro lado. Estas 14 páginas están en blanco y negro, dibujadas a los santos pedos, y llevan por título «La batalla de Angoulême no tendrá lugar», como para pulverizar de movida las expectativas de quienes se habían quedado con la leche desde el final del Vol.3. Obviamente quienes ya se habían comprado los tres álbumes, se quisieron cortar las bolas cuando se enteraron de que, para tener la obra completa, se tenían que comprar también el integral, porque esas 14 páginas no se publicaron en ninguna otra edición. Lo único positivo es que la saga no quedó inconclusa, en un continuará de esos que nunca continúan.

Como es frecuente en las obras de Sfar, lo importante en El Minúsculo Mosquetero no es tanto la trama ni la acción, sino los vínculos entre los personajes, las charlas en las que hablan de lo que sienten, de sus problemas sentimentales o de otras cosas que hacen a la vida cotidiana. Esta es de esas obras del genio de Niza que avanzan a un ritmo distendido, sin estridencias, con tiempo para la reflexión y la contemplación. Hay toques de comedia, hay sexo, cada tanto hay una escena en la que la violencia se apodera del relato, y el resto es eso, una vida bastante tranquila para un protagonista del que sabemos muy poco. Una bizarreada entretenida, con un voltaje erótico más alto que las obras promedio de Sfar, que a nivel argumental no tiene mucho para atraparnos (más allá del despliegue fascinante de humor, fantasía y aventura), pero como rareza está muy bien. Se disfruta un montón, más allá del WTF? original que se produce cuando el mosquetero se interna en el mundo en donde ya no es minúsculo.

Vamos con el dibujo, que te hace daño de lo bueno que es. Acá lo tenemos a Sfar en un nivel sencillamente glorioso. Al principio trata de bancar una grilla clásica, tipo Jack Kirby, pero finalmente no se casa con ningún esquema para la puesta en página ye n momentos como el de la lucha contra el dragón ofrece viñetas más grandes, más estridentes. Y en la página en la que el mosquetero debe huir de las Euménides, la puesta es una maravilla, una belleza experimental, ornamentada a todo culo, como lo haría Quique Alcatena. Además hay cambios notables en la forma de colorear: por momentos Sfar introduce unas aguadas que hacen más oscuro y más etéreo a su trazo preciso, nervioso, lleno de matices, y en el tercer álbum, cuando las peripecias del mosquetero lo llevan a esas islas que parecen del Pacífico Sur, hasta adopta el estilo de Paul Gauguin.

El único problema que tiene (de a ratos) la faz visual de esta serie es que hay algunas páginas repletas de globos de diálogo, que obligan a Sfar a acomodar como puede un montón de viñetas muy chiquitas, en las que el dibujo no se luce tanto. Pero ni bien afloja con la cantidad de texto, la magia de su plumín cobra protagonismo y brilla en todo su esplendor. Un trabajo realmente deslumbrante de un Joann Sfar tocado con la varita mágica.

Y no, si nunca leés El Minúsculo Mosquetero, difícilmente tu vida cambie demasiado. Pero si le das una oportunidad, no creo que te defraude, sobre todo si ya sos fan del genio de Niza.

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