Después de muchos años de ardua labor, finalmente la tesis doctoral de Laura Vázquez se convirtió en un libro que, muy bien editado por Paidós, se puede comprar en cualquier librería. El trabajo se centra en la industria de la historieta argentina en el período 1968-1984, cuando todavía existía una industria que, con subas y bajas, mantenía en funcionamiento a varias editoriales y activos a un montón de guionistas y dibujantes que jamás tuvieron que laburar de onda.
Básicamente, el libro arranca explicando cómo llega la industria a ese pozo en el que estaba en 1968, del que trata de sacarla la Bienal de Historieta en el Di Tella. De ahí nos vamos a la etapa más brava y militante de la carrera de Héctor Oesterheld, pasamos por Skorpio, visitamos Columba, recordamos las revistas que salieron entre 1980 y el fin de la dictadura y terminamos con una aproximación a lo que fue Fierro, y un epílogo que condensa a grandes rasgos los últimos 25 años. No es un recorrido fácil. Hay mucho para investigar, muchos testimonios que buscar, y sobre todo mucho para discutir. Alcanza con ver en cuánto se parecen las historietas argentinas de hoy a las de hace 45 años para darse cuenta de que los temas que se incorporan al debate son muchísimos y que lo que allá por los ´40 y´50 era bastante sencillo, con el correr de las décadas (y en especial de los años que privilegia el libro) se vuelve muchísimo más complejo.
Por eso está tan buena la idea y por eso cobra dimensiones tan colosales el laburo de Vázquez. El libro deja afuera extensos tramos de la tesis, para centrarse en las revistas que publicaban mayoritariamente historieta “seria”, como se le decía en aquel entonces a las que abordaban los géneros tradicionales de la aventura con una estética realista. Dentro de eso, hay algunas a las que apenas se menciona (como Turay o Top!) y otras en las que se indaga mucho más a fondo. La primera parte también se mete mucho con la revista Dibujantes, con toda la movida que se generó en torno a la Bienal (cuando los semiólogos empiezan a hablar de historieta) y con las historietas “combativas” de Oesterheld, dispersas entre publicaciones tan disímiles entre sí como las revistas Gente y El Descamisado.
Hay varios temas bajo la lupa de la autora: el entramado de la industria, la relación entre la historieta y los intelectuales, la irrupción de los elementos ideológicos, la relación entre la producción local y el mercado internacional, el quiebre en el que los dibujantes y guionistas empiezan a considerarse artistas, las diferencias (o incluso antinomias) entre la producción más apuntada a las masas y la que busca a un lector más sofisticado… todo tiene su espacio y para tratar cada uno de estos temas,
Vázquez recurre a documentación (o sea, lee las historietas, cosa que más de un teórico no hizo jamás), entrevistas a los protagonistas (estaría buenísimo que hubiese un segundo libro sólo con entrevistas) y a citas a otros textos de comunicadores, filósofos o semiólogos especializados en cultura de masas, nuevos lenguajes, etc. O sea que todo el tiempo aparecen nombres de gente que si no pasaste por Ciencias de la Comunicación no te suena ni ahí, y todos (Laura incluída) nos aportan vocablos intricados y elevados, capaces de provocar holocaustos lingüísticos en el lector poco curtido en el rubro textos académicos.
Tal vez eso sea lo más “piantavotos” del libro. La prosa de Vázquez no aspira a la belleza, no intenta ser agradable, no te hace ni un mísero mimo. Por el contrario, hay pasajes bastante arduos, donde el conocimiento no se nos brinda, si no que se nos inflige. Lo cual no es un problema de Vázquez, sino de cómo (y para quién) se redactan normalmente las tesis doctorales.
Lo otro que a nosotros ya nos resulta un poco gastado, pero que a los círculos académicos supongo que les parecerá lo más interesante del libro, es el tema de Oesterheld y su periplo ideológico, desde el humanismo progre hasta el peronismo revolucionario de Montoneros. Vázquez sigue minuciosamente ese viaje, con exhaustivas escalas en un montón de historietas que, más allá del tinte político, están claramente entre las obras más flojas del maestro. Y sin ahondar en su período en Columba, que es riquísimo en lecturas políticas para quien se tome el trabajo de estudiarlas en el contexto histórico en que salieron publicadas.
Pero no hay errores mayúsculos, ni groseros. Las dos veces que nombra a Boogie el Aceitoso le escribe mal el nombre (“Boggie”) y el resto de los deslices son muy menores. Después, el resto es opinable y parte del mérito del trabajo es seguramente la cantidad de debates que abre. A los fans de Robin Wood no les va a causar mucha gracia que se defina a sus guiones como “imperfectos y escasamente virtuosos”, los detractores de Cascioli no comprarán esa visión cuasi-idílica de Ediciones de la Urraca, en contraposición a la descripción de Columba y Record como típicas empresas capitalistas más preocupadas por la facturación que por la calidad de sus productos, y los que leíamos la Fierro en 1984 sabemos perfectamente que ni la revista ni sus lectores proponían “una valoración negativa de lo extranjero”.
Lo cierto es que a partir de hoy, la historieta argentina (o por lo menos un importante segmento de la misma) cuenta con un texto teórico serio, bien investigado, bien pensado y que va a servir de brújula a los próximos estudiosos de los medios de comunicación o del arte popular que se quieran acercar a la historieta y no sepan por dónde empezar a plantearse temas o hipótesis para pensar sobre el tema. A esos, les das El Oficio de las Viñetas, les recomendás que lo lean hasta el final, y después hablamos.
Y por supuesto, pronto va a ser hora de tomar el período posterior al que abarca este libro y laburar sobre los temas que le cambiaron la cara a esa industria entre 1985 y 2001, por ejemplo. Si se encara con la misma seriedad que El Oficio de las Viñetas, yo me lo leo todo, aunque me lastimen los ojos con esos párrafos infinitos llenos de gerundios, citas a Bourdieu y verbos como “articular”, “imbricar” o “interpelar” que sólo existen en esta clase de trabajos.
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