Javier Hildebrandt: Naciste en Bahía Blanca, ¿verdad?
Alejandro Farías: Soy de Bahía Blanca, sí.
JH: ¿Cuáles son tus primeros contactos con la historieta? ¿Qué es lo primero que recordás haber leído?
AF: Es muy loco porque siempre fui lector de historietas pero sin darme cuenta. Leía mucho a Isidoro Cañones, Condorito –que lo leía todo el mundo-, los chistes de atrás de los diarios. Me acuerdo de Trudy, que estaba en esa época en La Nación. Esa la seguía un montón. Mafalda, también. Y la Nippur Magnum, de toda la vida, porque mi papá, de Columba, leía solamente esa. Y tengo casi la colección completa, salvo los primeros números, porque mi viejo peleó en las Malvinas y mi mamá, como no llegaba, donó un montón de cosas para allá, entre ellas los primeros números. Y perdí algunas en el medio porque en un momento -yo era medio vividor, ya desde chico- se las vendía a los porteros a cambio de plata. Y después me quería matar, cuando tomé conciencia que tenía casi la colección y vi las que me faltaban, me dije “soy un boludo”. Las tengo tiradas en un depósito, porque son bocha, tengo realmente muchas. Años completos. 1990; 1989 completos, seguro.
JH: ¿Y el momento en el que tomás conciencia de estar leyendo historieta?
AF: Es distinto que con los libros. Yo leía literatura y sabía que quería escribir, pero la historieta no era algo que estuviera dentro de mis posibilidades. Nunca se me había ocurrido que podía hacer historieta sin saber dibujar. En mi primera novela, La edad del sueño, hay un juego con Robin Wood. La vendíamos por la calle…
JH: ¿En Bahía Blanca?
AF: No, eso fue acá. Yo me vine a los 9 años. La historieta estaba dentro de mi universo pero no dentro de mis posibilidades como autor. Lo primero que escribí fueron cuentos. Había visto una película que se llama Un león llamado Christian, y lo primero que me puse a escribir fue la historia de un león. Escribía una aventura por día, en un cuaderno, y lo dibujaba. Era malísimo el dibujo. Después, en 5º año empecé a escribir canciones. Siempre quise ser músico pero nunca tuve la disciplina, entonces escribía las letras de una banda.
JH: ¿Cómo se llamaba?
AF: Primero se llamó Bangladesh. Y después tuve otra banda, que llegó a tocar, que se llamaba Pou Eimi. Estaba estudiando Letras, era medio una pelotudez en griego. Y esa banda tocó un par de veces. En los recitales repartíamos un libro de poemas, fotocopiado. Era una música muy rara…
Pou eimi – Las formas del mundo
JH: ¿Qué onda tenía?
AF: Medio spinetteana, una mezcla de todo. Ahí empecé a escribir poesía y una cosa fue llevando a la otra. En historieta tuve un solo intento, en 5º año, con una especie de Nippur de Lagash (ni el nombre me acuerdo), que lo quise dibujar yo y me duró una página (risas). Era como el Nippur de la primera época: “El sol entraba por la ventana y le cortaba la piel…”. Y después nunca más, pero seguí comprando historieta. Cuando lo jubilaron a mi viejo, en el ’97, me trajo todas sus cosas de la oficina, y tenía El Eternauta original –ahí lo leí por primera vez y me partió la cabeza- y empecé a investigar. Leí Bárbara, en una edición de tapa dura. Después me compré Or-Grund, Alvar Mayor, Nekrodamus y ahí me fui empezando a meter.
En 2005 viajé a España, a visitar a una novia, y empecé a traer un montón de libros de historieta española que ya venía leyendo, pero no tenía los lugares para comprar acá. Un poco antes, en 2001, empiezo con Dies Mercuri y ahí conocí a Marcos [Vergara], a la gente de La Productora. Ahí empecé a recibir influencias.
JH: ¿Y qué te trajiste de España?
AF: Un montón de Mortadelo y Filemón, que me partió la cabeza, en su momento. Ahora tengo una biblioteca armada, pero no me acuerdo cuáles fueron los primeros. Sí recuerdo a Agujero negro, Daniel Clowes, Paco Roca con Arrugas, el Pinocchio de Winshluss. A partir de ahí empecé a interesarme más y a descubrir.
JH: Mencionaste a Dies Mercuri recién. ¿Cómo arranca eso? ¿Fue lo primero que hiciste en historieta?
AF: Conocí a una artista, amiga de una amiga mía, y en la despedida de ella (se iba a vivir a Alemania) conozco a Federico Crow. Él dibujaba, nos pusimos a charlar y empezamos a armar Dies Mercuri. Era una historia larga, iba a tener 10 capítulos. Una historia futurista en Buenos Aires. En algún momento quiero hacer la remake y terminarla.
JH: ¿Cuántos números salieron?
AF: Siete. Después hicimos el libro recopilatorio. El primero fue en fotoduplicación y lo presenté en una escuela en Vicente López, donde se hacía un evento de historieta. Yo no había ido nunca en mi vida a algo así. Y me quería morir, no entendía nada, estaban todos disfrazados… Creo que lloramos de la risa porque no lo podíamos creer… pibes grandes con espadas de dos metros. Ahora ya lo incorporé, me divierte, está todo bien, pero en aquel momento pensé que me había confundido. Ahí empecé a conocer a otros chicos, viajé a Santiago del Estero y a otros eventos. En Campana, donde se hizo una exposición, conocí a Adrián Graf y a la historia central de Dies Mercuri fui sumando historias cortas con él, con Guillermo Lizarzuay y el “Rulo” Laureano. Ahí se armó el grupo Dies Mercuri. Se disolvió rápidamente porque me di cuenta que al fanzine no le veía mucho…
JH: ¿Por qué?
AF: Primero me confundí yo al hacer una historieta que me obligaba a continuarla y no tenía ni idea del mercado que existía. Y el estilo de Fede era una mezcla entre manga y realismo, que no era ni una cosa ni la otra. Era un engendro lo que estábamos haciendo. Y ahí fui mirando para dónde quería ir. Adrián se fue a México, Guille se dedicó a la publicidad, el “Rulo” a los tatuajes… y ahí armamos LocoRabia. Pero también me di cuenta que tenía que ir para ese lado o se me acababa. Tenía que empezar a sacar libros. El fanzine ya no me convencía. De hecho, pasaba que me daban un montón de fanzines que me gustaban y no sabía dónde meterlos. Los metía en una caja y al final los terminaba tirando, pero me daba lástima. No iba por ese lado.
JH: Contame cómo conocés a Marcos y cómo armaron LocoRabia.
AF: A Marcos lo conocí en un Aquelarre, a través de los chicos de La Productora. Año 2005, o por ahí, el año en que se hizo en un colegio, en una feria de libros. Y a partir de ahí nos hicimos amigos. Ahí lo conocí a Freddy Baert, a Leo Sandler, a Rodolfo [Santullo]. Se empezó a armar el vínculo. Son con los que más trabajo hoy en día.
JH: ¿Cómo nace la idea de armar una editorial? ¿Fue una idea tuya o la trajo él?
AF: Fue en Tucumán, en el Tintanakuy de 2006, creo, ó 2007. Yo me daba cuenta que tenía a toda esta gente que conocía, estos amigos que me había hecho. Y quisimos hacer un catálogo de amigos en formato libro. En algún punto sentía que el grupo se estaba desarmando, porque algunos estaban creciendo, Max [Aguirre] estaba por despegar en cualquier momento, Rodolfo también… Y era como una especie de recuerdo.
JH: Buscar un lugar en donde confluyeran todos.
AF: Exactamente. Y ahí armamos Traición. Y cuando empezamos a venderlo nos dimos cuenta que habíamos conseguido la distribución… teníamos una editorial.
JH: Salió a partir del libro y no de una idea previa. ¿Y el nombre de dónde surgió?
AF: Había una época en la que yo no usaba encendedor, para hablar con la gente les pedía fuego. Estábamos en San Nicolás, íbamos a comer un asado y yo me quedé afuera para fumar. Estábamos justo pensando el nombre. Y le pedí fuego a un tipo que era un personaje, un loco de ahí, que decía que se llamaba “El Loco Rabia”. Era rengo y me decía que yo era un sensei. Pero que él era más sensei y que por mí iba a frenar el tránsito. Empezó a cruzar la avenida principal caminando, rengueando y los autos iban frenando. Se me quedó toda la noche hablando, un personaje. Y de ahí quedó el nombre, Loco Rabia. Por eso el logo al principio tenía una llamita que le salía del dedo, que era como el fuego. Y era ese personaje. Después quedó muy confuso e hicimos un nuevo logo hace poco, con la llama y el globo de historieta adentro. El nombre, hoy en día, es una de esas cosas que te condenan.
AF: Porque cuando voy a pedir becas o subsidios y digo que vengo de Loco Rabia, me miran como diciendo “qué adolescente”. A mí me sigue gustando, pero puede sonar medio pelotudo para un tipo grande.
JH: Viendo todas las antologías que sacaste… No sé si sos vos el que la inaugura o te inscribís después en esta movida del guionista que arma un libro con historias cortas de varios dibujantes…
AF: El otro día me lo preguntaba eso. Porque después de La fábrica salieron bastantes. Existía la antología tipo Traición, que yo tomé esa idea de La Productora, con Carne argentina. Armar una propuesta dentro de una temática. Después de Traición salió Ebrio, de Llantodemudo. No sé si existe algo así antes de La fábrica. El otro día me lo preguntaba, porque después salió Mal tiempo, Crónicas del hombre frío, Días negros… Pero no sé si es algo que inauguré yo o algo que estaba en el ambiente.
JH: Después de esa hiciste varias más. Tenés más de esas antologías que historias largas. ¿Te resulta más cómodo escribir corto, o salió simplemente de casualidad?
AF: Es por las condiciones de producción que tenemos. Para un guionista que recién empieza, sin plata y tratando de tentar a autores que no conoce, no te queda otra que hacer propuestas cortas. Yo trataba de hacer un libro que tuviera un concepto, como fue La fábrica en su momento, en donde los trabajadores estaban como animalizados. En Mi Buenos Aires querido es donde más cerrada está esa idea, me parece, como autor y como editor. Después me quise alejar de eso en Crónicas del Lejano Oeste y me lo recriminaron un par de periodistas. Esperaban un libro más cerrado y yo quise hacer una antología más libre, en el sentido de que lo único que había en común era un espacio físico. Había algunas reglas del mundo que se respetaban, pero no había esa hilación tan profunda entre las historias. De los tres creo que es el más fallido. Primero porque trabajé con todos dibujantes nuevos, y a veces no te entendés tan bien. Y no hice el trabajo que suelo hacer de pulir las historias con el texto. Me sigue gustando, pero creo que es el más débil de los tres.
AF: Tengo Silencio, hospital, que es una historia que me gusta mucho. La empecé a escribir antes de hacer historietas, iba a ser una película. Y siempre quedó ahí. Y cuando salió la propuesta de Víctor [Zelaya] de hacer algo, recuperé eso. Esa fue medio experimental, porque la hacía semana a semana. No sabía adónde iba, no tenía pensado el final.
JH: ¿Por qué salió por Noviembre y no por Loco Rabia?
AF: Loco Rabia somos dos. Tenemos una regla de oro: si la obra no le cierra a alguno de los dos, por más que seamos nosotros, no sale. Y a Marcos no le cerraban algunas cosas… La historia le gustaba pero quería que Víctor cambie algunas cosas, sobre todo en una secuencia. Y a Víctor le parecía que estaba bien. Y salió la propuesta de ediciones Noviembre y a mí también me gustaba un poco desprenderme del rol de editor. Salir como autor y poder empezar a jugar. Fue un poco lo que hice también cuando salió Raymond en las Burlesquitas. Me encantaría publicar en todas las editoriales y dedicarme más a editar a otra gente.
(muy pronto, la segunda parte)
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