Primera parte de una extensa entrevista a este prolífico y talentoso dibujante argentino.

Entrevista a Max Aguirre (parte 1)

21/07/2013

| Por Javier Hildebrandt

0 comentarios

aperturaJavier Hildebrandt: Quería empezar con una cuestión más bien biográfica. ¿Cuál es el primer comienzo tuyo? Quiero decir, la primera vez que vas a un medio con una historieta y te la publican.

Max Aguirre: Hace muchísimos años. Yo arranqué estudiando con Garaycochea, en el ’85. Me anoté en el curso de Humor Gráfico, que me lo regaló mi abuelo. Tenía 14-15 años. Venía de estudiar Dibujo artístico con una profesora del barrio, donde, si bien aprendí algunos rudimentos, no me sentía complementado ahí y quería hacer otra cosa. Estudié con Garaycochea, después con Ferro, y tuve un tiempito a [Néstor] Ibáñez. Después de ahí me pasé a Historieta, con [Alberto] Salinas. Ese momento, para mí fue iniciatico, porque descubro a otra gente que dibujaba, a los grossos que llevaban a charlar a la escuela: a Caloi, Sábat, Nine, Quino.

Después de todo eso, a los 16-17 años, empiezo a ver qué onda. De caradura, porque lo que hacía no me lo podía publicar nadie. Le hojeaba las revistas al diariero –que siempre me cagaba a pedos porque no tenía guita para comprármelas- y me anotaba las direcciones. Y buscaba lugares que, me parecía, podían llegar a necesitar un dibujante como yo. Era realista en términos de lo incapaz que podía ser.

Una vez fui a Mañana Laboral, un diario tipo marketinero, donde trabajó muchos años Santiago Dufour. Cuando llegué me atendieron muy bien, y para que haga tiempo –porque caía como peludo de regalo, no pedía entrevista- me dieron algunas revistas para que viera. Ahí empecé a ver los dibujos del chabón… y me paré y me fui (risas). Nunca llegué a la reunión, me di por no aceptado. Finalmente, con 19 años publico una tira en una revista que se llamaba 13/20, de la editorial Magendra. Hice una sola tira, porque había un lugar, después me pidieron unos dibujos. Al poco tiempo la revista cerró. Más tarde fui a Columba, que ya no era la de entonces, estaba medio vacía. Esto era por el ’92-93, cuando salían esos compilados medio raros. En esa época el dibujante estrella era [Walther] Taborda, y yo tenía un estilo más incipiente, más precario. Y no tuve suerte, pero tenían razón ellos, más allá de que no les estaba yendo muy bien. Quizás me hubiesen dado laburo de ayudante.

Ilustración tributo al maestro Carlos Garaycochea.

Ilustración tributo al maestro Carlos Garaycochea.

JH: Pero para entrar en Columba, además de tu estilo humorístico ¿Tenías una intención o una preocupación por hacer historias más de tipo narrativo, o aventurero?

MA: Siempre me gustaron las dos cosas. Cuando decido pasarme de Dibujo Humorístico a Historieta era porque yo me había propuesto como objetivo hacer un chiste por día, y no me salía. En esa época lo leía a Garaycochea en Tiempo Argentino, con la tira “Don Gregorio”. La lógica era que se te tuviese que ocurrir algo todos los días, pero no me pasaba, y entonces me cambié a Historieta. Y siempre me gustó, yo leí mucha historieta. Pero inclusive en Columba, había historieta humorística: Pepe Sánchez, Mi Novia y Yo, los unitarios de Vogt con Wood. Siempre estaba todo junto, convivía perfectamente.

JH: ¿Y después abandonás un poco la historieta y empezás a laburar más en ilustración? ¿Cómo sigue la cosa?

MA: El tema es simple. Yo vengo de una casa obrera, pobre. Había que laburar. Mis viejos siempre me dieron vía libre para hacer lo que quisiera, no había condicionamientos de ninguna índole. Pero por más buena voluntad que se pusiera, hacía falta guita. Entonces, el mejor destino que podía pretender era laburar de algo parecido a lo que a mí me gustaba, y el peor era laburar de cualquier otra cosa. Me tocó trabajar de mozo, haciendo instalaciones de antenas, de barman, de ayudante de cocina, pintor de casas, pintor de coches. También me había metido a estudiar Publicidad, que de afuera parecía que tenía algo que ver con lo que a mí me gustaba, en la Universidad de Lomas.

Así que empecé a tener laburo por el lado publicitario, y hubo un momento en donde tenía trabajo de las dos cosas: como ayudante de Lucho Olivera y de Leo Manco y como visualizador en el departamento de arte de una agencia de publicidad. Laburaba de día en la agencia y de noche me iba a la casa de Manco en Lanús, y los fines de semana hacía algunos dibujitos para Lucho, que era una cosa más “demente”, si se quiere, en la manera de trabajar. De golpe y porrazo se me cortó el laburo de ambas dos y lo que sí agarré más rápido fue nuevo laburo en publicidad y no surgió nada nuevo en historieta. Y en algún punto yo mismo de di de baja. Consideré que ya había jugado mi carta y no salió. Seguí con mi carrera en publicidad.

bowieJH: Después de todo esto, me acuerdo de descubrirte haciendo unas pequeñas revistas con las primeras tiras de Jim, Jam y el Otro. ¿Qué fue lo que te motivó a volver con algo de lo que vos mismo, como dijiste, te habías dado de baja?

MA: Había una cosa muy clara en mi casa, que yo no me había dado cuenta nunca y es que uno, si es algo –bueno o malo, no importa-, no deja nunca de serlo, por más que haga otra cosa. Mi casa es un hogar de músicos, que la mala suerte o el destino llevó a tener que trabajar de otras cosas, pero nunca fueron esas otras cosas en que trabajaron, siempre fueron músicos. Y yo era un dibujante que hacía historietas, aunque laburara como director de arte de una agencia. Entonces, en un bloc que tenía al costado de mi escritorio me la pasaba haciendo historietas, que cuando volvía a mi casa y tenía un rato libre las iba terminando, por gusto. Por lo tanto, aunque yo había cortado en términos formales, eso seguía estando. En un momento dado, sobre finales de los ’90, la publicidad, en determinadas franjas que no laburaban la cantidad de guita de las agencias más altas, empezó a sentir lo que iba a ser el gran despelote de 2001. Y como suele suceder en la mayoría de los casos, cuando la agencia empieza a tener problemas uno termina yéndose. Si uno es el director de arte y más o menos hizo los deberes correctamente y tuvo buena relación con los clientes, algunos prefieren quedarse con vos antes que seguir atados a la agencia que va a trancas y barrancas.

Lo que sucedió fue que me armé un estudio yo y me fui de la agencia. Y en algún punto, ahí vuelve aquello. Yo podía tener una relación formal con mi laburo, que era lo que me daba los porotos para vivir, y así como hay tipos que arman avioncitos y se van al parque a hacerlos volar, yo podía hacer historieta. Entre uno de los proyectos que estaba en esta “boutique” creativa –era la época del boom de las “punto com”- había un portal cultural, una mezcla de lo que hoy es Facebook con Cuevana, pero mucho más pedorro. El portal era Sitio Tres. Nosotros estábamos medio asociados y uno de los productos que se querían armar era una agenda de fin de semana. Vos te suscribías y la recibías. La agenda fue un éxito, salvo en lo comercial. Y el tema era que los tipos querían algo más.

Mi-Novia-y-Yo02Entonces yo empiezo a hacer una tira ahí. Cuando uno tiene un amigo que es dibujante, muy probablemente reciba regalos menesterosos por una cuestión de ausencia de dinero. Para los cumpleaños, mis amigos Pablo y Fernando recibían esos regalos, que tenían que ver con alguna tira o dibujo con un chiste interno de algo que nos había pasado. Me parecía medio una pedorrada, pero como era lo que tenía a mano, lo agarré y empecé a hacer la tira. Le puse un nombre que sonara a sitcom – yo me había empezado a copar mucho con eso en aquel momento- y que referenciara a las diferentes creencias de la gente: el Ying y el Yang, pero también del Otro, de Lacan – porque originalmente en la tira El Otro era con mayúscula, después en el diario se lo cambiaron. Yo no tenía ninguna relación con el mundo de la historieta, desconocía lo que estaba pasando en ese momento. Así que empecé a hacer la tira, y esa fue la variable que hizo que sumara cada vez más gente (pasamos a tener como 15.000 suscriptos) pero no le vendían publicidad a nadie.

Y en un momento dado yo tenía material suficiente, tiempo y autonomía económica como para pensar en acercarme a ver qué onda y empecé a rastrear por Internet, con la misma lógica que antes hacía chusmeando en las revistas. Y lo primero que me encontré fue la A.H.I. de Rosario. En el 2002–2003, le mando un mail a [Ernesto] Torres, que me invita a participar de Leyendas. Para esa época yo había perdido algunos clientes –Argentina, después de estar en coma 3, estaba en coma 1- y se habían desbarrancado un montón de cosas. A mí económicamente me pegó de lleno eso, lo que no quiere decir que no me permitiera hacer esas pelotudeces. Y pasé a trabajar con Marcelo Guerra, haciendo caricaturas en eventos. Entonces, cuando me invitan a Leyendas (yo en mi puta vida había ido a un lugar de esos, no tenía ni idea), me pregunto “¿Qué llevo? ¿Llevo el monitor?”. La guita no me daba para otra cosa que unos fanzines. Y no tuve mejor idea que hacer una promo, como un combo: si comprabas el fanzine –que salía $5, no me acuerdo- con una caricatura que hacía en el momento, te salía el doble. Por lo menos para vender algo. Lo que sucedió es que –viste cómo son esos eventos- por lo general tenía mucha más afluencia toda la parte del manga y el animé, había una situación de tensión, incluso. Y el público era bastante endogámico, algo que no ha cambiado demasiado, uno de los males endémicos que arrastramos de esa época.

Jim, Jam & el Otro, en los tiempos de la autoedición.

Jim, Jam & el Otro, en los tiempos de la autoedición.

Pero mi stand se empezó a llenar de gente, que solían ser papás que venían con los pibes. Capaz que el pibe quería ver un manga, pero cuando aparecía esto que era algo tipo kermesse y se llevaban un cosito, decían “bueno, dale, sí, sí”. Laburé como un negro ese fin de semana. Supuestamente iba a ser de relax, pero fue el horror. Agoté los fanzines. Y ahí empecé a ver qué era lo que se hacía. Me llamó mucho la atención, por un lado, lo diverso y coqueto del mundo de Llanto de mudo y la coherencia estética y gráfica y la profesionalización de La Productora. Si tengo que destacar de esa época, son los dos grupos que se notaba que manyaban algo profesionalmente. Y ahí medio que me hice amigo de todos: de la gente de Aquelarre, de La Productora, de la gente de Llanto, de la gente de Sacapuntas (Leo Sandler, Pablo Colazo, Walter Koza), de [Rodolfo] Santullo, de [Ignacio] Calero, de Carmichael. Lo que yo descubrí era un colectivo absolutamente heterogéneo, pero ellos se veían muy parecidos entre sí. Yo, que venía de arafue, veía que estaban coyunturalmente ahí todos juntos, pero no había nada más que los uniera. Había mucho más homogeneidad entre –por poner ejemplos anteriores- Columba, Skorpio e incluso alguna parte de Fierro, que lo que yo podía encontrar entre los Guacho! y los Aquelarre. Ahí entré en el mundo este, un mundo muy divertido (nada más divertido que ir a eventos todos juntos, no tengo recuerdos anteriores que sean tan parecidos a una banda de rock en gira), y así fue andando.

Compartir:

Etiquetas: ,

Dejanos tus comentarios: