LOS LOCOS MURPHY
Una serie animada cuyo protagonista es un norteamericano de unos cuarenta y pico de años, gruñón y desagradable; casado con una ama de casa resignada que hace todo lo posible por mantener la economía del hogar en equilibrio; con un hijo rebelde que se le pasa discutiendo con sus mayores y una hija con una mente brillante que choca continuamente con las limitaciones del mundo de los adultos; situada en un típico vecindario de los EEUU con vecinos entrometidos e insoportables. Y no, no es The Simpsons, ni King of the Hill, ni Family Guy: es una producción de Netflix que arrancó en 2015, se llama F is for Family, y ya lleva tres temporadas, con una cuarta anunciada para este año.
¿Y qué puede tener de novedoso, de interesante, una nueva inmersión en la “familia tipo” yanki y su sociedad? ¿Queda algo más para contar luego de unos antecedentes de semejante popularidad? F is for Family viene a demostrar que es posible y, haciéndose cargo de todas las predecesoras, lleva sus temas clásicos a lugares más profundos, pone el foco en los aspectos más oscuros de sus personajes y logra que la risa inicial de varios de los gags se transforme paulatinamente en un mueca nerviosa, amarga, tristemente real.
F DE FRACASO
En su adolescencia, a comienzos de los años ‘50, el joven Frank Murphy tenía un sueño: convertirse en piloto de avión. Su novia Sue (con la voz de Laura Dern) quería terminar una carrera universitaria y convertirse en una gran profesional. Pero en el medio llegó el reclutamiento de Frank para la guerra de Corea y el primer hijo de la pareja, Kevin (Justin Long) -que Frank rebautiza como “el primer accidente”- y todos los sueños se fueron al tacho. Con los años, Frank pasará a trabajar como administrativo en una aerolínea y Sue seguirá postergando sus aspiraciones en pos de criar a dos hijos más, Bill y Maureen, y ocupar su tiempo libre como revendedora de tuppers a domicilio (para la firma “Plast-a-ware”).
Para mediados de los ’70 (época en la que transcurre la serie) Frank se ha transformado en un cuarentón neurótico, racista –pero con un amigo negro, su compañero de trabajo Rosie-, misógino, ególatra, hipócrita… en síntesis: una mierda. Todo el resentimiento contra la sociedad norteamericana que lo llevó a un “deber ser” -como hombre, como padre, como ciudadano- que él no deseaba, lo descarga en forma de estridentes soliloquios y reprimendas contra sus hijos. Por su parte, Sue lucha todos los días por llevar adelante alguna idea novedosa –en la casa o en el trabajo- y sortear la estrechez mental de sus jefes machistas que quieren restringirla “al lugar que corresponde a la mujer”.
Kevin es un adolescente con hormonas en pleno ejercicio de sus funciones, y busca despertar los suspiros de las chicas con su banda de rock progresivo “El monóculo de Merlín”… pero no tardará en descubrir que solo podrá cumplir sus objetivos si transa con el DJ de alguna radio (y compone una canción de menos de tres minutos). Por otro lado el pequeño Bill solo quiere hacer las cosas bien, consigue un trabajo como repartidor de diarios y se enfrenta con los peligros de las calles suburbanas; y Maureen está harta de que la obliguen a hacer “cosas de niñas” y prefiere anotarse en un curso de computación o tirarle piedras a un auto viejo junto a sus amigos del barrio. Completan el elenco Bob Pogo, el jefe de Frank, un personaje con serios problemas alimenticios y el doble de desagradable –si eso es posible- que nuestro protagonista; y los vecinos de la familia: Vic Reynolds (voz de Sam Rockwell), un fiestero en permanente estado de excitación, acompañado de una novia escultural, y perdidamente adicto a la merca –“pero puedo dejarla cuando quiera” dice-; Goomer, el clásico vecino fisgón que le roba la ropa a Frank cuando nadie lo ve; y Otto Holtenwasser, un viejito sobreviviente de Auschwitz, de quien los niños del barrio creen que es nazi y lleva un pentagrama satánico en un colgante en su cuello.
F DE FELICIDAD
F is for Family es una creación del comediante Bill Burr (quien también le pone la voz a Frank), y uno de los primeros elementos que se destacan apenas comenzamos a ver la serie es la construcción milimétrica de los diálogos que pergeñan el propio Burr –de larga trayectoria en el stand-up- junto a Michael Price, guionista de The Simpsons entre 2003 y 2016. En capítulos cortos, de menos de media hora, con una primera temporada de seis, y una segunda y tercera de diez cada una, la serie desarrolla una pequeña historia que comienza y concluye en cada episodio, pero a la vez elabora una trama general que se desenvuelve y crece en el tiempo. De este modo, no hay chistes o gags pensados solo con un efecto humorístico momentáneo, sino que se vuelven recurrentes y, en algunos casos, parte fundamental de la trama. Esto permite un desarrollo de los personajes con mayor profundidad y genera en los espectadores una relación diferente con ellos, mucho más cercana.
La elección de la década del ’70 para la ambientación tampoco es gratuita. Son los años en los que, luego del final del sueño del hippismo y la pesadilla de la guerra de Vietnam, el ideal del american way of life comienza a mostrar sus fisuras, a demostrar que aquel modelo familiar que se buscó edificar e imponer en el mundo occidental no era tan perfecto como parecía. Y eso mismo es lo que parecen cuestionarse los Murphy en cada episodio: si tenemos una familia, un trabajo estable, cuidamos del hogar y defendemos nuestros valores patrios; si hicimos todo lo que sociedad nos pidió de nosotros… ¿por qué no somos felices? Pero a la vez, se sitúa en el pasado para hablarnos del presente. Podemos imaginarnos tranquilamente a Frank como parte de ese sector de la sociedad yanki al que Trump sedujo para alcanzar la presidencia: el de los hombres blancos, defensores de los valores tradicionales de su país y temerosos de perder su empleo a manos de algún inmigrante latino. Del mismo modo, la lucha de Sue por ser escuchada en su trabajo y obtener el respeto de su marido es un reflejo directo de las acciones de las agrupaciones feministas a nivel mundial, y las discusiones que surgieron en la industria cinematográfica a partir del movimiento #MeToo.
En lo referente al aspecto visual y la animación no hay mucho para destacar: es correcta, sin pifies groseros ni tampoco grandes hallazgos. Pero esa funcionalidad es lo que necesita una serie donde lo central pasa por la potencia de la historia, los conflictos y las relaciones entre los personajes. Hay lugar, por supuesto, para el humor negro, la escatología y hasta un toque de absurdo, pero en líneas generales, la crudeza y la contundencia con la que se tocan ciertos temas, a veces apenas velados por el tono de comedia, invitan a algo más que la carcajada o la sorpresa por alguna salida inédita. Pueden ser, tal vez, unos segundos de silencio al final de una escena, o la elección de las palabras, o el espiral descendente en el que se sumergen algunos personajes; lo cierto es que la serie tiene la capacidad de lograr que nos duela la panza de risa para, en pocos instantes, hacer que simplemente… nos duela.
Para cerrar, como decíamos al comienzo, F is for Family está pensada para quienes crecimos de niños con The Simpsons, King of the Hill y Ren & Stimpy, y hoy -con varios años más a cuestas- nos vemos al espejo con otro carácter, otra mirada, otra mochila en la espalda. Pero a diferencia de las anteriores es decididamente política, sincera y descarnada en sus intenciones, y con una visión del mundo, de la familia y las instituciones más ácida, iconoclasta, sin lugar a concesiones. En el discurso y las acciones de Frank, de Sue, de sus hijos y vecinos, podemos reconocernos, incluso en sus momentos más miserables. Para encontrarlos, basta con ingresar al buscador de Netflix y animarse a enfrentarlos. No se van a arrepentir.
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