Snowtown es tierra de nadie, una ciudad tenebrosa, decadente y pobre, y definitivamente el peor lugar donde uno podría ir a parar; los servicios están al borde del colapso, las estructuras sociales son prácticamente inexistentes, y la ciudadanía se divide en dos grupos, los desesperados y los hostiles.

Fell

20/09/2010

| Por Andrea Vega

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Portada de Fell # 1


Ciudad Salvaje

Snowtown es tierra de nadie, una ciudad tenebrosa, decadente y pobre, y definitivamente el peor lugar donde uno podría ir a parar; los servicios
están al borde del colapso, las estructuras sociales son prácticamente inexistentes, y la ciudadanía se divide en dos grupos, los desesperados y
los hostiles. Aquí es donde el detective Richard Fell es transferido desde la gran ciudad al otro lado del puente, e inmediatamente nos damos
cuenta de que no fue por voluntad propia. El único precinto policial local tiene tres detectives y medio –porque uno de ellos no tiene piernas-,
pero estos miembros de las fuerzas del orden hace tiempo que han dejado de luchar contra el constante retroceso de la ciudad hacia un estado
primitivo. Fell, un tipo inteligente y fascinado por la psicología, y poseedor de un poder de observación realmente extraordinario, recibe vía
libre por parte de su nuevo jefe para hacer las cosas a su manera. Su nuevo vecino acaba de morir en circunstancias confusas, y ése termina por
convertirse en su primer caso a resolver. A partir de ahí, Fell lidiará en cada episodio con crímenes extraños e impactantes (incluso cuando no
se encuentra de servicio), mientras trata de sobrevivir en un lugar donde nada parece tener sentido.

El experimento comenzó con un formato y una idea a medias. Warren Ellis quería crear un comic que fuera más económico, aunque tuviera una menor
cantidad de páginas de lo habitual. Pero para que el lector aún pudiera obtener una experiencia satisfactoria, había que comprimirlo todo y recurrir
a un formato de 9 cuadros por página, condensando así gran cantidad de información en un espacio reducido. El resto de las 24 páginas se completaría
con extras –notas del guionista, bocetos, cartas de lectores, etc. El único problema era hallar un artista que estuviera dispuesto a producir 16
páginas densas por mes a cambio de nada; ahí fue cuando Ben Templesmith apareció en escena y nació Fell, una serie inspirada en la novela negra con
todos los elementos necesarios para ganarse tu adoración: diálogos ácidos e inteligentes, un antihéroe cínico, historias crudas, situaciones extremas,
y una ciudad opresiva cuya influencia es tan intensa que prácticamente puede considerarse un personaje más.


En términos del argumento, Fell no te obliga a seguir cada episodio religiosamente, y mucho menos a leer dos o tres sagas más para poder entender el
material entre manos. Todo parte desde un escenario y un puñado de personajes, así que leerlo no es más difícil que ver cualquier episodio de un programa
televisivo de procedimiento como CSI o La Ley y el Orden. En cada número hay un caso por resolver, y los actores centrales son el detective, las víctimas,
y los victimarios. Las historias son autocontenidas y nada impide que un nuevo lector se sume en cualquier momento. Por supuesto, la experiencia será mucho
más gratificante al leerlas a todas, porque también hay algunos detalles de continuidad que Ellis magistralmente incluye en cada episodio, lo que le otorga
al comic un hilo conductor que enriquece la lectura. Por ejemplo, en casi todos los capítulos hay un personaje recurrente acerca del cual no se nos provee
información alguna y cuyo rol en la trama es incierto, una monja bajita y regordeta que usa una máscara de Nixon y va por ahí comprando armas o incentivando
a la gente desesperada al suicidio (y provocándole escalofríos al lector, dicho sea de paso). También está la incómoda relación que Fell inicia con Mayko,
una cantinera local con sus propios problemas y secretos, alguien que cree en la necesidad de marcarlo a fuego para asegurar su supervivencia en esta ciudad
maldita. Y lo que es quizás más importante que todo lo demás, sea el hecho de que Fell oculta algo. ¿Cómo es posible que un detective tan brillante, con todo
lo necesario para hacer carrera en una ciudad importante, haya venido a parar a esta cloaca? Uno se queda con la sensación de que aquí hay mucho material
todavía no explorado que sería perfecto para futuras historias, pero por ahora no obtendremos una respuesta definitiva.


Caído en desgracia

Como era de esperar, las historias son bizarras y bastante enfermizas, pero si al menos de vez en cuando lees los titulares de los diarios (de cualquier parte
del mundo), ninguna de estas situaciones te resultará demasiado exagerada. Hay crímenes domésticos que revelan terribles verdades ocultas en el seno de las
familias, gente dispuesta a cometer los actos más terribles por un irracional deseo de venganza, y abogados elocuentes e inescrupulosos dispuestos a devolver
a las calles a los más perturbados asesinos, entre muchas otras cosas. Las resoluciones (cuando las hay) nunca son forzadas, porque cada pieza caerá en su lugar
por sí sola y a su tiempo, pero nunca nada será fácil para Fell; no solamente porque está en un lugar donde no se cuentan con recursos humanos, ni financieros,
ni tecnológicos, sino por la aceptación generalizada entre la población de que la violencia es algo natural en esta ciudad, que nadie será capaz de hacer una
diferencia, y que lo único que les queda es usar el símbolo de la ciudad como una especie de escudo mágico de protección. Es debido a eso que, aunque no hay nada
sobrenatural en estas historias, el lector se queda con la impresión de que hay un poder más grande oculto entre las sombras, responsable del mal que habita cada
rincón de Snowtown. Pero más allá de la crudeza de las historias, Ellis también incorpora buenas dosis de humor negro en los diálogos, las situaciones y la
caracterización, y así nos encontraremos con mordaces intercambios entre Fell y sus compañeros de trabajo, un forense que come despreocupadamente delante de un
cadáver abierto de punta a punta, o unos paramédicos que se sacan fotos con una boa muerta.


Sumado a todo eso, está el trabajo de Ben Templesmith, que logra otorgarle al comic una estética única. Con su narrativa clara pero llena de experimentación visual,
es sin duda el artista perfecto para esta obra tan particular. En cuanto a la composición, Templesmith se adapta perfectamente a las exigencias de una estructura
tan ajustada como ésta; si Ellis requiere suprimir dos cuadros y ubicar un mapa en su lugar, o un flashback que capte la perspectiva de un niño, o simplemente mantener
los 9 cuadros por página, Templesmith lo ejecuta de manera soberbia. Por otro lado, su estilo oscuro y borroso, y sus figuras que rozan lo grotesco, ayudan a reforzar
la atmósfera lúgubre creada por el guión y son ideales para un comic lleno de tensos enfrentamientos finales que toman lugar en espacios reducidos y poco iluminados.
A eso hay que sumarle una fantástica paleta de colores, con muchos grises y azules para exteriores –como si la ciudad viviera permanentemente en medio de un crepúsculo-
y una amplia gama de distintas tonalidades para interiores. En general cada imagen y ambiente tiene un color dominante, excepto en una sola ocasión, cuando el artista
representa el estado de una persona bajo los efectos de las drogas con una mezcla de colores intensos. Otro gran acierto del artista se puede observar en las secuencias
en las que Fell reduce a los criminales a los golpes, momentos que son captados en imágenes difusas, creando así la sensación de movimiento.

Lamentablemente, si bien no hay una cancelación oficial, tampoco hay noticias de que la serie vaya a continuar en un futuro cercano. Algunas fuentes aseguran que los
guiones que tenía Ellis para futuras historias se perdieron cuando su computadora se echó a perder a fines de 2008, y que actualmente se encuentra en proceso de recrearlos.
Espero ansiosamente que en algún momento podamos seguir disfrutando de esta magnífica serie, otro de los grandes aciertos de uno de los guionistas más alucinantes que haya
dado el Noveno Arte.

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