Es probable que no exista, dentro del ambiente del humor gráfico, un tipo tipo más querido que Eduardo Ferro ("Ferrito" como lo conoce todo el mundo). En su larga trayectoria profesional como dibujante y docente ha cosechado amistades y simpatías por donde sea que pasara, y es difícil encontrar a un humorista gráfico que no tenga al menos una anécdota que lo incluya.

¡FERRITO ES QUEVEDOS!

18/11/2007

| Por Javier Hildebrandt

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Eduardo Ferro y su hija Carmen con el premio Quevedos

Eduardo Ferro y su hija Carmen con el premio Quevedos


Es probable que no exista, dentro del ambiente del humor gráfico, un tipo tipo más querido que Eduardo Ferro («Ferrito» como lo conoce todo el mundo). En su larga trayectoria profesional como dibujante y docente ha cosechado amistades y simpatías por donde sea que pasara, y es difícil encontrar a un humorista gráfico que no tenga al menos una anécdota que lo incluya. Además, con sus 89 años, el Maestro cuenta -me consta- con una vitalidad y una rapidez mental que ya envidiarían muchos que todavía no llegan a los 30… Y sigue dibujando, haciendo chistes y contando historias como si fuera la primera vez.

Por eso es doble la satisfacción de este Premio Quevedos: por un lado, como retribución a un tipo que ha sabido ganarse el cariño tanto del público como de sus colegas; y por otro, como un merecidísimo reconocimiento a una obra inabarcable, y un flor de incentivo para apuntalar su reedición en nuestro país (que, de manera inexplicable, es muy difícil de conseguir).


El premio Quevedos

El premio Quevedos


Qué vedo!
El Premio Iberoamericano de Humor Gráfico Quevedos surge en 1995 por iniciativa de la Fundación General de la Universidad de Alcalá de Henares, dentro del Programa de Humor Gráfico que la institución desarrolla desde 1992. En el ’96, el proyecto se presenta ante el Rey de España, y obtiene su aprobación en el ’98.

El galardón se entrega cada dos años, y se ha constituido como el más prestigioso e importante a nivel económico, con una dotación de 30.000 euros. La primera distinción la recibió Antonio Migote, en 1999. Le sucedieron Joaquín Salvador Lavado (Quino) en el 2001, José María González Castrillo (Chumy-Chúmez) en 2003, y Andrés Rábago García (El Roto) en 2005.

La ceremonia de premiación de la edición 2006 se llevó a cabo el 18 de octubre pasado, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, donde estuvieron presentes las autoridades del gobierno y de la institución, gran cantidad humoristas gráficos y medios de prensa.
Mordillo recibe el premio de manos del Ministro de Cultura

Mordillo recibe el premio de manos del Ministro de Cultura


Hacía allí también viajó la muestra «Homenaje a Eduardo Ferro por sus Colegas» organizada por el Museo de la Caricatura Severo Vaccaro, en la que más de 300 dibujantes reinterpretaron las 15 primeras páginas de «Langostino», y algunas de «Bólido» y «Chapaleo» (la misma que se vio en nuestro país en diciembre de 2004 en la Universidad de Palermo, y en marzo de 2005 en el Centro Cultural Recoleta); y una mega exposición de trabajos originales realizados por el propio Ferro. Ambas muestras contaron con la curaduría de los humoristas Claudio Kappel y Nando, quienes también confeccionaron un trabajo monográfico sobre Ferrito, que se publicará en la próxima edición de la revista Quevedos.

Impedido de viajar hasta Alcalá, fue su fiel amigo y colega Guillermo Mordillo quien -luego de un emotivo discurso- recibió la estatuilla de manos del Ministro de Cultura de España, César Antonio Molina.

Acto seguido, Carmen Ferro (hija de Eduardo) pronunció unas palabras de agradecimiento, y leyó un discurso preparado especialmente por su padre para la ocasión. Estas fueron sus palabras:


A la Fundación General de la Universidad de Alcalá

A los Ministerios de Asuntos Exteriores y Cooperación y de Cultura de España

Al Museo Argentino de Caricatura Severo Vaccaro

A mis colegas

Al Público en general


Muy respetuosamente os pido indulgencia si desentono en lo protocolar. No es mi fuerte, aunque respeto profundamente las reglas que hacen al debido orden de las instituciones, principalmente las de la cultura.
Os doy mis más sinceras gracias, no sin antes aclarar que no le concedo otra importancia a mi ausencia que la que le otorga vuestro importantísimo premio, en honor al cual estimo que de debo justificarla.
Me entristece, claro, pero mi alma jubilosa estará en todos los actos, para quienes la quieran notar.
Ahora bien, la verdad quiero decirla con lo que me queda del corazón, que cada día más claramente viene diciéndome: «no me exijas más esfuerzos…» y terminé escuchándolo.
Entonces: sería muy romántico «Morir en Madrid» pero me aterra imaginar con cinta de luto al brillante trofeo Quevedos. Con esto doy por concluida la parte triste.
Rápidamente paso a lo que atenúa mi taquicardia: ensoñar la sonrisa indulgente de todos vosotros.
Sentir en mi espalda cariñosas palmadas de mis notables antecesores en el premio, diciéndome: «Tranquilo, Ferrito… estáis disculpado. Dibujaremos un viejo con vuestra facha, para que aparezcáis en las fotos.»
A estas imágenes se suma la alegría de que sea el gran Mordillo, quien reciba el trofeo en mi nombre.
¿Quién mejor que este amigo del alma, exquisito humorista, ético caballero y… (permitidme que esto, lo diga en «gaucho»)… genero «al mango»?
Continuando, y para ampliar un poco el placer de estar con vosotros aunque sólo sea virtualmente, os describiré de qué manera el célebre Quevedo signó mi vida.
Esto comenzó en los años 30, cuando repentinamente cundió por Buenos Aires una onda de cuentos pícaros llamados «de Quevedo» que atrapó hasta a los chicos como yo, que a la sazón tenía poco más de trece años.

Ya no me conformaba con mirar por la ventana el suburbio en que vivíamos y buscaba mezclarme en la «universidad de la calle».
Mamá, que no dejaba de vigilarme, me sorprendió relatando uno de esos cuentos en el cual, por una urgencia física repentina, Quevedo está «ensuciando» el artístico jardín de una condesa que exclama horrorizada al descubrirlo:

«-¡¿Qué vedo?!»-, provocando la famosa conclusión del susodicho:

«-¡Hasta por el culo me conocen!»

Desenlace escandaloso por aquellos por aquellos tiempos, que me costó el único sopapo que me propinó mi madre en toda mi vida, y que no olvido. Un primo culto, que fue testigo del momento, me preguntó algo más tarde: «- ¿Sabes quién fue el célebre Quevedo?
Me encogí de hombros, claro.
Para mí era lo que para todo el pueblo: el personaje de los cuentos picantes y ¡Chau!
Pero no terminó con su pregunta la intervención de mi primo culto. Me alcanzó un libro de Quevedo. «Léelo -me dijo-, «y después me dices qué te pareció».
El haber motivado la indignación de mi madre me hizo dudar de que pudieran ser de un Genio famoso aquellos cuentillos de Quevedo que divertían al grueso de la gente.
Pero gracias al libro de mi culto pude leer este fragmento de la Pavura de los Condes de Carrión:

«¡Guarda: el león!,
Y en esto entró por la sala.
apenas Diego y Fernando
le vieron tender la zarpa
cuando hicieron sabedoras
de su temor a las bragas.
El mal olor de los dos
al pobre león engaña,
y por cuerpos muertos deja
los que tal perfume lanzan».



Allí comprobé que en el mismo asquete de mi cuento censurado volvía a encontrar la inspiración el gran Quevedo.
Pensé en llevarle a mi madre el libro que recibí prestado para que me disculpara, pues llegué a comprender que el humor es digno y propio de los grandes estrados ya que existe en cada Hombre y en su propia y sencilla felicidad.
Que la última risa sea gracias al genio que nos abrió el camino a este Paraninfo.
¡Hasta siempre, Alcalá de Henares!
Muchas gracias.

Para más testimonios y fotos de esta edición del Premio Quevedos, los invitamos a que recorran el blog de Claudio Kappel y el de Nando, testigos presenciales del evento.

Los dejamos, para cerrar, con un video de la ceremonia realizado por Carlos Alberto Villegas Uribe.

Grande, Ferrito! Felicitaciones!!

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