“A diferencia del ario, el judío es incapaz de fundar un Estado e incapaz asimismo de crear nada” (Adolf Hitler)
Nuevamente tenemos en Comiqueando una reseña de un libro de Sergio Langer y, una vez más, corremos el temible riesgo de caer en el abismo de las reiteraciones. Es inevitable, sin embargo, que algunos adjetivos se repitan: corrosivo, oscuro, despiadado, abrumador, grotesco, genial… Pero vale la pena en esta ocasión (y siempre) caminar por la cornisa. Porque a pesar de tratarse de una recopilación de más de 350 páginas de chistes, historietas y dibujos, y de abarcar desde su título un amplio tema común, Judíos no es un solo libro: son muchos.
En lo formal, el volumen conserva el formato de otras recopilaciones de humor gráfico: una división en secciones que abarca los tópicos de la religión, las costumbres, la Shoá, el nazismo, el conflicto palestino-israelí, la cultura judía; otras que amplían los conceptos hacia la discriminación, el racismo y el rol de la Iglesia Católica, y un apartado que incluye temáticas de inmediata actualidad, como las decapitaciones del ISIS y la masacre de Charlie Hebdo. Mechados entre infinidad de viñetas humorísticas aparecen historietas de las series de Mamá Pierri y Clase Media, y la formidable “La vida es bella”, que abre el libro con una desgarradora ucronía sobre la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.
“Todo lo que escribe ese judío piojoso es basura” (Alberto Pierri, presidente de la Cámara de Diputados, en referencia al periodista Román Lejtman)
Si nos guiamos por la enumeración anterior pareciera que estamos hablando de un compendio abultado de notas periodísticas o históricas. Pero ya sabemos que la magistral labor de Langer es aportar su mirada desde el humor y la ironía para desnudar el costado más oscuro de estos temas. Por supuesto, el efecto es la risa, la sonrisa o la sorpresa, pero en casi todo el libro el costado trágico se vislumbra apenas por debajo de la superficie. Basta con rasgar un poquito sobre la línea para enfrentarnos con una realidad desoladora. Esto provoca de forma poco menos que obligatoria que tengamos que cerrar el libro varias veces, tomarnos un respiro para digerir y reflexionar sobre el horror que subyace bajo la máscara cómica. El propio autor lo explicita en el prólogo, en referencia al remanido debate acerca de los límites del humor: “Imagino que en un mundo sin horror el humor podría referirse, por ejemplo, al amor, a la soledad o al perfume blanco de los jazmines en una noche de diciembre. Mientras tanto, los límites del humor son los mismos que los límites del horror. Ninguno”. De todos modos, para descansar de tanta triste actualidad, Langer también sabe dosificar algunas viñetas de esas que solo buscan hacernos reír fuerte, hacia afuera, con ingeniosos juegos entre el dibujo y las palabras.
Y cuando el dibujo no cuenta con el apoyo de las palabras, el autor parece superarse a sí mismo en cada viñeta con su potencia expresiva. Toda una sección del libro está dedicada exclusivamente a ilustraciones, ensayos sobre los estereotipos de la cultura judía que van mucho más allá de la idishe mame, el moishe vendedor de telas e incluso la víctima de un campo de concentración. De manera permanente, Langer desafía los casilleros en los que se ubica tradicionalmente a la cultura hebrea, y escarba sobre los pilares de cierto antisemitismo aceptado por la sociedad argentina, detentado aun por aquellos que rápidamente salen a defenderse invocando a su “amigo judío”.
En el aspecto gráfico, el libro presenta múltiples formatos, pero en todos predomina la clásica línea densa de Langer, que da forma a personajes grotescos, neuróticos, por momentos exacerbados en sus aspectos más monstruosos. El uso del color, si bien no es abundante, está aplicado con criterio casi exclusivamente narrativo. Y también aparecen, de vez en cuando, algunas viñetas con una línea más fina y un trazo acelerado, casi como de boceto. Aquí es donde por lo general predomina la idea o el gag antes que el grafismo, como si se tratara solo de un vehículo eficaz para que el chiste no pierda frescura ni actualidad.
“Y si vos sos judío no me vengas a cantar el Himno, la concha de tu madre. ¿Me entendés? Cada lechón en su teta es el modo de mamar.” (Ricardo Iorio)
Hasta aquí Judíos es un muy buen libro de humor gráfico e historieta, no muy distinto de cualquier recopilación exhaustiva (más o menos “integral”) de un determinado autor. ¿En qué se diferencia de otros? Sobre el final del volumen, Langer incorpora una serie de documentos familiares, fotografías, cartas y dibujos que relatan parte de su historia familiar. La detención de su madre, su abuela y sus tíos en un campo de concentración nazi, fotos de su tío que combatió en Stalingrado, su intercambio epistolar con Simon Wisenthal, la historia del hotel uruguayo en el que se alojó Mengele… el peso que adquiere este apéndice es tal que lo transforma en un libro aparte y logra que la lectura de todo lo anterior (no es arbitrario que se encuentre al final) cobre un significado hasta entonces inédito. En la presentación que se realizó en el Espacio Moebius, Langer comentó que había tenido reparos en incluir toda esa documentación y no fue sino a último momento que se decidió por agregarla. Luego de su lectura es absurdo y absolutamente imposible imaginárselo sin él.
Finalmente, Langer encuentra la mejor manera de ensayar una autobiografía: desandando el camino, buceando entre sus décadas de trabajo hasta encontrar el motivo, esa semilla inicial que lo impulsó a dedicarse al dibujo y al humor gráfico. El material sigue siendo el mismo, pero la mirada, luego de haber vislumbrado ese comienzo, es completamente nueva. Por eso este libro es tan valioso: Langer parece haber armado Judíos para él mismo, pero ha tenido el valor de hacerlo público y compartirlo con el mundo. Bajo su simplicidad aparente en el título, e incluso en la portada, esconde todo un universo de complejidades, contradicciones, estridencias, caos creativo, sinceridad última y definitiva. Un cúmulo de emociones que bien puede resumir la vida de cualquiera.
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