Siempre que hablamos de los comics norteamericanos de los ´80, destacamos cómo el vuelco del mercado hacia las comiquerías debilitó notablemente el poder del ente censor, el Comics Code Authority. En los ´90, la tendencia se profundizó y el CCA pasó a ser masivamente ninguneado por un montón de editoriales que trabajaban exclusivamente para el circuito de venta directa. Por supuesto, esto tuvo consecuencias indeseadas: un par de piolas decidieron que, si se las disfrazaba mínimamente de historietas de aventuras, podrían venderle comics porno a los adolescentes pajeros que poblaban las comiquerías. El pionero fue Joseph Michael Linsner, que presentó a Dawn (reina de la lingerie comiquera) en Diciembre de 1989. Ahí nace una tendencia que crecerá con los años y hará que, para mediados de la década, el Previews se convierta en el book de una agencia de escorts regenteada por Drácula, Saurón, Hitler y Satanás.
Si los pibes ardían con comics de chabones gigantescos, violentos, con enormes chumbos o espadas, ¿cómo no se van a cebar si les cambiamos los chabones por unas minas que estén buenísimas? Así surgieron decenas de “heroínas” , retratadas como bestias sanguinarias de senos monstruosos, sexualidad enfermiza y ética inexistente. Satanika, Vamperotica, Avengelyne, Darkchylde, Hellina… cualquier yiro agresivo con escasa vestimenta y armado hasta la argolla tenía grandes posiblidades de prosperar.
Casualmente, a las que tenían espadas les iba mejor (Witchblade, Glory, Lady Death), con lo cual pronto se popularizó el uso de esta arma: surgía el subgénero conocido como Tetas y Espadas. El éxito parecía acompañar también a aquellas que se involucraban en temas místicos (ángeles, demonios, magia, etc.), con lo cual las hechiceras y sacerdotisas brotaron como hongos, para afianzar el otro subgénero: los Yiros Místicos, cultivado con especial éxito por el sello Top Cow. Como casi todas las bad girls venían de editoriales chicas (las más grandes eran los estudios que componían Image), siempre fue fácil el tema de los team-ups entre chicas de distinta editorial, algo que cebaba mucho a los fans. DC llegó incluso a habilitar un Catwoman-Vampirella, que más vale olvidar rápido.
Lo más patético fue que muchas veces el crecimiento de las bad girls fue en detrimento de otros personajes. Lady Death empezó como personaje secundario de Evil Ernie (en la editorial Chaos) y pronto lo desplazó al olvido. En la editorial Topps, la cowgirl atorranta Lady Rawhide hizo lo mismo, pero con un personaje de mucha más chapa: el Zorro. Hasta tal punto no importaban los guiones en estos comics, que algunos editores (como Chaos y Maximum, del ídolo Rob Liefeld) llegaron a editar especiales que contenían sólo pin-ups de las “heroínas” en ropa interior, obviamente en poses copiadas de las revistas eróticas.
Y como todo, un día el boom de las bad girls pasó a segundo plano y decayó hasta desaparecer. Mucho que ver tuvo la gran penetración del manga en EEUU, ya que apuntaba al mismo público (adolescentes pajeros) pero con tetas al aire y escenas de sexo mucho menos sugeridas. Los yankis se quedaron a mitad de camino y nunca hicieron el especial “Lady Death se garcha a un ejército”, o “336 ninjas le hacen un bukkake a Shi”. Y los ponja, con un mísero cartelito de “Parental Advisory” los pasaron por encima.
ACCION, MUSICA, DRAMA
En medio de este nefasto tsunami de historietas obscenamente mal escritas, burdas y predecibles, surgió una joya memorable, un comic complejo, sugestivo, cautivante, absolutamente personal y que aún hoy sigue vigente. Estamos en 1994 y la siempre tercerona editorial Caliber prueba suerte con Kabuki: Fear the Reaper, un unitario en blanco y negro a cargo de un autor de Ohio totalmente desconocido, que por entonces cursaba sus estudios universitarios. Entre los millones de comics con yiros de escasa vestimenta y espadas sanguinolientas, la interesante creación de David Mack estaba condenada a pasar absolutamente desapercibida. Pero a los críticos les gustó, a los dibujantes también, y se empezó a generar de a poco un cierto interés en el personaje. Además de las 38 páginas de Fear the Reaper, Mack tenía hechas otras 25, que en realidad eran material que había ido descartando, a medida que mejoraba su nivel y se daba cuenta de que parte de lo que ya tenía hecho no estaba a la altura del resto. Pero, como Mack trabaja a un ritmo lentísimo y faltaba mucho para tener otras 25 páginas 100% nuevas, el descarte se convirtió en Dance of Death, una historia menor, eternamente a la sombra de Fear the Reaper, pero que a Caliber le sirvió para capitalizar el interés que empezaba a generar la obra de Mack.
Fear the Reaper es, en sí misma, una obra maestra. Aquí Mack se las ingenia para presentarnos a la protagonista, brindarle un origen apasionante, explicar su vinculación con la agencia secreta gubernamental llamada Noh, sentar las bases de este Japón del futuro en el que transcurre la saga, y hasta narrar con principio, desarrollo y final la caída de Snow, un mafioso de la droga convertido en magnate de las comunicaciones.
A años luz de lo que dibuja hoy, acá Mack ya sorprendía por su manejo de la acción, del blanco y negro, de la anatomía, del diseño, de la metáfora y la sutileza, de los juegos con tramas, recortes y fotocopias, y sobre todo por la versatilidad de su trazo (que por momentos recuerda a Frank Miller y por momentos a Quique Alcatena) y por la profundidad y la precisión del guión, que es prácticamente un mecanismo de relojería, hábilmente condimentado con buenas dosis de filosofía y cultura japonesas.
Con dos unitarios a sus espaldas, Kabuki recibe la chance de embarcarse en una saga más extensa, y así surgen los seis magníficos episodios que integran Circle of Blood, donde pasa absolutamente de todo. No me quiero extender en el argumento, pero digamos para sintetizar que aquí Kabuki conoce, confronta y mata a su verdadero padre y termina por sublevarse a Noh y hacer boleta a todos sus ejecutivos, incluso al hombre que la crió como si fuese su hija. En esa batalla Kabuki recibe un balazo, agoniza y ¿muere?. No se sabe.
¿Cómo se las ingenia Mack para producir tantas páginas a un ritmo razonable sin bajar la calidad? Fácil: los mismos dibujos aparecen una y otra vez, aunque cambien los textos y hasta la puesta en página. No todos, claro. Hay muchos dibujos pensados para ser usados una sóla vez. Pero son muchísimos los que se reciclan. En 1995, por ejemplo, Mack realiza una historieta breve (6 páginas) para una antología promocional de Caliber, que resulta un homenaje a su madre, Ida, que acababa de morir. Pocos meses después, esas 6 páginas reaparecen con mínimos cambios como parte del n°4 de Circle of Blood. Como Mack es diseñador gráfico, su tratamiento de la imagen y su cancha para la narrativa le permiten pilotear con éxito el constante reciclaje de dibujos, al mejor estilo Carlos Meglia.
(Muy pronto, la segunda parte)
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