Uh, ¿por dónde empezar? Lo primero que se me ocurre es “gracias”, pero se supone
que así terminan este tipo de crónicas…
Y bueno, empecemos por lo obvio: Entre el 20 y el 24 de Octubre se llevó a cabo
el Tercer Festival de la Historieta, con actividades en las ciudades chilenas de
Valparaíso (20 al 23/10) y Santiago (24/10). La temática del Festival fue el patrimonio
de la historieta en América Latina y, con esa consigna, se sumaron a los autores,
editores, comerciantes, periodistas especializados y fans de Chile, unos cuantos
invitados de otros países de la región.
En representación de Paraguay, estuvieron el guionista Robin Wood y el dibujante
y especialista Roberto Goiriz.
Por Uruguay, llegaron el guionista y editor Rodolfo Santullo y Marcelo Sánchez,
organizador del festival Montevideo Comics.
Por Bolivia, estuvo Joaquín Cuevas, dibujante y organizador del festival Viñetas
con Altura.
Por Colombia, el especialista Bernardo Rincón, titular de la cátedra de Historieta
en la Universidad Nacional de Colombia.
Y por Argentina, el dibujante Eduardo Risso y los especialistas Fernando García
(director de la revista virtual Sonaste Maneco) y el autor de esta reseña.
La organización corrió por cuenta de la especialista Claudia Contreras y su marido,
el especialista y dibujante Cristian Díaz (conocido también como TEC).
La mayoría de las actividades tuvieron sede en la alucinante ciudad de Valparaíso,
donde viven unos porteños que no toman mate ni leen el Clarín apretados en el subte.
En un museo se presentó una muestra de revistas chilenas de historietas de todos
los tiempos, y en un centro cultural (el ex-Café Vienés) se montó otra muestra de
publicaciones, correspondientes a Argentina, Bolivia, Colombia, Paraguay y Uruguay,
más un sector dedicado a la obra del legendario Robin Wood. La muestra de revistas
argentinas fue curada por Fernando García y el autor de esta reseña y se armó con
el criterio de exhibir las 50 publicaciones más importantes del período 1908-2008.
También en el Café Vienés, los invitados protagonizamos varios coloquios abiertos
al público, al que asistieron autores, fans y comerciantes locales, charlas informales
que a veces derivaron en debates y otras en clínicas y revisión de portafolios de
los asistentes.
En Valparaíso también nos tocó ofrecer charlas en colegios y visitar estudios de
diversas radios como invitados de distintos programas.
En Santiago, las actividades del viernes 24 consistieron en dos charlas en un centro
cultural majestuoso, seguidas de preguntas del público asistente, integrado por
estudiantes, historietistas, editores y otros profesionales del comic chileno.
Y todo eso –que es un montón- no empieza siquiera a reflejar la enorme chapa y la
enorme onda de este festival. Ni su valor cultural, ni su potencial impacto en la
industria chilena del comic, ni su aporte a todos los que salimos enriquecidos por
la experiencia.
Charla en la Biblioteca Nacional de Valparaíso, a cargo de Marco Torres
(Chile), Marcelo Sánchez (Uruguay), Andrés Accorsi (Argentina), Roberto
Goiriz y Robin Wood (Paraguay) y Renzo Soto (Chile).
El Festival fue mucho más allá de las actividades, de sus resultados y de su convocatoria.
Para empezar, porque la mayoría de los invitados llegamos a Valparaíso dos días
antes de que empezara y nos fuimos casi dos días después de que terminara. O sea,
cuatro días sin actividades con público, en las que compartimos TODO entre nosotros
y los organizadores. Si bien no todos nos conocíamos de antes, la onda que se creó
fue ALUCINANTE y la cantidad de anécdotas inolvidables y desopilantes excedió los
cálculos más optimistas. El trato que se nos brindó fue EXCELENTE y todo el tiempo
se cuidó hasta el más mínimo detalle para que la pasáramos genial, desde los paseos
de compras para los que viajaron con sus esposas, hasta la disco con música ochentosa
para el boludo argentino que extrañaba a Requiem.
Ayudó el clima, ayudó la ubicación del hotel, ayudó el humor, ayudó el talento…
hasta el hecho de que el domingo 26 hubiese elecciones municipales en todo Chile
jugó a nuestro favor (aunque es laaargo explicar por qué). Valparaíso se convirtió,
durante unos días, en un lugar mágico y fascinante donde todo estaba ahí para que
nosotros la pasáramos genial. Hablamos MUCHISIMO de historieta, pero también de
política, de comida (tema inevitable en una ciudad donde se come tanto y tan bien),
de viajes, de eventos… de todo, bah. Conocimos a un montón de gente del mundillo
trasandino, y pudimos conversar tanto con un historietista que se hizo famoso actuando
en un programa cómico de TV (Rodrigo “el Ratoncito” Salinas), como con autores talentosos
que son injustamente ignorados dentro y fuera de Chile, y por supuesto con jóvenes
que buscan entrar en el mundo del profesionalismo, fans ya entrados en años nostálgicos
de otras épocas (sí, también hay nostálgicos de la época de Pinochet), comerciantes
improvisados y cortoplacistas cuyos locales daban pena (acá no hay de esos, no?),
genios de increíble humildad y mediocres de increíble soberbia.
Chile es un país… raro, donde se produce mucha historieta pero casi nada de lo
que se produce repercute ni dentro ni fuera del país. Eso le da a todo el ámbito
una sensación de estar… no sé si a la deriva, pero sin una dirección clara en
cuanto a qué hacer para convertir toooodos esos proyectos aislados en algo así como
una industria que abastezca a algo así como un mercado. La cantidad de publicaciones
es enorme, y la de eventos, ni hablar… directamente faraónica, como si estuviéramos
hablando de España o Italia.
Casi todos esos emprendimientos reciben guita del Estado, pero nadie supervisa si
son rentables, si salen bien, si logran las metas que se proponen a la hora de ir
a pedir los fondos… Entonces se hace mucho, pero nadie se calienta demasiado a
la hora de difundir, de vender el producto, de garantizar una continuidad. Pocos
entienden –además- que si al otro le va bien, a la larga le va a ir bien a todos,
y se hace cuesta arriba consensuar proyectos y hacer causa común incluso dentro
de un ámbito pequeño, donde casi todos se conocen y donde la distancia entre los
dos principales polos generadores de propuestas (Valparaíso y Santiago) es de apenas
120 kilómetros.
Y dentro de ese panorama, muy activo pero poco alentador, aparecieron Claudia Contreras
y Cristian Díaz con una propuesta arriesgada, muy enfocada a lo cultural, muy abierta
a todas las expresiones del comic chileno, muy generosa a la hora de permitir y
fomentar por todos los medios posibles la interacción entre los autores locales
y los Monstruos Sagrados de los países cercanos, como Robin o Risso. Sin duda, el
mundillo chileno necesita más gente como Claudia y Cristian. Y sin duda, un espacio
de reflexión y de intercambio de ideas tan intenso como este festival, va a dejar
su huella en los actores del mundillo que se acercaron a participar.
En nosotros, la huella son algunos kilos de más (¿les dije que se come BARBARO?),
nuevos amigos, nuevas anécdotas y otra experiencia fascinante vinculada con la historieta
como fenómeno cultural, con la fraternidad entre los colegas latinoamericanos y
con el optimismo que compartimos los que observamos de cerca cómo evoluciona el
comic en nuestra región.
Por todo eso, por la chorrillana, por la H de Hormazábal, por las noches del Máscara,
por el Sandro chileno, por Zuliana, por las hortalizas, por los quiltros, por el
hijo del Charles Bronson chileno, por la Liga Contra el Alcoholismo, por el karaoke,
por los mariscos en lo de Pancho, por todo, esta nota desemboca en aquel inmenso
“gracias” con el que amagó con empezar.
Valparaíso es un sentimiento. Y la vanguardia es así.
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