Con cuatro películas, una serie de 13 capítulos y un cortometraje, este director marcó a fuego las posibilidades que nos ofrece la animación a la hora de narrar historias.

Las películas de Satoshi Kon (parte 1)

21/04/2025

| Por Gregorio Guerrero

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Cuando hablamos de largometrajes animados, de películas que rompieron esquemas y cambiaron la forma de ver el cine, es inevitable nombrar a Katsuhiro Otomo y su ya famosísima Akira. A base de un presupuesto abultado, una historia robusta, y un director novel con hambre de gloria, Akira se transformaba en el pionero de la conquista de Occidente, y le abría los ojos a los animadores japoneses de que el cielo estaba al alcance de la mano. Lo que no se sabía, es que en ese momento comienza a prepararse el terreno para la llegada de un nuevo amo y señor de la animación. Alguien que estaba dispuesto para ir un paso más allá.

Por suerte para todos, Otomo era un Dios generoso para con aquellos a quienes consideraba dignos. Y uno de sus más destacados ayudantes, era nada menos que Satoshi Kon, un mangaka relativamente nuevo pero que estaba mucho más interesado por ser partícipe del mundo animado, dinámico, que del mundo estático de las editoriales. Así, entre tableros de dibujo da comienzo a la historia de un emblema para el cine moderno. Con cuatro películas autorales en su haber, una serie de 13 capítulos y un cortometraje, este director marcó a fuego las posibilidades infinitas que nos ofrece la animación a la hora de narrar historias. No es el objetivo de esta nota hablar de sus obras menores, aquellas donde participó como animador, como fondista, o incluso como escritor de adaptaciones, sino meternos de lleno en su obra integral. Esos trabajos donde la mano y la mente se unen, para generar un producto de completa autoría, donde la idea se desarrolla de una manera tal en la que guión, dibujo y narrativa se funden para formar una única forma: magia.

Nos trasladamos a 1993, Satoshi Kon ya tenía en su currículum algunas obras donde había trabajado como animador y diseñador, y tiene finalmente la oportunidad de trabajar como director en un OVA de JoJo’s Bizarre Adventure. Sin entrar mucho en detalle, podemos ver que los manejos de los tiempos, la música, y el montaje es algo totalmente distinto a lo que veníamos viendo en los primeros capítulos de esta colección. Esto, junto con una recomendación de Otomo fue más que suficiente para llamar la atención de Masao Maruyama: productor y fundador del estudio Madhouse.

Maruyama venía de años de generar contenido de gran calidad como Barefoot Gen, Ninja Scroll y Record of Lodoss War entre otras, y se traía entre manos un proyecto pequeño: Perfect Blue. La idea era realizar un OVA del tipo splatter sobre una Idol de clase B, la cual toma algunas decisiones discutibles en pos de convertirse en actriz. Al cocktail le sumamos  un stalker que la acosa ya que no acepta su nuevo estilo de vida. La historia está basada en una novela escrita en 1991 por Yoshikazu Takeuchi, y a la hora de aceptar el encargo Kon ni siquiera había tenido tiempo para leerla. Agarró el proyecto prácticamente a ciegas, por la simple tentación de ser el director.

La primera adaptación del guion estuvo en manos de Murai Sadayuki, pero poco a poco Satoshi se encargó de modificar los diálogos, las escenas, el núcleo mismo de la historia. A medida que iba dibujando los storyboards, más se daba cuenta de que lo que él quería contar y mostrar, estaba lejos de lo que la novela relataba. Al verse en una encrucijada, Takeuchi le permite al director modificar todo lo que quisiese siempre que mantuviese intacta la idea de que la víctima de la historia es una Idol de la B, haya un stalker, y sea una historia de horror. Más que suficiente.

Con esos tres conceptos, Kon se sumerge en lo que a él le gusta: los límites de la realidad. Con un manejo sublime de la edición y el montaje, todo el tiempo nos vamos a estar preguntando qué está pasando de verdad y qué no. Hasta donde llega la privacidad, y ¿es acaso la vida de las celebridades un bien de uso público? El desarrollo del terror se aleja de un simple splatter o slasher y aborda la psiquis de los personajes, lo frágil que es la mente frente a situaciones confusas y/o de inseguridad. La sucesión de escenas juega constantemente con el espacio y tiempo, para hacernos partícipes del desarrollo de la historia.

Gran parte de su trabajo en la edición y el montaje está influenciado por el cine de George Roy Hill y Terry Gilliam, y usa mucho provecho de poder trabajar en animación, con flexibilidades que el live action no le hubiese podido dar, como el poder usar una menor cantidad de fotogramas para generar dinámica en sus escenas.

Poco antes de la finalización, la empresa encargada de la distribución por fuera de Japón pidió que el OVA pasase a ser una película, de manera tal que pudiesen utilizar festivales de cine para proyectarla y promocionarla. Así fue el caso, y la misma se estrenó en 1997 en el festival Fantasia de cine internacional en Montreal, presentada como una colaboración de Otomo junto con su discípulo Kon (algo totalmente falso, ya que Otomo no participó activamente del proyecto, sino que apenas dio sugerencias referidas más a la organización del proyecto que a la ejecución del mismo).

Si bien el largometraje tuvo una excelente performance crítica, a duras penas llegó a recuperar un apretado presupuesto de 830.000 dólares, una espina que le quedaría al autor para la posteridad. El impacto a nivel cinematográfico del trabajo de Kon fue tanto, que Darren Aronosfky “homenajea” en Requiem por un Sueño y El Cisne Negro varios de los plano-secuencia que se pueden observar en Perfect Blue.

(El lunes, la segunda parte)

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