Goshu el Cellista es la adaptación de una historia de uno de los autores más amados de Japón, Kenji Miyazawa. La película, estrenada en enero de 1982, fue un proyecto independiente del estudio Oh! Productions y tomó 6 años completarla. No es una misión sencilla adaptar una historia de un autor tan venerado por el público, pero esta versión dirigida por Isao Takahata es ampliamente considerada como una de las mejores películas basadas en una historia de Miyazawa. Ubicada en el Japón rural de los años 20, cuenta la historia del joven Goshu, quien toca el cello en la orquesta local. La orquesta se encuentra ensayando la Sinfonía N° 6 de Beethoven (conocida como la Sinfonía Pastoral) para una competencia que se aproxima; se dice que el compositor amaba pasear por el campo, y esta sinfonía en particular es la descripción musical de su amor por la naturaleza.
En la escena de apertura, la orquesta se encuentra ensayando el cuarto movimiento, “Gewitter, Sturm” (Relámpagos. Tormenta), mientras una tormenta de verdad sacude los alrededores del salón de práctica. En el clímax, se convierte en una especie de secuencia de ensueño con los músicos siendo absorbidos por la tormenta mientras tocan. Esta dramática escena culmina de golpe cuando el director se ofusca por la interpretación de Goshu y le llama la atención por desafinar y por su falta de musicalidad y emoción. Más tarde, en su pequeña cabaña, Goshu sigue el consejo del director de mejorar su interpretación quedándose despierto hasta tarde, practicando intensamente bajo la atenta mirada de un retrato de Beethoven. Y así comienza una serie de encuentros, cómicos, surreales y encantadores, con una serie de animales del bosque. Cada uno llega hasta Goshu con sus propias solicitudes y sugerencias, generalmente pidiéndole que toque su cello para ellos.
A diferencia de las películas de Disney, donde un animal parlante es recibido con gusto y asombro, Goshu al principio recibe a sus visitantes con fastidio y desprecio. Le disgusta que su concentración sea interrumpida y hasta parece sospechar de los verdaderos motivos de sus visitantes. Estos animales parlantes no están ahí solamente para despertar ternura,sino que serían perfectamente reconocidos por el publico japonés como espíritus o criaturas sobrenaturales (en particular los tanuki), de modo que el malhumor de Goshu no está fuera de lugar. En cada encuentro, Goshu piensa que les está enseñando algo (o en el caso del gato, dándole una lección), pero al final, descubre que en realidad es él quien ha estado aprendiendo. Los animales le han enseñado cómo sentir la música.
Goshu el Cellista es una película con un encanto y belleza únicos. La animación es fluida, pero el trabajo de dirección es disperso y preciso, con mínimos movimientos de cámara. Dos nombres que merecen mención especial y que influyeron ampliamente en el aspecto visual de la película son el de Shunji Saida, el animador principal, diseñador de personajes y director de animación, y Kenji Matsumoto, encargado de los fondos. Saida, que también trabajó en la animación de Nausicaa y La Tumba de las Luciérnagas, le puso tanta dedicación a su trabajo que incluso tomó lecciones de cello para poder dibujar y animar con exactitud el movimiento de los dedos de Goshu mientras toca. Los personajes, por otra parte, no tienen un diseño estilizado y tampoco se parecen mucho a películas posteriores de Ghibli; varios de ellos se ven más bien rechonchos, caso del director de la orquesta. Por otra parte, los fondos de Kenji Matsumoto, maravillosamente representados en el estilo de las pinturas a la acuarela, le dan al film una intensa atmósfera melancólica.
Goshu el Cellista carga con un realismo mágico, casi soñado, alimentado con esos vuelos de la imaginación que llenaran de un romanticismo mítico a Ana de las Tejas Verdes y, más tarde, a Omohide Poro Poro. Las secuencias de fantasía de Takahata tienen cierto grado de intimidad; son momentos mágicos en los que se nos permite entrar en el alma y el corazón de un personaje. Son momentos intensamente personales, y difícilmente exista otro cineasta que pueda hacerlo mejor.
En términos generales, Goshu el Cellista es una declaración de amor a la música clásica y al Japón rural de la preguerra. Pero claro, en el fondo es mucho más que eso, quizás por sus cualidades únicas, o quizás por la cantidad de detalles que se aprecian en sus escasos 63 minutos de duración. Es una joyita no tan conocida como otras películas de los genios de Ghibli, esencial para cualquier amante del buen cine.
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