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NOTAS

Planeta Ghibli (parte 37)

Tras varios años de trabajo, llega a su fin la mega-nota en la que repasamos toda la filmografía del mítico estudio japonés.
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Sabado 24 de septiembre, 2016

Luego de 30 años de actividad, y tras el retiro de sus fundadores, en 2015 Ghibli cesó sus actividades. Culminar una retrospectiva sobre el estudio de animación más reverenciado del mundo no deja de ser una ocasión agridulce; la riqueza de la animación, la atención a los detalles, la facilidad con que sus películas logran sumergir al espectador en su mundo, son características difíciles de encontrar en otro lado. Las historias de Ghibli demuestran un gran amor por la animación como arte, así como un gran respeto por los espectadores de todas las edades, y es imposible elegir una obra que pueda ser calificada como “la mejor”; no solamente porque eso estaría basado exclusivamente en un punto de vista subjetivo, sino porque en general todas poseen su propio encanto, y cuando alguna de sus películas palidece es simplemente porque se la compara con otras del mismo estudio.

Pero, ¿cuáles son las cosas que más se extrañarán de Ghibli, las que nos hacen pensar que su cierre representaría una pérdida enorme?

Por un lado, la animación vista como un trabajo de artesanos. La determinación de apegarse a la animación tradicional y defenderla como una forma de expresión artística. Por supuesto, hay gente con mucho talento que puede crear imágenes hermosas y buenas historias usando la tecnología, pero hay algo único e ireemplazable en la magia de la animación tradicional. Las películas del estudio son fácilmente reconocibles, combinando una animación de personajes relativamente simple con fondos exuberantes y coloridos. No sólo son bellísimas obras de arte, sino que también parecen estar dirigidas como si los artistas fueran camarógrafos, con efectos, tomas y ángulos de cámara que logran escenas inolvidables y que despiertan en el espectador, niño o adulto, una capacidad de asombro difícil de reproducir en otro medio. También hubo lugar para experimentar e innovar en el aspecto visual, particularmente en las películas de Isao Takahata; las secuencias que nos remiten al pasado en Recuerdos del ayer, el estilo caricaturesco de Mis vecinos los Yamada, las acuarelas y bocetos en El cuento de la Princesa Kaguya, diferentes estilos visuales que enriquecieron las historias contadas y las hicieron inolvidables. Esa riqueza de imagen difícilmente pueda ser encontrada fuera de la animación tradicional.

Otro de los logros más destacables de Ghibli es haber sabido presentar a sus personajes femeninos de una manera tan rica y compleja que no tienen comparación en la industria cinematográfica, animada o de imagen real. No me gusta usar el término “feminista” para calificar estas producciones; es un término que a esta altura me suena a victimización y confrontación permanente con el género masculino, que no es precisamente la forma en que están presentadas las mujeres en la obra de Ghibli. Algunas son más ingenuas, otras son más sabias; no son seres desvalidos, pero tampoco son invulnerables; y todas ellas superan los obstáculos a través de la fortaleza interior y la inteligencia emocional, conociéndose y aceptándose a sí mismas. Cuando hay una figura masculina, más que un interés amoroso será un compañero que recorrerá ese camino junto a ella. Hay amor entre ellos, pero no es un amor romántico, sino una relación de afinidad y entendimiento mutuo de la que ambos se beneficiarán; de esa manera, el amor es visto no como un fin en sí mismo, sino como un medio para la autosuperación. En películas como El viaje de Chihiro, El increíble castillo vagabundo, Recuerdos del ayer, Susurros del corazón, encontramos ejemplos de la consistencia con la que Ghibli presenta a sus personajes y construye la relación entre ellos, haciéndolos tan creíbles que es fácil para el espectador crear empatía con ellos.

Por último, la gran lección del cine de Hayao Miyazaki: hay una diferencia sutil entre una película hecha para chicos, y una buena película que, casualmente, puede ser vista por el público infantil. La primera puede ser totalmente infumable y repetitiva, llena de lenguaje condescendiente, chistes de gases corporales, más cantada que hablada, y de paso hiper-acelerado. La segunda es un producto artístico de gran belleza, que no subestima la inteligencia del niño y capaz de hacer que el adulto vuelva a sentir el encanto de la niñez. En general, las películas de Miyazaki son para chicos simplemente porque los protagonistas son niños y, por lo tanto, la historia está contada desde su punto de vista. Mi vecino Totoro o Ponyo en el acantilado son una muestra de algo que las películas “para chicos” aún no parecen entender: que hay una diferencia entre ser simple y ser simplista. Puede que los niños no entiendan nada de cine o que no tengan gustos refinados, pero eso no significa que no merezcan obtener un producto de calidad.

Pero aún hay esperanza de que el cese de actividades del estudio no sea más que una pausa. El estreno de La Tortuga Roja, la primera producción de Ghibli con un director no japonés, quizás represente el inicio de una nueva etapa. Sólo queda esperar a ver qué nos depara el futuro.