Seis años antes de fundar Estudio Ghibli, a Hayao Miyazaki se le encomendaba la realización de la segunda película animada de Lupin III. Con aproximadamente seis meses de producción y un presupuesto apenas un poco más alto que el de la serie de TV, El Castillo de Cagliostro se estrenaba en Japón el 15 de diciembre de 1979. Probablemente trabajar con la creación de alguien más no sea el mejor debut para un director por todas las restricciones que implica. Sin embargo, Miyazaki encaró el desafío y logró el que es considerado por muchos el mejor largometraje de la franquicia, al que logró -al mismo tiempo- imprimirle su sello personal.
Tras dar su último golpe en un casino, Lupin y Jigen descubren que el dinero que acaban de robar es falso. El rastro del dinero los conduce hasta un pequeño país europeo llamado Cagliostro, desde donde se lo distribuye al resto del mundo. En el camino se encuentran con Clarisse, una joven princesa perseguida y luego capturada por los matones de un malvado conde que desea casarse con ella y apoderarse de la fortuna de la familia Cagliostro. Dada su debilidad por las mujeres, Lupin decide dirigirse al castillo para salvarla. Eventualmente descubren que Fujiko también se encuentra ahí para robar la fortuna del conde, además de reunirse con Goemon y Zenigata, que ha seguido el rastro de Lupin. A partir de ahí, el escenario está listo para la aventura y la acción.
El Castillo de Cagliostro es una combinación de aventuras, comedia y romance; aunque no es que fusione los géneros, sino más bien que por momentos el guión toma una dirección determinada y luego, otra diferente. Si observan bien, encontrarán aquí muchos de los elementos característicos de Miyazaki, como los aguerridos personajes femeninos, los momentos introspectivos, y la inclinación por la descripción romántica del vuelo. La mano del director también es más que evidente en el apartado artístico; el grado de detalle de los paisajes, los edificios y los objetos logran una película visualmente maravillosa. Y a pesar de que la animación no es de lo mejor y contiene varias secuencias estáticas, los detalles de los movimientos durante la animación de los personajes ayuda a darles vida. Incluso lo reconocerán en el diseño de algunos de los personajes, particularmente en la princesa (que parece un prototipo de Nausicaa) y el antiguo jardinero del castillo (calcado del abuelo de Heidi).
Pero la película es más interesante por todas las diferencias que presenta con respecto al resto del catálogo Ghibli, y aquí vale destacar un aspecto fundamental: la comedia. Ésta es una aventura muy al estilo Indiana Jones, y muchos de los mejores momentos cómicos provienen del mismo Lupin en sus actos más audaces y disparatados, perfectamente acompañados por sus expresiones faciales. El guión mantiene un ritmo casi perfecto, e incluso en medio de los diálogos se desarrolla algo aparte que vale la pena mirar. La escena en la que Lupin y Jigen pelean por una porción extra de fideos mientras hablan de algo que no tiene absolutamente nada que ver es la clase de detalle que representa la esencia de la película.
Y aunque la acción es más bien caricaturesca, los tiros, las luchas con espadas y las persecuciones a alta velocidad sin duda son muy emocionantes. Entre los personajes, vale la pena destacar al conde, el gran villano de la película. Más adelante, Miyazaki crearía antagonistas más complejos, pero en esta ocasión deja que el personaje del malo sea más simple y amenazador. Toda su motivación reside en el deseo de casarse con Clarisse para apoderarse de su fortuna, pero la interferencia de Lupin termina forzándolo a tomar medidas cada vez más extremas para lograr su objetivo. Incluso el final de este villano es totalmente diferente a lo que veríamos posteriormente en la carrera del director.
Cabe destacar que, si bien con los años la película se convirtió en una obra de culto gracias a la reputación del director, en su momento no tuvo una respuesta positiva. La crítica la recibió con frialdad, y los fans más acérrimos se ofuscaron con esta representación del personaje. Para ellos, esto no era Lupin. En manos de Miyazaki, los personajes mostraban un lado más humano y realista, y el tono sexual era inexistente. Ni siquiera el interés romántico de Lupin era la típica mujer fatal, y el toque de cuento de hadas no encajaba para aquellos acostumbrados al lado más crudo y cínico de Lupin. Esta recepción de su primer largometraje le dejaba, momentáneamente, un futuro incierto en el cine.
El argumento y el estilo general de esta película son relativamente diferentes de lo que uno esperaría actualmente de Miyazaki, pero el guión (simple en su esencia y brillantemente ejecutado por un visionario) la convierte en una obra imprescindible para cualquiera que disfrute del buen cine.
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