EL RETROFUTURO YA LLEGO
Sin lugar a dudas Daniel Torres es un claro exponente de la línea clara de «la nueva escuela Valenciana» surgida en los ‘80 y canalizada
principalmente por la majestuosa revista Cairo, que entre 1982 y 1991 le dio cabida a infinidad de artistas como Pere Joan, Mique Beltrán,
Montesol, Micharmut, Sento y por supuesto a Daniel Torres. Y es en esta revista donde el autor cosecha su primer éxito con la publicación de
Opium (antes de esto había laburado para El Víbora donde creó a Claudio Cueco). Terminada la serialización de Opium, Torres arranca (en el n°
12 de Cairo) con una historia llamada Tritón, que tenía como protagonista a un escritor de novelas, con un pasado de temerario jinete del
espacio que se niega a abandonarlo. Nacía Roco Vargas y nadie (ni el propio autor) suponía que 25 años después seguiría viviendo aventuras
como si fuera el primer día.
Cuando vi a Roco en Cairo me llamaron la atención la evolución del dibujo en relación a Opium, al igual que la incorporación del color. Se
nota que a pesar de tener tan sólo 3 años como profesional, Torres está cada vez mas cómodo con lo que hace y la primera etapa de Roco es
genial para volverse partícipe de ese crecimiento creativo y estilístico. Pero vayamos a la historia.
Claramente estamos frente a un relato de ciencia ficción, que podríamos denominar blanda, ya que no todo se justifica por las leyes de la
física, como bien explica el mismo Torres «Cuando entras en la ciencia ficción tienes que tomar una decisión: existe la gravedad o no
existe. Si existe la gravedad vas de cabeza, porque no puedes enviar un cohete a ningún lado, porque la gente se pone a flotar. En el momento
que decides que no existe la gravedad, eso es jauja, los cohetes van donde quieren, los personajes van a Júpiter y caminan como si estuviesen
en la Tierra. Esta es una pregunta que se debe contestar un autor cuando se acerca a este género y, si decides que no existe la gravedad,
puedes hacer lo que quieras. Y dentro de esta libertad está lo que yo llamo el retrofuturo, que consiste en coger cosas muy conocidas (desde
el diseño de los objetos, la ropa, los personajes…) y llevarlas a una especie de limbo pasado-futuro, en el que haces referencia a cosas
que la gente conoce por referencias del cine o de libros.»
Y es dentro de ese marco retrofuturista que arranca la historia de Roco, ambientada en un pasado cercano para aquella época (1982) la acción
siempre se desarrolla en esos años, salvo cuando se explora el pasado del personaje y nos trasladamos a los años ‘50.
DE LA TIERRA A LA LUNA (DE NEPTUNO)
El primer tomo, «Tritón», arranca con un problema de sequía en la Tierra. Entonces nos presentan a Armando Mistral, un escritor de novelas de
ciencia ficción, que es dueño del boliche «Mongo», a su secretaria Rubí y a su sirviente marciano Sansón.
Es entonces cuando llega una extraña carta dirigida a un tal Roco Vargas, lo que pone nervioso al escritor: de pronto un pasado que pretendía
olvidar vuelve a él. Así es como recibe la visita de su viejo amigo el Dr. Pierre Covalsky, un científico con el que compartía aventuras cuando
todavía usaba su nombre de pila. Pero de eso pasaron demasiados años y, si bien el viejo Doc tiene la solución al problema de la sequía, Roco
es un hombre nuevo y no quiere volver a involucrarse con viajes espaciales y esas cosas.
Entonces el Doc es asesinado, su hija (Jill) le reprocha a Roco el no haber hecho nada y este se involucra en el asunto: viaja a Tritón (la luna
de Neptuno) en busca de los mentados icebergs que solucionen el problema hídrico. Pero en el medio están los saturninos, responsables de la muerte
de Covalsky, ya que son los únicos dispuestos a venderle agua a la Tierra durante la crisis, y que se solucione el problema no los beneficia en lo
mas mínimo. De esta manera, Roco se enfrenta con el Coronel Mung y consigue regresar a la Tierra con las coordenadas y las instrucciones para
trasladar los icebergs y solucionar lo de la sequía.
Al final, todo parece volver a la normalidad ¿o no?
LA GUERRA DE LOS MUNDOS
El segundo y tercer tomo, se continúan el uno al otro. Si bien cada uno se entiende por separado, juntos conforman una aventura bastante más completa.
También fueron serializados en la revista Cairo ni bien terminó el volúmen anterior.
En «El Misterio de Susurro» todo gira en torno al conflicto entre Rea (una de las lunas de Saturno) y Venus, con unas referencias más que claras a la
guerra de Vietnam. Esta vez, el personaje del pasado que viene a sacar a Armando de su letargo es el Chico Panamá, quien fuera su compañero en la época
en que bajo la tutela del Dr. Covalsky eran los «Chicos Siderales». También se suma a la troupe Cosmo, un robot que Jill Covalsky le manda a Sansón
como regalo.
La trama de estos episodios es bastante intrincada y arranca cuando el detective privado Archie Cuper es contratado para realizar un pequeño encargo,
pero la situación se va de las manos y Roco termina metido en un enfrentamiento que involucra a comandos Raemitas, traficantes de Krop (un escaso
alucinógeno) y a la policía local. El detective es asesinado, Scarlet Trébol (la jefa de la célula Raemita) pide la ayuda de nuestro héroe y la situación
se torna cada vez más complicada, mientras Roco no deja de ingerir hectolitros de café.
Igual, un misterio sigue latiendo ¿quién es el enigmático Susurro, que parece estar detrás de toda esta maniobra? Para el final del tomo no tenemos
la más puta idea, pero nos queda claro que está involucrado en el tráfico de unos ventiladores bastante particulares y siguiendo su pista a los
protagonistas no les queda otra que viajar a Rea.
Ya en el siguiente tomo («Saxxon»), nos enteramos de que detrás de Susurro hay mucho mas que una simple maniobra de narcotráfico: se trata directamente
de una maniobra de inteligencia terrestre para tener una excusa para poder invadir la tan mentada luna.
Roco conoce a Lynx, una periodista venusiana que investiga el chanchullo de los ventiladores. Así es como terminan cara a cara con el Susurro que se
revela como Saxxon, el tercer integrante de los «Chicos Siderales» al que todos daban por muerto desde hacía años. Al final Scarlet consigue matarlo,
pero es demasiado tarde para detener el plan, por lo que la Tierra tiene motivos para invadir Rea del Norte y estalla una guerra. Parece que a pesar
de todo el esfuerzo de Roco, esta vez ganaron los malos ¿o no?
VOLVER AL PASADO
El cuarto tomo, «La Estrella Lejana», de 1986, es el último de la primera etapa, el último serializado en Cairo y considerado por muchos la mejor historia
de Roco Vargas.
Y no es para menos: finalmente presenciamos todo lo que hasta el momento se intuía sobre el pasado de Roco, la formación de los «Chicos Siderales» y el
por qué de su alejamiento de todo esto. Pero no nos anticipemos. La historia arranca en el presente y es Roco quien lleva adelante el relato, para despejarle
las dudas a Sansón y a Rubí. Así nos enteramos de que en 1953 estalló una gran guerra (el equivalente a la Segunda Guerra Mundial, por lo que se deja ver)
y es allí donde el Dr. Pierre Covalsky encuentra a un pequeño y desamparado Roco a quien le da un hogar. De esta manera se ocultan en Camelot (un laboratorio
privado oculto en las montañas) y allí el Doc y su mujer crían al pequeño Vargas casi como si fuera su hijo. De esta manera, Roco comienza a interesarse por
la mecánica, aprende a pilotear y sigue los pasos de Covalsky a pasos agigantados. También nos enteramos del nacimiento de Jill, y por supuesto del primer
encuentro con Panamá y Saxxon, quienes se estrellan con una nave muy cerca del laboratorio. ¿Como llegaron ahí? Depende quién lo cuente es la versión que uno
recibe, pero de lo que sí estamos seguros es que Saxxon trabajaba para las tropas mercurianas y Panamá era un mecánico auxiliar en un asteroide que es invadido
por las tropas que lideraba Saxxon. Por esas vueltas del destino los dos terminan a bordo de la misma nave y estrellados en el jardín de Pierre Covalsky. Nacían
los «Chicos Siderales» y la guerra llegaba a su fin.
De ahí en más, vivirían un monton de aventuras y probarían diferentes modelos de naves para Pierre y para distintos gobiernos, siempre tratando de pasarla lo mejor
posible. Hasta que llegó el día en que el Dr. Covalsky fue citado a participar del proyecto para la creación del Propaxol, un combustible que permitiría que el
viaje entre planetas fuera mucho más rápido. Pero lógicamente cada uno de los planetas involucrados quiere el descubrimiento para sí, lo que produce un enfrentamiento
en el cual se da a todo el equipo por muerto, cuando el único que da su vida (o eso creían todos en ese momento) es Saxxon.
El gobierno de la Tierra «casualmente» semanas después de los incidentes, declara que con investigaciones paralelas había obtenido los mismos resultados (¡Claaaro!!
No crean que se afanaron los planos del Doc…) y como ninguno de los otros planetas se la morfa, todo está a punto de irse a la mierda, por lo que Covalsky y los
muchachos dan la cara, y salvan al sistema solar de una nueva guerra de proporciones cósmicas. Ahora todos comparten la nueva tecnología y son felices, ¿o no?
No, porque hay una discusión muy fuerte entre Pierre y Roco, tras la cual éste decide irse de Camelot para siempre. Lo que genera la gran incógnita: ¿Qué sucedió en
todos esos años entre que Vargas abandonó a Covalsky y asumió la identidad de Armando Mistral? ¿Dónde estuvo, qué hizo? Quizás en algún momento Torres se decida a
contárnoslo, pero por el momento es un secreto. Al final del tomo vemos a Roco reconciliarse consigo mismo y volver a aceptar ese nombre que tenía olvidado: «Mi nombre
es Roco Vargas» dice, y así termina esta primera etapa, cuando pareciera que en realidad está comenzando. (FV)
VUELVE EL MITO
Trece años después de prenderle fuego al mundo del comic europeo con «La Estrella Lejana», Daniel Torres cede a una muy buena oferta económica por parte de la editorial
Norma y se pone a trabajar en el regreso de Roco Vargas. En el medio, Cairo había desaparecido, mientras que Torres había triunfado en EEUU como ilustrador y realizado
para distintas editoriales de Europa algunas de sus mejores historietas, como la insuperable serie de relatos cortos conocida como «El Octavo Día».
Casi ocho meses de trabajo resultaron en «El Bosque Oscuro», un nuevo álbum que debuta en 1999, pero que transcurre en 1986, poco después del final de «La Estrella…».
El dibujo de Torres cambia muchísimo, y ahora se asemeja más que nada al de los cortos animados de Superman realizados por los hermanos Fleischer en los ’40. Ya le queda
poco de la impronta angulosa heredada de su maestro Miguel Calatayud, y casi nada de línea clara, ya que su trabajo de sombras es realmente notorio, al igual que los
prodigios arquitectónicos de este retrofuturo tan especial. La narrativa también se vuelve más ajustada, más sobria y menos estridente, a años luz de los experimentos onda
«superheroica» de la obra inmediatamente anterior de Torres, la polémica «El Angel de Notre-Dame».
El guion también trae cambios: Sansón (ahora rediseñado) y Cosmo casi no aparecen, Roco asume su doble rol de escritor y aventurero, Jill desplaza a Rubí para convertirse
en LA mina de Roco, y como si fuera poco, es ella la que lleva adelante esta nueva aventura, en la que Roco es casi un personaje secundario. Vargas ahora es un tipo más
maduro, que venció su adicción al café y que se hace cargo de su pasado y de las canas que (como Torres) empieza a peinar. Y su mundo incorpora a partir de esta aventura
dos elementos que cobrarán protagonismo en los próximos álbumes: las computadoras y la inteligencia artificial. La trama es atrapante, el villano (Medusa) aterrador, y
el plan del maléfico Doctor Kulkan, tan original como genialmente diabólico. En síntesis, un retorno a toda orquesta, capaz de reconquistar a los viejos fans y de sumar a
muchos nuevos.
CRONICAS ROBOTICAS
Luego de otros cinco años sin nuevas aventuras de Roco Vargas, Daniel Torres regresa a su saga más famosa en 2004, con «El Juego de los Dioses», tal vez la menos interesante
de sus historias. Ahora el dibujo (entintado por Paco Cavero) vuelve a virar hacia la línea clara y el trabajo de sombras se hace mucho más sutil y menos preponderante. Jill,
que había amagado con comerse la serie en el álbum anterior, no aparece ni a saludar, pero vuelven Lynx y Rubí, esta última en pleno romance con Roco, a quien todavía llama
«Armando». Sansón y Cosmo, por su parte, recuperan el protagonismo perdido, al punto de que esta vez son ellos los que se atreven a eclipsar la figura de Vargas.
La trama gira en torno a una especie de «deporte» clandestino que consiste en manejar a distancia a robots que se cagan a trompadas entre sí, una especie de videogame real,
donde la gente real corre peligro real cada vez que los robots se machacan en pleno centro de distintas ciudades. Esto enfurece a los fanáticos anti-tecnología conocidos como
La Liga Humana (nada que ver con el grupo de pop británico de los ’80) y la cosa se pone espesa, hasta que Roco, casi por casualidad, llega a la arena máxima del combate
entre robots y descubre la verdadera identidad de As de Corazones, el instigador y principal beneficiario de este juego tan jodido.
Una vez que Torres descubre que puede delegar en Cavero el entintado y el coloreado de sus historietas, decide pegar un ambicioso salto al vacío: una aventura de 100 páginas,
divididas en dos tomos: «Paseando con Monstruos» y «La Balada de Dry Martini», que se publican en 2005 y 2006, respectivamente.
Aquí reaparecen Mann Offerat (presentado en «El Juego…») y Chico Panamá, Jill tiene un rol muy menor y el resto del cast (Sansón, Cosmo y Rubí) apenas aparecen en una viñeta
y sin hablar. Pero el que se roba el protagonismo es un extraño, versátil y poderoso ser, que se autodefine como «un cerebro cuántico y un endoesqueleto de duratitanium maleable
cubierto por una estructura de bioplásticos polímeros regenerables». No tiene nombre, pero pronto adopta uno: Dry Martini.
Esta historia es, sin dudas, la más reflexiva, tranqui y hasta poética de toda la saga. En «Paseando…» hay 15 páginas en las que Roco y Dry conversan y filosofan sobre la
naturaleza humana y la «naturaleza» robótica, en «La Balada…» hay 28 páginas que narran la historia de Dry y nos brindan otra óptica acerca de todo lo sucedido desde «El Juego…»
en adelante, y todo el tiempo aparecen reflexiones sobre la vida, la identidad, los sueños, la conciencia y la ciencia-ficción. El final es apocalíptico y termina con una
frase de Vargas (o de Torres) sencillamente genial: «Escribo porque sólo cuando lo hago el mundo existe». Tremenda paradoja si pensamos que desde entonces no han vuelto a aparecer
nuevas obras del autor valenciano… (AA)
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