En este segundo repaso por las obras del maestro de lo repulsivo, vamos a hablar de tres obras que en cierta manera tienen puntos en común. Tal vez sean las más relajadas en cuanto a contenido de alto voltaje erótico/grotesco, pero aún así reina una tensión angustiante. También son las primeras obras largas, cuya rareza radica en que fueron serializadas en revistas seinen, por extraño que parezca.
En 1984, nuevamente para Hayashido, se publica la adaptación de Shoujo Tsubaki (Midori, la niña de las camelias), una clásica fábula oral japonesa aparecida entre las eras Meiji y Showa, que tuvo una primera adaptación “popular” en los años de la posguerra, en teatros callejeros (Kamishibai). Midori es una niña que roba flores para después vender, y mantener a su madre moribunda. Al quedar huérfana, es acogida por un misterioso cliente, que regentea un circo de freaks. Y si no parecía lo suficientemente trágico, al llegar la reciben con una violación múltiple perpetrada por los deformes. De acá en más, la vida de Midori solo va en picada, ya que será vejada y humillada de cualquier forma posible.
Acá Maruo hace explotación de algo que aparecía en sus relatos cortos, pero justamente al ser breves, no se “aprecia” tanto: la desesperanza. Acá el sensei establece de facto que no existe tal cosa como el final feliz. Lo grotesco ya no pasa por un carnaval carioca de caca y guasca, sino por lo retorcido del ser humano, la imposibilidad absoluta de concebir la felicidad. Midori es una obra angustiante al 100%. Ese aura, si bien propio de Maruo, tiene su inspiración directa en la clásica película Freaks, de Tod Browning. Nuevamente, el arista oriental impregnado con lo más fuerte la de contracultura occidental.
Curiosamente, es la única adaptación a la imagen en movimiento que tuvo el mangaka en su carrera. Cinco años le tomó a Hiroshi Harada, un animador ultra-fan de este manga, hacer 5000 planos (no nos sentemos a contar los fotogramas) a mano, para después animarlos. Claro, nadie en su sano juicio sería capaz de darle luz verde a una película donde una niña pobre es recontra-vejada de principio a fin. Pero Harada nunca cejó en su intento, y finalmente en 1992 logró estrenarla. Por supuesto fue un escándalo absoluto, al director le obligaron a hacerle varios cortes (le terminó por sacar seis minutos, lo que dejó a Midori como un mediometraje de 48’), y las copias que habían sido enviadas al exterior fueron secuestradas y destruídas. Harada, frustrado por el suceso, se negó a pasarla de nuevo, y conservó un único duplicado, hasta que cedió dicha copia para una editora francesa, que la publicó en DVD.
Pero volvamos a Suehiro Maruo, quien en 1989 tuvo una idea interesante: narrar una historia sobre un exorcista que conjura Inugamis, un espíritu canino que se utiliza para llevar a cabo venganzas. Suena una muy linda idea, si no fuera porque Maruo la propuso a una revista sadomaso. Cabe decir que en las primeras dos entregas (recogidas primero en Lunatic Lover’s) ni por asomo se ve una teta, y hasta el protagonista es un nene. La idea de publicar una historia de 300 páginas quedó obviamente trunca. Hasta que en 1991 encontró hogar en la revista Young Champion (donde también se publicaban Battle Royale y Cutie Honey Seed), perteneciente a la editorial Akita Shoten. Acá vio la luz finalmente Inugami Hakase (Dr. Inugami) serializada de manera muy esporádica y breve hasta 1994. En total son únicamente seis relatos, el último publicado en dos partes.
El protagonista es el misterioso Inukai, el exorcista cuya participación en las tramas se va acrecentando a medida que pasan los capítulos. Maruo comienza a coquetear con el folklore japonés, movilizado por este misterioso personaje que trata de detener a los Inugamis antes de que ocasionen más tragedias, un sentido de justicia además ambivalente: ¿Quién es realmente merecedor de su ayuda?, ¿El maldito o el que maldice? Con un desarrollo cada vez mejor en todo sentido, el mangaka crea un personaje absolutamente tridimensional, más allá del bien y el mal que obra para sí mismo, pero en el medio resuelve algunas injusticias.
Dos años después aparece Gichi Gichi Kun (Gichi Gichi Kid) y la historia no podría ser más simple. A lo largo de 11 capítulos, un niño de aspecto pierrot con poderes sobrenaturales, sin mucho trasfondo, se dedica a combatir el bullying. Los malos no son demonios u otras fuerzas sobrenaturales, sino los niños crueles con los que Gichi comparte clase. Usando habilidades simples como bocas parlantes que revelan la verdad de quien la porte o poder hacer girar al enemigo en el aire, nuestro héroe no es más que un tímido silencioso enamorado de una compañerita.
Esta es probablemente la creación más atípica de Maruo. Los trazos están muchísimos más simplificados, bien a tono con la ligereza propia de la historia. Tanto los disparadores de sus aventuras como las resoluciones son simples. A él lo molestan y toma cartas en el asunto, aunque de todos modos, la justicia no es personal ya que ayuda a cualquiera que sea víctima. Aún así, nuestro Eroguro No Kamisama se da el gusto de poner su impronta terrorífica, pero sin que chorree demasiada sangre (a excepción de un episodio 0, incluído en la recopilación en libro, donde Gichi decide directamente decapitar a su oponente, otro niño).
Estas fueron las primeras tres historias largas del maestro. Si bien Midori e Inugami tienen sus momentos de asquerosidad, Maruo parece más interesado en la introspección y el desarrollo de los personajes que en una exploración de fetiches asquerosos. Por supuesto le encuentra el gusto a esto de trabajar mejor a sus personajes, y lo hace de una manera desoladora. Habrá que esperar hasta el 2000 (y a la próxima entrega) para ver la mezcla perfecta entre historia larga, desolación y revoleo absoluto de fluídos corporales.
(Muy pronto, la tercera parte)
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