Eduardo Barreto
«Consigues a un buen escritor, a un buen artista y luego te recuestas en tu sillón a disfrutar del resultado». Así definía su trabajo uno de mis editores en DC. Un comentario pretendidamente humorístico y deliberadamente simplista, que no deja de ser el tipo de relación a la que aspiro en este loco negocio.»Mínimo de injerencia y máximo de libertad».
He tenido suerte. El legendario Julie Schwartz, viejo cascarrabias y mi editor favorito, intervenía en la creación de guiones y personajes, controlando a sus guionistas pero dejando en total libertad a sus dibujantes. Admitía no saber nada de arte, «Si puedo entender la historia sin leerla, el dibujo está bien». Esa tendencia ha sido la regla general de los mejores editores: Diana Schutz, Barbara Kesel, Brian Augustyn, Mark Waid, Dennis O’Neil y otros que, al ser ellos mismos artistas, como Joe Quesada y Jimmy Palmiotti, son aún menos proclives a interferir.
Lo cual no quiere decir que todo sea «vino y rosas». Cumplir con las fechas de entrega es la condición fundamental para que un editor este tranquilo y satisfecho. De lo contrario, es conveniente estar muy bien surtido en el área de «excusas». El tipo está recibiendo por nuestra culpa, fuego cruzado de su editor en jefe, el colorista y la imprenta, y lo menos que uno puede hacer es inventar una buena «coartada» (y créanme, ser creativo no es tan fácil cuando se ha estado 30 años en este laburo).
No existe nada más molesto que un editor molesto (peor aún si tiene razones para estarlo), todo el proceso se complica. Las llamadas telefónicas, fax y mails se multiplican en proporción directa a la cantidad de páginas que uno debe y permanecen en blanco en el cajón del archivero (tan en blanco como suele estar mi cerebro a la hora de inventar excusas).
Pero sería ingrato e injusto no reconocer la gran ayuda que he recibido de estos profesionales, a quienes a veces los artistas tratamos como a pequeños burócratas. Sin ellos, los engranajes de la industria se habrían parado hace mucho tiempo. Confieso sin vergüenza que aún estaría por entregar mi primera historieta sino hubiera sido por un editor que dijera «ya basta, la necesito ahora». ¿Cuántas veces envié páginas sin estar conforme con el resultado, (frecuentemente horrible) para recibir un comprensivo «No te preocupes, con este guión no se podía hacer nada mejor»?. Por supuesto que no era cierto, pero parte del trabajo editorial, o de un buen editor, es el de emparchar los egos magullados de artistas bajoneados (o magullar los egos de artistas agrandados, según sea el caso).
Cuando se pasan incontables horas en la soledad de un estudio, se tiende a perder la perspectiva del trabajo y de uno mismo y allí juega un papel crucial el editor. Es mi nexo con la realidad. Con la realidad de los lectores y sus gustos, con la realidad de mi propio valor como dibujante e historietista. La necesidad de una opinión externa e informada que sirva de «fiel» de la balanza.Tampoco puedo dejar de señalar mi «desconcierto» con muchos de los jóvenes editores que pululan en la industria. Ex-fans/ pseudo-yuppies que vagan por las oficinas con una botella plástica de agua mineral, luciendo importantes y preocupados, alienando a los creadores (dibujantes y guionistas) con sus jueguitos de ejecutivos corporativos y olvidando que el cnnnnnomic se nutre de soñadores y aventureros (de sillón, tal vez, pero aventureros al fin). Esa «nueva generación», fue la que en los ‘90 nos llevó al bajón más pronunciado en 50 años, a una proliferación de lugares comunes, repetición y plagio asqueantes. Aún así, todavía queda gente de la estirpe de Julie, y por el bien de todos, ojalá sean pronto muchos más.
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