«Pesadillas», realizadon junto a Quique Alcatena para la revista «Skorpio»
El primer guión que entregué en Columba tenía unos 60 cuadros (más de la mitad eran mudos) y me llevó unas 2 horas escribirlo. Era una sátira policial sobre un detective privado corrupto y fracasado que encontraba en la calle a un indio dotado de una fuerza extraordinaria, al que trataba de usar para su beneficio. Se llamaba «Stone-head», o algo así, y lo rechazaron porque no respondía a su estilo editorial, pero causó buena impresión. Demoré 10 días en hacer el segundo, tenía 4 líneas de texto por cuadro y respondía al estilo de Columba; pero ni lo aceptaron ni gustó.
Nunca, desde ese accidentado comienzo, he encontrado un método de trabajo que me asegurara alguna certidumbre sobre el resultado final. Esto es una incomodidad, si se trata de cumplir con una producción regular, pero obliga a trabajar sobre cada guión como si fuera único. Lo importante es tener una buena historia. Una historia realmente buena se escribe sóla, porque la propia lógica del relato va llevando a cada escena siguiente hasta concluir en la única resolución posible. Encontrar una buena historia en la propia inspiración y reconocerla ya es un trabajo, pero si no se encuentra habrá que «armar» una, sumando elementos que encajen de manera más o menos natural, como en un rompecabezas.
La computadora es un invento maravilloso para un escritor. Los guiones que escribía con máquina estaban llenos de tachaduras y el papelero solía inundarse con páginas que decidía reescribir. Los procesadores de texto no sólo permiten infinitas correcciones antes de imprimir, sino que admiten organizar el trabajo de la forma más desordenada que pueda imaginarse. A veces escribo solamente los textos de cada cuadro (o los diálogos, o las indicaciones para el dibujante) y después agrego los demás elementos. Puedo comenzar por escribir una escena intermedia, si el resto de la historia depende de ella, y hasta guardar escenas que descarto de un guión con alguna posibilidad de insertarlas en otro.
«Nuggu y los Cuatro», con dibujos de Quique Alcatena.
Lo ideal, es conocer al dibujante para quien se está realizando el trabajo. El guionista tiene el privilegio de elegir las ambientaciones o géneros en los que se siente más cómodo y así obligar al dibujante a sacrificar sus propias preferencias, por eso es importante conocerlas. El guión de historietas es un trabajo incompleto que debe terminar el dibujante. Y cuanto mejor sintonía se logre con él, el resultado final puede acercarse más a ser una unidad homogénea y equilibrada. Pero no siempre es posible hablar con los dibujantes y aún saber quien será el destinatario del trabajo. La crisis editorial en la Argentina nos dejó cada vez menos lugares y ocasiones de encuentros y la comodidad tecnológica de enviar el trabajo desde casa, por e-mail, favorece aún más el vicio de incomunicarse.
Actualmente mi trabajo se concentra en la editorial Eura, de Italia. El mecanismo es simple: enviar síntesis de las posibles historias para que sean aprobadas. Aunque no me lo exigen, trato de que mis síntesis sean muy detalladas, incluyendo partes de diálogo, para que quien las lea no tenga dudas sobre cómo serán resueltas algunas situaciones que puede plantear la historia. No es un mal sistema. El índice de aceptación es alto y las historias aprobadas representan en sí mismas una buena parte del trabajo adelantado.
En realidad, hace años que dejé de buscar un método que me simplifique la producción. Podría ser peligroso, podría incluso hacer del trabajo algo demasiado previsible, aburrido y rutinario. Reflexionando a manera de conclusión, creo entender la razón por la cual ningún método de producción puede ser bueno. Aún más, cualquier método se vuelve peor cuanto más eficiente sea. Nada debería convocar más a la creatividad que el pánico frente a la página en blanco. La aventura (si me permiten la exageración del término) es superar cada vez una prueba distinta, partir de lo insólito para internarse en lo desconocido. El trabajo sistematizado puede dejarse para los días menos inspirados. Algún beneficio habrá que reconocerle, también, al método. Es más previsible, cómodo, seguro y controlado. Como la rutina.
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