Sin dudas, una de mis grandes influencias es la de Yves Chaland. Cuando lo descubrí, su estilo me pareció maravilloso. Esa desconexión entre el grafismo y la temática era alucinante! Era la primera vez que veía algo así, un trabajo tan fuerte y al mismo tiempo tan accesible.
Para mí, Chaland siempre fue, ante todo, Le Jeune Albert (Albertito), que era uno de mis libros de cabecera. Freddy Lombard me convencía menos, aunque reconozco que algunas de las obras maestras de Chaland las hizo para esa serie. El Cometa de Cartago, por ejemplo, es magnífica, pero a la vez es una historieta muy, muy estética. Me da la sensación de que hay que ser un iniciado para comprender ese álbum. Digo esto pensando en los lectores que no conocen de historieta, a los que hay que atraer hacia la historieta.
Cuando empecé, mi trazo se parecía bastante al de Chaland. Me encantaba cómo afinaba y engrosaba la línea. Pero yo no era tan buen grafista. Por eso fue que, de a poco, me fui despegando de ese trazo que era por un lado muy hermoso, muy estético, pero que me restaba una cierta libertad. Al estudiar y conversar con autores de la «nouvelle vague», como Trondheim, Sfar, Blain y demás, me di cuenta de que había una libertad, una energía en sus creaciones que no existía antes. El problema del grafismo de Chaland es que te pone en la obligación (o por lo menos yo la sentía) de trabajar mucho los fondos, que es algo que para mí es realmente secundario. Yo trato de concentrarme mucho más en el guión.
Y por supuesto, aunque lo intente, no logro ser tan cínico como Chaland. No tengo su habilidad para la ironía ni para la parodia. Yo creo firmemente en el ser humano. Por ahí sin ninguna razón, pero es así, no lo logro ver de otra manera. Probablemente se deba a mi educación judeo-cristiana.
Lamentablemente, no tuve la oportunidad de conocer a Chaland. Lo más triste es que estuve muy cerca de lograrlo. Cuando hice mi álbum para la colección Atomium, la gente de Comptoir Magic Strip, de Paris, me dijo que me querían presentar a Chaland, quedé en ir con ellos a lo de Chaland a buscar unas páginas. Pero justo se murió. Justo cuando mi carrera se iniciaba, la suya se terminaba de un modo trágico. Tal vez sea por eso que yo me esforcé por seguir dibujando en el estilo de línea clara un tiempo más. Me decía a mí mismo “No, no, no puede ser. No puede haber desaparecido así, hay que ocupar ese espacio, ese quiebre entre el dibujo y el argumento”. Eso me resultaba fantástico y me aboqué a eso durante varios años.
Cuando me encargaron aquel trabajo para la colección Atomium, que terminó por llamarse Ivoire, lo primero que pensé es que 30 páginas no alcanzaban para contar nada. Para mí, el problema era ese: cómo crear un álbum denso, en el que pasaran muchas cosas, contrariamente a lo que hacían otros autores, que aprovechaban para jugarse a un trabajo mucho más estético, lleno de páginas de una sóla viñeta, o incluso páginas dobles de una sóla viñeta. Pero por encima de todo estaba la emoción de formar parte de esa colección. Yo tenía apenas 25 años y de pronto, se me abría la posibilidad de publicar en la misma colección que Chaland, Serge Clerc o Daniel Torres! Yo estaba como loco con Torres. Me identificaba muchísimo con su forma de concebir el guión de aventuras, era algo fantástico. De hecho, hasta viajé a España para conocerlo.
2 comentarios