Yo dibujo desde siempre, como todos los chicos, sólo que nunca dejé de dibujar. Mis padres me alentaron para que siguiera y en algún momento de la escuela secundaria, decidí que quería ir a estudiar artes visuales y ganarme la vida con eso. Fui al College of Art and Design de Alberta y ahí empecé a entender la cantidad de opciones que había, cuántos campos diferentes había para explorar con el dibujo. Hasta ese momento mi idea del arte y de lo quería hacer con él, era muy vaga. Como cuando somos chicos y nos imaginamos que un pintor es un señor con boina parado frente a un atril.
Y la idea de hacer historietas viene de la secundaria, de cuando tenía 15 ó 16 años y estaba fanatizada con los comics de Top Cow, con esa estética. Sobre todo porque había más géneros, no eran sólo superhéroes. Top Cow publicaba cosas alucinantes de ciencia-ficción, de acción, de espías… y eso me abrió mucho la cabeza, me di cuenta de que había una gran variedad de historias que se podían contar. Arranqué con Rising Stars porque la leía una compañera de clase y de ahí pasé a comics como F5, Aphrodite IX y la que más me gustaba, que era Adrenalynn, de Tony Daniel, con una adolescente gótica cyborg que usaba unas botas gigantes. Eventualmente dejé atrás a las “bad girls” y empecé a buscar historias donde las mujeres aparecieran reflejadas de modo más sutil, pero esos comics resultaron ser un buen punto de partida. Y cuando empecé la universidad conseguí trabajo en una comiquería y ahí vi la real amplitud del medio. Ahí descubrí la Heavy Metal y me enamoré de los comics de estilo más pictórico. Esa revista me abrió los ojos, me amplió el espectro en cuanto a la variedad de técnicas y estilos que se pueden usar en un comic. Fue una revelación impactante.
Por suerte en la universidad le prestaban mucha atención y apoyaban mucho a la gente que hacía historieta. De hecho, John Byrne había cursado ahí en los ´70, pero había abandonado, se fue puteando porque no le gustaba. Desde entonces, cambió todo muchísimo, ahora se copan mucho más con los comics. Yo tenía una clase de ilustración narrativa donde para aprobar había que hacer un comic, así que nos subrayaban mucho el tema del storyboard y un montón de otros aspectos que tienen que ver con la base de la historieta. De todos modos, lo que más valoro de ese aprendizaje no fue tanto la parte técnica, sino lo otro. Me enseñaron a enseñarme a mí misma, aunque parezca un cliché. A ser crítica, a analizar mi propio trabajo, a ver dónde necesito mejorar y a aceptar la crítica que viene de afuera. Nos taladraron el cerebro con el tema de la crítica y la autocrítica y eso es algo que me sirvió muchísimo, que me sirve aún hoy. Sigue siendo la herramienta más importante para mejorar, para aprender a discernir, para desarrollar el buen gusto, sea lo que sea el buen gusto.
Mi entrada al mundo profesional fue rara, porque nunca presenté carpetas en ningún lado. La primera vez que fui a la convención de San Diego fui a promocionar mi primer comic, que fue Done to Death. Lo hicimos con Andrew Foley, un guionista de Edmonton, al que conocí a través de un foro de internet. Le mostré mis trabajos, le gustaron y me mandó un guión. Eran cinco episodios y el primero salió justo cuando me gradué.
A partir de ahí trabajé muchísimo, al principio como colorista, casi siempre con técnicas digitales, en Photoshop. Y claro, tanto darle al tema del color, me empezó a obsesionar la idea de hacer un comic en estilo pictórico, a color directo. Pero en todos mis experimentos me encontraba con que los personajes pintados así me quedaban muy estáticos, no eran gancheros. Probablemente porque no soy tan buena pintando. Por eso en Saga decidí entintar las figuras y coloreralas de un modo muy simple, en parte para ganar tiempo pero sobre todo para que fueran claras, instantáneamente legibles. Es una historia en la que pasan tantas cosas raras que era vital que la acción fuera comprensible. Con los fondos, en cambio, sentí que podía tomarme más licencias artísticas. Hay un montón de paisajes espaciales oníricos, lugares boscosos, ambientes fantásticos, algo que siempre tuve muchísimas ganas de pintar, más que de dibujar. Yo miraba mucha animación alucinante, tipo Tekkonkinkreet o El Viaje de Chihiro, y esos ambientes evocativos me inspiraban muchísimo.
Por supuesto siento que a nivel artístico todavía tengo mucho para aprender, pero hacer Saga en este estilo me da espacio para desarrollar tanto mi dibujo como mi pintura.
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