Ultimamente, tiendo a pensar que los lectores jóvenes no leen. No hay muchos lectores entre la nueva generación de pibes que van creciendo. Los pibes ya no leen como antes, para entretenerse, como hacíamos vos o yo. La droga de entrada, la que captaba chicos y los hacía adictos al entretenimiento, antes era la historieta. Ahora son los videojuegos y las películas explosivas de enorme presupuesto.
No sé si tiene sentido luchar contra eso. Me parece más importante salir a buscar nuevos lectores entre la gente que lee ficción de género. En algún momento se intentó captar a los lectores de ciencia-ficción, y más de una vez se intentó con los que leen ficciones detectivescas. Pero me parece que en todos esos casos el error fue ofrecer un material encarado de modo demasiado convencional. No tengo dudas de que hay formas de llegar a un público nuevo. Y cuando digo “un público nuevo” no hablo necesariamente de los pibes. Yo soy más viejo que vos, estoy seguro, y todavía me vuelvo loco cuando leo aventuras, ficción y thrillers. Esa es mi carne.
Hace unos años hice un experimento en una convención en San Francisco: tomé la decisión arbitraria de no hacer dibujitos para nadie excepto chicos jovencitos y mujeres, simplemente porque se me ocurrió que no iba a haber muchos. Y dibujé muchísimo. No mucho para los chicos, porque a los chicos no les importa. Yo no dibujo X-Men. Pero se me acercaron muchas mujeres. Pensé que serían esposas o novias, pero también vinieron muchas mujeres solas. No sé si será un mal endémico sólo de San Francisco, lo cierto es que en general, dibujé mucho más de lo quería o planeaba dibujar.
Pero es algo bueno. Yo entré a la industria de la historieta justo antes de que las mujeres, como público lector, fueran ninguneadas, cuando las editoriales le dieron la espalda a las historietas románticas. Para ese momento, las historietas románticas eran una pálida imitación de lo que Simon y Kirby se habían propuesto que fueran. Pero servían para hacerse cargo de que existía una lectora femenina.
Yo viví una situación con mi esposa, que terminó por disparar Mighty Love, una de mis obras. A mi esposa la historieta no le interesa un carajo, pero un día me preguntó por qué no había más historietas románticas. Yo le expliqué, en una especie de Sermón de la Montaña, que en realidad todas las historietas son de amor, que todas las series regulares a la larga son telenovelas. Pero después lo empecé a pensar, y me dije “pará un minuto, hay muchas clases distintas de amor”. Es decir, mis películas románticas favoritas son comedias con muchos chistes pavotes. Y así es como empezó Mighty Love.
Mi esposa mira las historietas y no tiene idea por dónde empezar a mirar. Para nosotros, eso es obvio. Para ella no, y discutimos mil veces por eso, incluso cuando tenemos cosas mejores que hacer con nuestras vidas más allá de discutir por boludeces. Pero al final llegué a la conclusión de que ahí hay un tema. No es un problema mental de ella, es simplemente que no entiende como entendemos nosotros esa sinergia peculiar que existe entre las imágenes y las palabras.
Este último fin de semana, por ejemplo, aprobé el rotulado y el color final de uno de mis trabajos. Lo que revisé fue que no hubiese tangentes en la organización del espacio, entre los bloques de texto, los globos y el dibujo. Y pedí un cambio específico, a partir del cual el coordinador me deslizó el comentario bastante sutil de que debo ser un obsesivo terrible. La respuesta es sí. Soy un obsesivo terrible. Pero creo que eso contribuye a la obra, porque sirve para demostrar mi interpretación de la profundidad de campo y espacio. Los globos y los bloques de texto también son parte de la imagen. Son un elemento tan importante como las viñetas y la página. Y hay que cuidarlos y ponerles la mayor atención.
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