De vez en cuando tengo un sueño. Me encuentro en un viaje por el complejo paisaje de mi vida. Hay un lugar en el que debo estar, una cita que debo mantener, pero las circunstancias conspiran para detenerme y distraerme. Mis amigos y familiares -a los cuales siento que debo llevar conmigo hasta mi objetivo- vagan alejándose del camino, absortos en sus propios compromisos. Frustrado por su terquedad intento pasar lista, pastorearlos de vuelta al derrotero. ¿Pero es que no saben lo importante que es?. Ahora las instituciones y sus burocracias me estorban… la ley nos pisa los talones… los vehículos se estropean, se atascan en el barro… la escalera mecánica funciona en la dirección equivocada… una ex-novia está manteniendo relaciones sexuales inapropiadas en la antesala del aeropuerto, y los oficiales de aduanas han arrestado a mi hijo. El tiempo se acaba. Hemos perdido el barco… pero a nadie le importa. El pánico crece en mi pecho. Mientras nado hacia la luz de la consciencia, me agito y murmuro.
Ya despierto, tumbado en la cama, me inunda el alivio. El desastre ha sido relegado al sueño. Tengo otra oportunidad para recuperar el control… hacer que el mundo baile a mi son. Una ducha, una jarra de café, una hora de noticias radiofónicas, y entonces ya es hora de chasquir el látigo… prender la computadora … convocar a mi indisciplinado elenco de personajes, hacerlos formar y ponerlos al tanto de la ruta que he planeado hasta el siguiente receso en la narración.
Parecen escucharme, asienten con la cabeza y sonríen, como colegas voluntariosos en la aventura de nuestra narración. Partimos, repletos de seguridad y energía… se nos dibuja un paisaje lleno de inspiración. Marchamos expectantes. El valle secreto se encuentra tras cruzar el próximo río de misterio: la siguiente colina esperanzadora oculta la civilización perdida que nos deslumbrará con sabiduría y riquezas… revelando el secreto que anhelamos. Esta vez vamos a llegar allí.
Dos horas más tarde soy un desquiciado perro pastor, que mordisquea los talones de mi reparto desperdigado. Me engañaron, esperaron hasta que estuvimos en mitad del páramo de las ideas confusas para rebelarse contra mi autoridad, despedazaron mi mapa y lo arrojaron -como un conjunto de aleteantes mariposas- al viento. Ahora me hacen burla, hablando un idioma ininteligible en lugar de los diálogos que les había pulido cuidadosamente… mostrando motivos retorcidos, y peligrosos que los llevan a actuar impetuosamente, sin pedir permiso ni consultar… apoderándose de mi relato y mutándolo sin miramientos… intentando humillarme, hacerme parecer estúpido e inepto… un ingenuo profesor practicante a merced de la indómita voluntad de su clase.
Quiero abandonarlos… arrugarlos y desdeñarlos… como aperitivo para bestias salvajes… como nutriente para los pantanos sin fondo y plantas carnívoras que pueblan este territorio. Pero los necesito. Si claudico ante la fatiga o el pánico moriré de inanición… veré a mi familia convertida en esclavos o prostituida para pagar mis deudas, a mi auto-estima marchita a causa de su acusación silenciosa…
Me pongo serio… extraigo palabras del sustrato sólido y, dolorosamente, ladrillo tras ladrillo agonizante, construyo un edificio para atraer la atención de mis anárquicos personajes… apoderarme de su curiosidad, seducirlos y hacerlos caer en la trampa. Se hace eterno, pero uno a uno entran para vagar por las salas de mi edificio. Cuando los tengo a todos, cierro las puertas.
Ahora puedo observarlos y tomar nota de su sufrimiento, espiar sus dramas personales y sus momentos privados, jugar con ellos a mi voluntad, hilvanar mi historia recién sacada de sus penalidades. Es una pena. Tuvieron su oportunidad. Podrían haber sido mis amigos, pero ahora los bastardos deben ser mis prisioneros; torturados, se enfrascan en peleas, viendo sus almas vendidas para pagar mis viles hábitos.
Llega la noche, apago la computadora. Es la hora de apagar las luces en la prisión narrativa. Mientras mis personajes sollozan y se masturban en sus celdas electrónicas, calmo mi conciencia con el leve murmullo de la televisión… entonces me acuesto para dormir, tal vez soñar…
Escribir es una guerra de palabras. No puede haber vencedores y nunca finaliza.
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