Tengo 34 años, trabajo como dibujante desde los 19, dibujo por placer, expresión y refugio desde siempre. Hace un par de años vengo habitando el ser, además, autor. Y antes y en paralelo soy puto, sudaca, aprendiz de feminista, apóstata, disidente misticoespiritual y empleado freelance de la industria de entretenimiento norteamericana, entre otras cosas.
Tiene todo un poco que ver con todo.
Desde muy chiquito amaba a los Superamigos, en la tele y las figuritas. Mi hermano mayor coleccionaba las historietas de editorial Novaro y eran parte de mi cotidiano de juegos.
Creo recordar la primer revista que me compraron a mí, una que estaban Batman y Robin contra los Vampiros Asesinos, y decidir con seriedad niña que quería hacer eso cuando fuera grande. Creo recordar la primera vez que dibujé una historieta, una narración secuencial de viñetas-página en un cuaderno rayado, un supernene protagonista, y, como todavía no sabía leer ni escribir, globitos llenos de simbolitos y letras imaginarias.
Cuando tenía seis salieron los muñequitos de Superamigos, que empecé a coleccionar entre navidades, cumpleaños y demases, y un esfuerzo coordinado de padres y parientes, imagino. Eran muchos y los tuve casi todos. Pero en un momento llegó la hora de comprar a Wonder Woman, y fue tema de interpelación y comentarios de todxs. Técnicamente era comprarle una muñeca al nene, y parecía tener significantes agregados. Por suerte la tuve, estoy seguro que muchos no pasaron esa prueba del sistema.
Por ese entonces era lo natural y ni cuestionaba que la chica del grupo de superhéroes era una: Diana, Cheetarah, Acerina, siempre una. Tal vez sin darme cuenta, eso fuera parte de lo que me enamoró de los New Teen Titans de Wolfman y Perez, con su cast tanto más diverso y complejo, representación pareja de géneros, y por supuesto Jericho, el primer varón antipatriarcal que conocí.
Yo era un nene proto-putito, pre-sexual, malo en los deportes, menudito, calladito y que se la pasaba dibujando. No tan bullyado pero sí por fuera de la sensibilidad y sentido común del resto de los varones; con amigos, pero con un pie en otra realidad aparentemente solo mía, mientras las manifestaciones del patriarcado en el mundo real se me hacían cada vez más hostiles. Los comics eran mi universo de fuga y de vida más real que la real. Jericho se me apareció como oasis de identificación y me aportó herramientas para imaginarme, aceptarme, validarme y reinventarme a mí mismo, inaugurando una escueta galería de personajes columna de mi panteón personal de varones sensibles. Shun de Andrómeda, en cierto modo Kyle Rayner, Avatar Aang y hoy podría agregar a Steven Universe. Mi personaje Sereno les debe todo a todos ellos.
Y a Wonder Woman, claro. Yo la redescubrí con la versión post-Crisis también de George Perez, y me fasciné con sus ideales, su inocencia y aprendizaje. En esa versión, las Amazonas eran la reencarnación de todas las mujeres víctimas de violencia de género de la historia de la humanidad. El canto de #NiUnaMenos de «Las Pibas que vos mataste van a volver» hecho literal en un pueblo de mujeres empoderadas. Y Diana, su hija y embajadora.
Mientras tanto, en el mundo real, a los nueve años tuve mis primeros pasitos en cuestionar mi lugar frente al sistema. En cuarto grado me negué a jurar por la bandera porque me parecían prioritarias las personas independientemente del suelo que habitaran, mientras que mi formación católica no pasó de la primera comunión porque Dios se me evidenciaba un nefasto psicópata, los pasajes de la Biblia eran una ficción paupérrima yuxtapuesta al triunfo de todo el Universo DC contra el Anti-Monitor, y las lecciones morales de Superman superaban ampliamente las de Jesús. Y al fin y al cabo, todos estos seres estaban hechos de la misma sustancia: imaginación, pero se suponía que en unos creyera y en otros no.
Asumirme gay me costó mucho más, llegué virgen, de armario y ejercitadísimo en la autonegación hasta los 21 años. No se lo deseo a nadie, posta que hace mal. Y lo que estaba mal era el mundo, no yo.
Cuando no estoy en mi estudio, en mi casa, laburando, curto socialmente los submundos del arte independiente de Buenos Aires, alternando por épocas entre circo, teatro, cine, centros culturales, activismo y artivismo LGBT, slams de poesía oral, tarot, misticismos, terapias alternativas, etc.).
Hasta ahora nunca habité mucho el mundillo del comic local, un poco por diversificar mis intereses e influencias, otro poco porque a diferencia de los espacios que enumeré, lo percibía aún mayormente poblado por varones heterosexuales cometiendo machismos que ni logran a identificar, lo cual un poco me expulsa, y recién lo estoy descubriendo ahora, encontrándome gratamente con movimientos y debates sucediendo en esos puntos y sintiéndome bienvenido.
Cuando no estoy dibujando y habitando ficciones, sigo viviendo en un mundo donde muere una mujer por día por violencia de género, la población trans tiene una esperanza de vida promedio de 37 años, y salir de la mano con mi compañero fuera del radio de –ponele- Palermo provoca siempre alguna expresión de odio de algún tipo.
Sigo habitando un mundo donde parecía haber una progresivo arco de justicia colectiva pero un violento volantazo a la derecha nos puso a defender sentidos comunes que creíamos conquistados. Donde de repente el odio está en su salsa y saliendo de sus escondites, validados por los poderes de turno. Esta semana, por ejemplo, el mismo día de la Marcha del Orgullo se está armando una anti-marcha “a favor de la familia natural” en una declaración de guerra pasivo-agresiva de quienes hacen de su deseo y causa que yo deje de existir. Hablame de violencia.
Como decía, soy nuevo en esto de asumirme autor, cuando hace un par de años me invitaron a estar en Tótem Comics y empecé Sereno, era una inquietud muy grande para mí el qué tenía que hacer con esto. El tiempo y la experiencia me lo van respondiendo. En este triunfo de los Luthors y Darkseids del mundo, el plano de lo simbólico y la creación de imaginario juega roles fundamentales. Mi autoría dialoga con el mundo que habito todos los días, y es un mundo donde hay batallas que dar.
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