Desde Adentro

Hola. Mi nombre es Mark Waid y me dedico a los comics desde 1984. Eso es, hablando a nivel profesional. En realidad, los comics corren por mis venas desde que tenía cuatro años y descubrí a Adam West en la tele. Desde ese día, creí en los superhéroes -creí en serio, de verdad- y estoy acá para contarte que me sirvió muchísimo, porque esa creencia ha sido la clave de cualquier éxito que me pueda atribuir.

Mark Waid

20/11/2007

| Por Javier Hildebrandt

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Mark Waid


Hola. Mi nombre es Mark Waid y me dedico a los comics desde 1984. Eso es, hablando a nivel profesional. En realidad, los comics corren por mis venas desde que tenía cuatro años y descubrí a Adam West en la tele. Desde ese día, creí en los superhéroes -creí en serio, de verdad- y estoy acá para contarte que me sirvió muchísimo, porque esa creencia ha sido la clave de cualquier éxito que me pueda atribuir.

A los siete años, mi ídolo era Robin, el Joven Maravilla. El que usaba botitas de elfo, no el cancherito con el disfraz más copado y la capa de Kevlar. Supongo que me gustaba ser un sidekick; sabía que mientras los otros chicos discutían si era más copado Superman o Batman, yo ya había tomado mi decisión. De hecho, me pasé todo el verano en un disfraz casero de Joven Maravilla, armado con un viejo rompevientos amarillo y guantes de jardinería verdes. Combatí el crimen en las calles de Bessemer, Alabama. En realidad, el único crimen en Bessemer, Alabama, era tener una madre que me dejaba salir a la calle así vestido.

Pero encontré al gato de Lisa Shoemaker. Pedaleé mi bici con asiento banana por toda la ciudad para secar las lágrimas de una devastada nena de nueve años.

Kingdom Come


Saqué al gato de la zanja de drenaje donde se había perdido horas antes y se lo entregué al ser humano más agradecido que vi en toda mi vida. No importaba que, claramente, la suerte me había dado una mano para encontrar al gato; me sentí como un campeón. Durante ese momento, viví ese rol. Y honestamente creo que en ese segundo entendí más el por qué nuestros héroes hacen lo que hacen de lo que jamás podré entender.

A los diecisiete, ya en el colegio, aceptaba cualquier trabajo para pagar el alquiler. Por eso, cuando la Reynolds Corporation llamó a la sucursal local del Sindicato de Actores para buscar pelirrojos de 1,75 y 70 kilos (oh, Dios querido, eso fue hace tanto, tanto tiempo), me tomé el tiempo para responder al aviso. Y era un flor de papel: la audición consistía en meterse en un disfraz de tela de aluminio y saludar a la gente haciendo de Michael Recycle, capitán de la flota de Reynolds Wrap Tobacco en un desfile de carrozas.

Fantastic Four


Dudo que esa noche hiciera siquiera 10 grados, pero de todos modos puse una cara valiente y feliz, a bordo de una carroza fantástica en un disfraz acolchado que ni se imaginan. Y mientras el viento me volaba el por entonces abultado cabello, y la multitud apasionada aplaudía y saludaba, me sentí como el Capitán América. Durante brevísimos instantes, y sólo durante los tramos en que lograba mantener el equilibrio. Pero loco, por más ridículo que me hubiese visto, tenía las ropas de un héroe y sentía el poder de la multitud.

A los veintiocho años, me despertó un ruido. Después, un segundo. Medio dormido, me levanté de la cama y vi cómo el picaporte de mi dormitorio giraba despacito, mientras un ladrón asomaba tímidamente la cabeza por la puerta. Yo, que no soy ningún sombrío vengador nocturno, pegué un alarido que me rajó la vajilla. Pero, sin pensar, manoteé el bate de beisbol que tenía junto a la cómoda, mientras el ladrón pegaba la vuelta y cerraba de un portazo la puerta del dormitorio. Y en esa fracción de segundo, mientras me acercaba a la puerta, se me aceleró el pulso mientras repasaba mis opciones. Podía sufrir aterrorizado hasta el amanecer, sin saber si el tipo seguía ahí o si iba a volver… o podía tratar de estamparle un Louisville Slugger (la marca del bate) en la frente.

Abrí la puerta… y lo vi zambullirse por la ventana, en busca del amparo de la noche.


Quisiera decir que salir del dormitorio fue una movida valiente, pero A) no lo fue, fue una estupidez, y B) la gente honesta no confunde la adrenalina con la valentía.

Perdí cien mangos y un walkman, pero protagonicé una situación de esas que los tipos con capa enfrentan seis veces por mes. Jamás me pareció un precio muy alto.

Y todo eso y más, salta en mis historias cada vez que me siento a escribirlas. Lo único realmente verdadero y universal que aprendí en todos mis años escribiendo comics es que las historias DEBEN SER PERSONALES. No puedo simplemente hacerte reir con chistecitos; tengo que hacerte vivir la situación usando la textura y la emoción de la experiencia personal.

Obviamente nadie tiene idea de cómo es levantar un colectivo por sobre la cabeza, pero todos sentimos la tensión de levantar algo pesado, la contracción de los músculos, los dientes apretados en el momento de alborozo en que lo logramos. Nadie conoce el verdadero placer de volar, pero todos conocemos lo que se siente al salir del aula el último día de clases. Pocos hemos sentido el vértigo de una ovación multitudinaria, pero todos saben qué se siente al ponerse un traje de aluminio y… okey, me fui de tema. Pero ya entendiste mi punto.

No es suficiente escribir sobre un hombre que puede volar. Ni siquiera es suficiente hacerte creer que un hombre puede volar. Mi trabajo es hacer que vos también vueles.
No te pierdas el Desde Adentro del nuevo número de Comiqueando Extra!

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