Lo más importante que aprendí en estos años de carrera como autor de comics, es que lo ideal no existe. Nunca. En ningún sitio.
Hoy recuerdo con una cierta nostalgia aquella época en que había un mercado que permitía vivir al autor español, y ahora eso por desgracia no es
así. Yo me adaptaba un poco a la situación y lograba hacer mis propias historias, basadas en todos los referentes que me gustaban. No eran historias
de superhéroes, sino de temática de misterio, de acción… y fue una experiencia muy gratificante, muy divertida, que poco a poco se fue terminando.
Pero en aquel entonces, nada parecía tan fácil ni tan gratificante.
Incluso en los años en que el relativo éxito de Crepúsculo me abrió algunas puertas, me embarqué en historietas «malditas», como La Ruta de la Medusa
(que fue rechazada en Norma por ser demasiado experimental, acabó por publicarse en Glénat, tuvo una recepción penosa y malas críticas) o Marius Dark,
que se publicó por episodios en Cimoc y se recopiló en álbum hace apenas un par de años porque durante décadas nadie se interesó por ella.
Hay quienes creen que para insertarme en el mercado americano tuve que cambiar mi estilo de dibujo. ¡Es al revés! En Europa me decían que era demasiado
americano, y eso me ocasionó tremendos problemas para introducirme en el mercado francés. Allí fue donde me he visto obligado a cambiar de estilo y no
en los EEUU.
Lo que ha cambiado es mi sistema de trabajo. Cuando escribía mis propios guiones, solía someterme rígidamente a lo que escribía, intentaba que la voluntad
de narrar se impusiera, a través de la diagramación, a mis ganas de dibujar cosas que me gustan. Al trabajar con un guión de otro, la cosa cambia: me
concentro totalmente en el dibujo en función del guión que me pasan. Yo tengo dos facetas: la de persona con inquietudes para contar cosas y la de
dibujante. Ambas son importantes y estoy contento con lo que hago. Claro que me gustaría volver a hacer mis propios guiones, pero antes he de ganarme el
respeto de los editores y conseguir el margen suficiente para hacer lo que quiera. Aunque, para ser justos, yo siempre he tenido libertad artística. Lo
que ocurre es que cuando te adentras en un determinado género, éstos tienen unas determinadas reglas. No puedes hacer historias del Oeste si no sabes
dibujar caballos, por ejemplo, o si no sabes cómo es un Colt… Entonces, el género superheróico precisa de un cierto conocimiento. No hay que ser
catedrático, pero como yo siempre había sido lector y fan, para mí adentrarme en ese género no fue un problema. Entonces, lo que es importante es que
aportes una visión de las cosas, y para ello es necesario tener un cierto grado de libertad artística. Tampoco es cuestión de hacer unos pin-ups de
miedo. Lo que les interesa en EEUU, lo que les llama la atención es tu sentido de la narrativa, el storytelling.
Y el otro gran cambio en mi sistema de trabajo llegó con la colaboración con los entintadores. El shock de la primera vez que alguien te entinta es
terrible. Es una sensación tan desagradable que aunque el entintador sea bueno, no lo puedes soportar. Luego te acostumbras, terminas por entender que
algo hay que ceder, que el entintador también ha de poner lo suyo. Y en algún momento, llega esa instancia de colaboración ideal, cuando te toca formar
equipo con un entintador cuyo trabajo admiras y que te deja especialmente satisfecho. A mí me sucedió por primera vez con Art Thibert, pero antes y
después de Art, he trabajado con supuestas estrellas del entintado sin conseguir un resultado satisfactorio para mí.
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