Siempre hemos llamado Historieta al formato argentino del comic, fumetto, tebeo, etc. Ese formato es sostenido por cuatro soportes imprescindibles: un creador, (guionista), otro creador (dibujante), el editor y el lector, verdadero y definitivo Tribunal, dueño del éxito y el fracaso y, sobre todo, de la Memoria Viva de la Historieta. Sin embargo, en el medio siglo que media entre 1945 y 1995, no siempre el lector fue considerado o tenido en cuenta, al extremo de ser estafado y ninguneado por cataratas de reentapados, poco felices materiales y cierta soberbia de parte de los otros tres artesanos intervinientes. Pese a todo, el Lector reveló una fidelidad a la historieta que no tiene antecedentes en otros géneros, excepto en el fútbol y en el tango.
Y permite que el bronce de la Historieta conmemore a los señores Leonardo Wadel, Héctor G. Oesterheld, Alfredo J. Grassi, Robin Wood, Carlos M. Albiac, Eugenio J. Mandrini, Carlos Trillo, Armando Fernández, José L. Salinas, Carlos Roume, Alberto Breccia, Juan Zanotto, Domingo Mandrafina, Horacio Altuna y a todos aquellos que el Lector considera sus camaradas en el corazón de la Aventura.
El Lector se ha bancado durante siete décadas que lo acusaran de consumir, afanosamente, literatura menor; casi un género bastardo. Sin embargo, mucha gente conoció a los clásicos en…adaptaciones en historieta. La persistencia en contar con editores de ceguera pronunciada y creadores obedientes, privó a este género “desahuciado” de ser elevado a la categoría de una industria orgullosa de su calidad y, en cambio, resumir un testimonio de cultura popular en una crocante factura, olvidando lo demás.
Como diría Peter Cheyney, entiéndanme bien. La Historieta Argentina es más importante que la suma de todos sus cultores, entre los que me cuento. Ha dejado marcas en muchos países que hoy tienen su propia producción. A partir de los materiales de Skorpio y otras del mismo gajo, con otros de la controvertida Columba, los dibujantes y guionistas argentinos echaron raíces en lejanas tierras donde la historieta es hoy un sensible negocio, que el cine se encarga de megamultiplicar, con perdón de la palabra. Artistas y escribas son reconocidos internacionalmente y sus aportes, todavía, se venden alegremente sin provecho de los autores, en la mayoría de los casos.
Para los jóvenes, para los que están trabajando en esa soledad de tablero y PC, hay tesoros que debieron conocer y ya no están. El de dibujar y escribir en un mundo donde había decenas de editoriales con decenas de revistas para ofrecer los trabajos que cimentaron la vigencia de una cultura popular, decente, y tan propia como el dulce de leche. Ese tesoro hay que volverlo a desenterrar.
Porque cada guionista o artista que se haya iniciado en este hervor que es la historieta nacional, tiene, sin otra ambición que el trabajo bien hecho, que hacer callar la canción que dice: la gente ya no lee como antes. Pero…
Porca miseria. ¿Qué le damos a leer?
Hay en este género nuestro, porciones de literatura, cine, teatro y hasta de poesía intrínseca. El formato argentino suele emocionar y llegar a lo profundo del lector. Coordenadas no les faltan a nuestros sucesores y de la imparable fragua de dibujantes, seguirán surgiendo cultores de la Aventura, que nunca perecerá, como mueren las editoriales.
Que no mueren por acción, sino por omisión. Este mundo resultadista e impiadoso, tan necesitado de ese épico idealismo adolescente que nos suele acompañar, como la Historieta, se rige por un descarnado afán de ganancias, poco aprecio por el esfuerzo ajeno y olvido del lector, el actor más importante sobre su escenario.
Los que amamos la Historieta hemos crecido con los héroes que nos caían bien y ya adultos, fuimos capaces de entender a Lacan y a Cortázar, a Borges y Auster, pero jamás le hicimos ascos a una buena historieta. Una historieta creada y servida a conciencia, ayuda a pensar y, a veces, a recordar que es bueno sentir, antes que pensar, y dejar en libertad a los sueños e ideales de cada uno.
El Lector de antes y de ahora, que sigue recordando y rumiando viejas historias dibujadas, está ahí. Y pese a algunos desatentos y a opinólogos de ocasión, espera.
Espera que el legado recibido de Leonardo Wadel, el Viejo Oesterheld y José Luis Salinas y otros Padres Peregrinos, esté en buenas manos.
Porque el Lector sabe muy bien lo que es una entrañable historieta argentina, con perdón de Stan Lee, Frank Miller y toda la goma del manga y otras intoxicaciones. Amén.
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