Dentro de la lista de preguntas que pueden surgir cuando hacemos una historieta, hay una que se destaca por ser de las más clásicas: ¿Debo hacer cosas pensando en un lector o debo seguir mi propio instinto?
Cualquier dibujante o historietista sabrá decirte una opinión al respecto. Pero el oficio impone reconocer que es imposible no pensar en esa pregunta sin pensar también en la reina de la fiesta: la narrativa historietística.
Hablar de por qué la narrativa es importante podría llevarme varias entradas como ésta, ya que tiene múltiples aristas y funcionalidades que no se terminan en la mera planificación de una página o en el uso del tiempo. Así que por cuestiones de espacio nomás diremos que existe una trampa china que necesariamente aprenderemos a discernir mientras más comics hagamos.
La narrativa es un dispositivo dinámico. Es decir, nos permite en una obvia primera instancia llevar adelante la historia. Es el factor constitutivo de la famosa «progresión dramática». Y al mismo tiempo, en ese «llevar adelante», está implícita la idea de «la voz propia». ¿Qué es esa voz propia? Una serie de criterios que nosotros elegimos a la hora de contar algo de un modo y no de otro.
Salvando las distancias, es lo que Freud denomina Elaboración Secundaria. ¿Vieron cuando sueñan algo y de pronto, al contárselo a alguien, tienen que recurrir a mecanismos de argumentación que no estaban en el sueño per se sino que los están usando de manera consciente en el mismo acto de relatarlo? Pues bien, nosotros ahí estamos eligiendo qué palabras usar, incluso a sabiendas que quizás no sean las palabras exactas que expongan lo que ocurrió en el sueño. Al hacer eso, se vuelve necesario hacer un recorte o una censura, quizás porque elegimos esas palabras para que el que nos está escuchando nos entienda y pueda, más o menos, visualizar qué es lo que le estamos contando.
Esto se ve de manera real en la página en sí misma, utilizando recursos para traccionar diversos significados en el lector. La trampa china que mencioné más arriba, entonces, consiste en que esa narrativa, por más simple o sofisticada que sea, la tiene que pensar e interpretar un otro. Entonces ahí se establece una paradoja que encadena con la pregunta del comienzo: ¿Por qué deberíamos usar la narrativa para ser comprendidos por un otro, cuando en realidad no sé si quiero que me comprendan? ¿Estoy siendo narrativo porque es divertido o relevante para mí jugar con esos recursos, o porque si no el lector no va a entender qué estoy tratando de decirle?
La paradoja de la narrativa historietística (y por ende, el eterno debate «laburo para un otro vs laburo para mí») consiste en que para pensar en un supuesto lector tenés que cagarte en él. Para pensar en alguien no tenés que pensarlo. O por lo menos, no rendirle pleitesía.
O sea, lo ideal es pensar que no se trata de dibujar para «alguien». Pero entonces, ¿para qué quemarse las pestañas generando un «mapeo» interesante cuando en realidad nos importa un choto el otro? Simple: las planificaciones de página y todas las piruetas narrativas que podés generar en base al argumento, los diálogos y las acciones tienen siempre en cuenta, en menor o menor grado, al lector… pero con la única intención de guiarlo para que él descubra que tu propia voz es la que importa, no la suya.
La narrativa en última instancia es eso, hacer que el lector se preste al juego de «la búsqueda del tesoro» para que el premio sea, ni más ni menos, algo que a él le va a generar una cosa X. Ese algo incluye que te cagues soberanamente en lo que piensa. Este «cagarse en el otro» se lo puede entender como una relación de poder. Es tu voz contra la del otro. El otro transa o deja el comic, tan simple como eso.
El truco está, por supuesto, en que él transe o negocie con esa contradicción interna. Y si logra hacerlo, entonces estate seguro que eso que le estás contando lo va a cambiar de algún modo.
Hay algo medio tricky en todo esto, ya que si bien está el truco, también hay un quiero retruco. O sea, el hecho de que no te vas a enterar nunca (o por ahí no del todo) de los diferentes efectos que generaste. O bien puede que te chupe un huevo eso. Y ahí está en vos dejarte llevar por la especulación o no. Y ahí es cuando caemos en la cuenta de que muchos historietistas son unos paranoides matados. Y ahí es cuando el círculo vicioso de «laburo para el lector vs. laburo para mí» se puede complicar. Y ahí es cuando aparece, con una vocecita finita a lo Swamp Thing en versión plantita, tu propia ética estilística. ¿He sabido usar las herramientas de un modo adecuado? ¿Habrán entendido lo que quise decir? ¿Me importa, en el fondo, que lo hayan entendido?
Y ahí es, finalmente, cuando tenés la diferencia entre un historietista y otro.
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