Desde Adentro

Si bien toda mi vida pensé en hacer historietas, la primera vez que realmente me senté a pensar en serio cómo estructurar una historia fue en 1976, cuando ya me había inscripto en la Kubert School...

Rick Veitch

21/06/2010

| Por Javier Hildebrandt

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Si bien toda mi vida pensé en hacer historietas, la primera vez que realmente me senté a pensar en serio cómo estructurar una historia fue en 1976,
cuando ya me había inscripto en la Kubert School.

La escuela ofrecía excelentes clases de dibujo, pero en ese primer año no teníamos cursos de guión. Igual tuve suerte, porque Joe Kubert cerró un trato
con DC para probar a algunos de sus alumnos en historias cortas para Sgt.Rock, el único título bélico que coordinaba por aquel entonces. Varios alumnos,
como Steve Bissette, Tom Yeates, Tim Truman, Jan Duursema, Tom Mandrake y yo, ilustramos nuestras primeras historietas profesionalmente escritas en estos
back-ups. Casi todos eran escritos por el veterano guionista y coordinador de DC Bob Kanigher.

Tapa de Swamp Thing de Febrero de 1988


La evolución personal de Kubert hacia la cima del mundo del comic había incluído una larga y fructífera relación creativa con Kanigher. Después de 20 años
de hacer comics juntos, Joe y Bob habían desarrollado un método simple y eficaz para hacer funcionar las historias breves.

Las historias cortas de Kubert y Kanigher estaban pensadas como una excursión de tres minutos a la imaginación. Eran el equivalente a una canción pop en la
radio. Arrancaban con un gancho, como los temas del Top 40, hilvanaban rapidito el desarrollo y se dirigían al final, que con un poco de suerte era impredecible.
Es una estructura que funciona para lectores de todo tipo, viejos y jóvenes. El desafío para el guonista es usar este marco sin dejar que se estanque en una fórmula.

Tapa de Army @ Love, homenajeando a Abbey Road


Kanigher era una presencia temida, de visos míticos en la escuela. La leyenda decía que había bochado a todo el curso de Segundo Año. Ocupa un lugar curioso en la
evolución del arte moderno, ya que varias de sus innovaciones en materia de historietas aparecieron después en los lienzos de Roy Lichtenstein. El mundo del arte nunca
reconoció esta influencia, pero mientras dibujaba sus guiones, yo pensaba que había logrado algo subversivamente poético. También me copaba la forma en que metia esos
diálogos tan vívidos, que mantenían arriba la historia. Cuando Kubert me propuso que, en vez de tomar clases de guión, escribiera mi propia historia corta para DC, él
y Kanigher fueron mis células embrionarias.

Como cualquier coordinador, Joe quería que cada historia ofreciera algo nuevo. Si al llevarle una idea, lograba captar su atención, la discusión se elevaba a un nivel
más creativo. Se abría asi un toma-y-daca, en el que esculpíamos la historia para darle el mejor efecto. En ese entonces se consideraba ideal el final sorpresa, el estilo
llamado “O. Henry”, y pensábamos muchísimo cómo producir ese efecto y que pegara. La frase que usábamos, asintiendo al unísono, era “¡Funciona!”. No había una definición
únivoca para lo que “funcionaba”, pero en el momento del intercambio creativo no importaba.

Joe me enseñó muchas cosas, pero una de las más grosas fue cuánto se disfruta cuando dos imaginaciones se sincronizan y se largan a jugar con una historia hasta las últimas
consecuencias. Lo que la gente muchas veces llama “run-run creativo”, para mí es un placentero vuelo de intuición creativa mezclado con una leve pero perceptible sensación
en el cuerpo y en la mente. No estoy seguro de si ese efecto tiene una explicación científica, pero desde entonces mi vida creativa se basa en perseguir esa sensación.

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