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NOTAS

Roger Langridge

No me muero de ganas de escribir escenas de sexo zarpadas, ni decapitaciones. Si tuve que hacer alguna concesión, habrá sido bastante insignificante.
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Viernes 29 de agosto

Crecí en Nueva Zelanda y siempre leí comics, siempre los tuve cerca. Aprendí a leer casi de manera autodidacta, estudiando las historietas de Carl Barks, de Donald Duck y Uncle Scrooge, que mi mamá nos daba a mi hermano y a mí cuando nos portábamos bien, o cuando querían que nos quedáramos un rato tranquilos. Era la época de   Disney, Harvey, Gold Key (sobre todo el material de Hanna-Barbera) y ediciones australianas de DC, que eran en blanco y negro. Tal vez por eso aún hoy prefiero leer a Jack Kirby en blanco y negro. Y la idea de dedicarme seriamente a hacer historietas se remonta a mis seis o siete años: un ejercicio de dibujo en la escuela. Toda la clase recibió tiras de papel y la consigna era dibujar una tira cómica. Casi todos los compañeros dibujaron, lógicamente, una tira de tres o cuatro viñetas. Pero yo, por algún motivo, dibujé el frente y el dorso del papel con 12 o más viñetas. Ahí se me activó un switch en el cerebro y sentí que había encontrado mi vocación. No sé cómo, pero de ahí en adelante, nunca volví a considerar seriamente dedicarme a alguna otra cosa que no fuera dibujar historietas.

Desde chico me encantó el humor extraño, surreal, absurdo. Creo que lo que me llevó hacia esa línea de humor fue el Goon Show. Aún hoy, Spike Milligan es mi actor cómico favorito de todos los tiempos. Me puse a explorar sus influencias (tipos como los Hermanos Marx o W.C. Fields) y a aquellos que más tarde fueron influenciados por él, que son prácticamente todos, empezando por los más obvios, que son los Monty Phyton. Así que le podemos echar toda la culpa a Spike Milligan.

El humor es algo muy peculiar. Hay gente (y más de una vez fui parte de esa gente) que cree que está escribiendo algo gracioso si le sale algo que suena un poquito parecido a algo gracioso que escucharon alguna vez. Esa idea de «Bueno, esto tiene la misma forma de un chiste que ya conozco, y si cumple con esos requisitos, debe ser gracioso». Es una trampa en la que se cae con facilidad, pero si el chiste no pasa la prueba definitiva que es hacerte reir, o por lo menos arrancarte una sonrisa, probablemente no sea gracioso, más allá de lo bien que encaje en todas las teorías. Me tomó varios años aprender a confiar en mi instinto en este punto, y descartar gags que no llegan a causarme gracia a mí mismo. Los que quedan, son chistes que conectan conmigo en ese nivel más profundo. Y, con un poco de suerte, mis gustos en materia de humor no son tan esotéricos como para ser el único que los encuentra divertidos.

Carl Barks es uno de los pocos historietistas que me hacen reir a carcajadas. A menudo se lo reconoce (con justicia) por sus historias llenas de imaginación y su caracterización sutil, pero a veces pasamos por alto su uso del lenguaje, magistral y extremadamente gracioso, y su timing para el humor, que es perfecto a nivel de los nanosegundos. Harvey Kurtzman y Bill Elder, también me hacen reir, por supuesto. Ken Reid, un historietista británico que dibujaba muy gracioso, unos personajes medio alocados, listos para explotar en cualquier momento. Dave Sim, en la época de High Society. Un montón de los tipos que hacían tiras en los diarios, de los cuales mis favoritos son E.C. Segar y Billy DeBeck. Me encanta también lo que hace Hunt Emerson, Basil Wolverton, Sergio Aragonés, el Chester Brown de la primera época me hacía cagar de risa… ¡Evan Dorkin! Julia Wertz, que es una de las historietistas más graciosa que tenemos hoy a nivel mundial. Seguro me estoy olvidando de muchos más. Me voy a acordar de ellos cuando haya terminado de escribir esto, no tengo dudas.

Creo que de tanto dibujar, fui mejorando un poco. No es fácil empeorar en algo que hacés todos los días. Nunca intenté cambiar mi estilo de manera radical, por lo menos a nivel consciente. Si hay cambios entre el material más antiguo y el más actual, se dieron en forma de una evolución. Cuando miro mis trabajos viejos, me sorprende que el dibujo se ve muy mecánico. Ahora mi dibujo me parece más blando, más orgánico, más agradable a mis ojos cansados de anciano. Supongo que gradualmente me alejé del dibujo más cargado porque ahora tengo más cancha, ya no necesito esconder mis debilidades detrás de una tormenta de rayitas y texturas. Pero para ser franco, en el último tiempo me esforcé mucho para mejorar como guionista, y siento que mi dibujo no avanzó al mismo ritmo. Probablemente sea hora de ponerme a trabajar de nuevo sobre mis puntos flojos como dibujante, que me están empezando a hinchar las pelotas.

El gran aprendizaje como guionista fue empezar a trabajar para un público más amplio, que incluya también a los chicos. No tuve que hacer grandes concesiones para adaptarme a ese tipo de material, porque la verdad es que no me muero de ganas de escribir escenas de sexo zarpadas, ni decapitaciones, ni nada de eso. Entonces, si tuve que hacer alguna concesión, habrá sido bastante insignificante. Incluso algunas de ellas mejoran el trabajo. Por ejemplo, si quiero evitar que los personajes puteen, me veo obligado a encontrar otras formas, más originales, de transmitir la misma idea y eso me obliga a ser más creativo. Al final, lo importante es que estoy escribiendo el tipo de historietas que me gusta leer, y de nuevo, asumo que mi gusto no es tan retorcido como para que nadie esté de acuerdo conmigo.

Y lo otro que tuve que aprender, y que fue mucho más divertido de lo que yo esperaba, fue escribir guiones para que los dibujen otras personas. Eso es algo que yo jamás me propuse hacer: yo escribo para tener algo para dibujar. Pero medio por accidente me convertí en un guionista que colabora con dibujantes y, para mi sorpresa, es algo que disfruto muchísimo. Ayudó bastante que me haya tocado colaborar con dibujantes excelentes. Siempre es un placer cuando al dibujante se le ocurren cosas mejores que las que uno imaginó, y me gratifica que eso suceda bastante a menudo.