Quería contarles cómo me inicié en esto de dibujar.
Cuando tenía siete años, series de televisión como Batman, Astroboy, Superman, Tarzán, etc., recargaron mi imaginación. Por aquellos días, era muy
común para mis vecinos verme correr por la vereda con una toalla atada al cuello. Un día era Batman, otro Superman y por ahí me pegaba fuerte ser
Tarzán. Vivía en un edificio y más de una vez lanzaba lo que para mí era el grito de guerra de Tarzán, lo que me trajo más de un problema con las
señoras vecinas que protestaban por los gritos del nene.
Pero fue una tarde de verano, cuando yo tenía unos nueve años, que se produjo el encuentro con lo que sería mi profesión. Mi vieja alquilaba una casa
a extranjeros que trabajaban para empresas del exterior. Siempre que estas familias se retiraban, algo dejaban.
Fue así que esa tarde, los inquilinos de turno se volvieron a su país, pero dejaron un tesoro espectacular. Abrí la puerta de aquel galpón y me encontré
con cientos de comics en una mesa enorme, una pila que llegaba casi hasta el techo. Imagínense mi sorpresa: acostumbrado a ver a mis superhéroes en la
tele, ahora los tenía en dibujos, en distintos tamaños, a todo color y en otros idiomas. Ese fue mi primer contacto con revistas de historietas. Así
comenzó el romance.
Enseguida me puse a copiar los dibujos de esos comics. Gastaba pilas y pilas de hojas, todos los días, a cualquier hora, sin parar .Esto obviamente trajo
consecuencias en el estudio. Recuerdo haber dibujado en la carátula del 25 de Mayo a Superman volando sobre el Cabildo, llevando la bandera argentina, cosa
que a mi maestra y mi vieja no les causó ninguna gracia.
Mi fanatismo por los comics hizo que pensara algo para poder comprar más. Junto a un amigo, que también se dedicaría a trabajar como dibujante (Peni), hacíamos
revistitas en hojas de cuaderno y luego las vendíamos a nuestros compañeros de colegio. Con esa plata nos comprábamos comics de Jack Kirby, Joe Kubert, Neal
Adams, John Buscema… Estos maestros terminaron por potenciar una idea: estaría bueno ser dibujante.
Mi vieja, extremadamente cansada de las situaciones de conflicto en el colegio, optó por probar a ver qué pasaba con eso de dibujar. Buscamos un editorial que
hiciera historietas y así llegamos a Columba y a Antonio Presa, que fue mi padre artístico. Gracias a él, mi vieja entendió que mi futuro podía estar en el dibujo.
Tenía 15 años cuando empecé a dibujar los lápices de la serie Argón el Justiciero, para la revista El Tony, con guiones de Héctor G. Oesterheld. Lo gracioso es
que yo odiaba a este personaje y a las revistas de Columba. En la editorial pase un periodo de transición donde me enseñaron a ser profesional, a regañadientes,
ya que yo sólo quería dibujar.
Mi estilo nació cuando hice la adaptación de la película Krull. Enseguida con Gustavo Amézaga creamos a Crazy Jack, el personaje que me ayudó a despegar como
profesional, ya que los dibujos de esta serie llegaron a otros países y así fue como más tarde me empezaron a contactar de diferentes editoriales de Europa y
EEUU. Recuerdo la sensación de inmensa alegría cuando me llegó el primer guión de Conan el Bárbaro: lo apoyé en el tablero y me quedé mirándolo por largo tiempo.
Después llegué a estar del otro lado del mostrador: coordiné para la editorial Thalos los proyectos Magma, Pandemonium y Manuela. Para mí, fue el sueño del pibe
absoluto. Ser dibujante y director editorial, y todo con las mismas ganas de aquel péndex de 15 años.
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