Desde el secundario que hago historietas. Por aquel entonces, la única perspectiva de laburo que tenía era terminar en la docencia. Ese era el título que iba a obtener: maestro nacional de dibujo.
Pero me metí en la EAH y conocí a Pez, mi gran maestro, que me enseñó el medio y me mostró sus posibilidades. Recuerdo que me llevó a la redacción de la revista El Tajo, donde él publicaba. Más tarde me llamó para que le diese una mano con el story-board de Caballos Salvajes, el film de Marcelo Piñeiro. Yo tenía 19 años cuando me presentó en el estudio de Durañona, donde trabajaban para EEUU. Ahí me tuvieron entintando algunas muestras que jamás llegaron a salir y no vi un peso, pero conocí a otros dos que me enseñaron mucho: el mismo Durañona y Gonzalo García.
Me acuerdo que Pez, junto con Federico Cueva, estaba haciendo un Elsewords de Batman. Un día me llama Pez y me dice «No llego con las tintas, ¿te venís a casa y me ayudás? Recuerdo pasar tembloroso el rotring por esos originales. Me daba tanto miedo meter la pata que tardaba mil años, e hice poco y nada. Pez terminó llamando a más monos para cumplir con la desesperada entrega. Ese fue el primer trabajo de historieta que cobré.
Años más tarde, mientras editaba el fanzine Catzole con Javier Rovella y Julio Azamor, Gonzalo García me llamó para que lo asistiera a él, que a su vez era ayudante de Lito Fernández para Italia. Gonzalo terminó de formarme en el detallismo de los fondos y contestó todas mis dudas sobre la perspectiva que en ese entonces tanto me obsesionaba. Esa formación que luego pude aplicar a mis trabajos personales en la Catzole, fue sellada durante el año en que hice los fondos para Gonzalo en Mitofauno, su proyecto personal.
Mientras estudiaba animación en el IDAC, empecé a trabajar en story-boards, primero para publicidad, luego para videoclips, cine y televisión. Desde entonces me dedico a este trabajo, junto con la docencia. El story-board nunca me representó un problema desde el lado narrativo porque ya sabia contar con imágenes. Esa es la ventaja del historietista que se mete a hacer storys. Pero sí me aportó desde el momento en que tenés que aprender el lenguaje técnico del cine para poder entender a los directores cuando te explican tu trabajo. El conocimiento del lenguaje cinematográfico me enriqueció mucho a la hora de contar historias, y es algo que enseño a mis alumnos en el taller. Si bien la historieta tiene un lenguaje propio, creo que ambas artes evolucionaron juntas y comparten muchos recursos. Tuve oportunidad de acercarme al cine, primero trabajando en la película de Mercano el Marciano, y después con los cortometrajes de animación que dirigí: El Inivisor y Gorgonas (junto a La Secta Edición), que me dieron muchas satisfacciones personales.
Creo que la animación es el último gran paso para la formación de un dibujante. Una cosa es realizar una imagen que sugiera movimiento aunque no lo tenga. Otra cosa es darle vida a un dibujo paso a paso. Es un trabajo duro pero con un resultado muy emocionante. La sensación de que un dibujo propio cobra vida es algo increíble. Si lográs aprender el lenguaje de la animación, creo que ya no hay barreras para un dibujante. Luego pude volver a la historieta con una nueva óptica.
De todas las posibilidades de la narrativa visual que pude explorar, la historieta sigue siendo la más primitiva y más directa a la hora de expresar una idea. La animación es algo fascinante pero requiere del esfuerzo grupal, y de otros factores que te superan, como el equipamiento, dinero y mucho tiempo. Con la historieta, estás vos solo frente a la hoja en blanco y no necesitás nada más.
Yo no me considero un autodidacta, pero la mayor parte de lo que aprendí lo conseguí trabajando. Tampoco me considero un virtuoso del dibujo. Me cuesta que las cosas me salgan bien de una, como sí logran otros dibujantes. Necesito trabajar con el ensayo y error hasta lograr que la imagen interna que tengo en mi cabeza se parezca a la imagen que volcaré en el papel. A veces es una larga búsqueda.
De todas formas, para mí saber dibujar es sólo una herramienta. Lo importante es lo que uno puede decir con este lenguaje, lo que tenemos para contar, y esa es mi verdadera pasión. Darle vida a mi mundo personal, y sacarlo a la luz.
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