Es un hecho comprobado que cualquier vicio se vuelve tarde o temprano un problema económico. Antes o después, llegará un momento en que habrá que poner un freno a esa codicia que agujerea nuestros bolsillos antes de que debamos hipotecar el auto, la casa y hasta la vieja para seguir el ritmo. Y si hablamos de vicios caros, es difícil pensar en otro que lo sea más que el de ser adicto a las historietas. Aunque tuvimos una “golden age” en la que más o menos podíamos arrimar a los 3 o 4 libros por mes, aquella década de los ´90 (funesta en tantísimos otros sentidos) se terminó desvaneciendo y con ella aquel “precio de tapa por 1.7” que tantas alegrías nos dio.
Quizá por el hecho de que éramos chicos y que no necesitábamos trabajar por dinero (afortunadamente) no nos dábamos cuenta de cuánta guita se nos iba en la comiquería. La mayoría de nosotros llegaba a ella tanteando el bolsillo y feliz de poder decidir qué llevar, en qué invertir esos escasos billetes que nuestros viejos nos habían dado alegremente pensando “qué bien que el nene lea”. Al entrar, rápidamente elegíamos las dos o tres opciones que sabíamos estarían entre lo que finalmente compraríamos, pero aún así el tiempo se alargaría interminablemente durante horas y horas de duda: teníamos tanta plata, nos gustaba este o aquel cómic, pero ¿cuál llevar? ¿Qué pasaba si nos equivocábamos y terminábamos comprando una irredenta porquería que no sirviese más que para limpiarse el culo? ¿Cuánto tiempo más debería pasar para poder volver y olvidar entre las páginas de una nueva adquisición el bochorno de la última? Por eso, la decisión final debía sopesarse cuidadosa y tranquilamente. Nuestra estadía allí llegaba quizá a preocupar al dueño del local, más propenso a considerarnos inminentes chorros que indecisos nerds. Pero no nos importaba: estaríamos allí el tiempo que quisiéramos hacerlo.
Finalmente, con un violento ímpetu, llegaba el fin: “me llevo esto”. El viaje de vuelta a casa traía consigo no más que un leve atisbo de la compra, comenzando a saborear anticipadamente la gloria que nos esperaba. La misma odisea se repetiría durante meses, años, siempre a la búsqueda de esa saciedad que jamás llegaría ni llegará, al borde del colapso nervioso ante una oferta que sepulta nuestra demanda bajo un pie gigantesco, sonriente y burlón.
Y así crecimos, hasta que (como ya dije) los ´90 se fueron y el nuevo milenio trajo una nueva visión: no serían los autos voladores que nos prometieron tan ligeramente, ni los jetpacks que nos harían llegar al trabajo en diez minutos. No, el nuevo milenio trajo nuevos precios: descomunales, irreales, apabullantes. Un cómic que en USA cuesta 3 dólares, aquí sale más de 25 pesos. Más allá de que en ciertas comiquerías la diferencia de precio actual es casi cercana al robo a mano armada, lo que se profundizó fue la brecha entre lo alcanzable y lo inalcanzable. Se volvió, a fin de cuentas, no un vicio caro, sino CARÍSIMO; primero porque casi todo lo que consumimos es importado, y segundo porque las comiquerías (en materia de precios) son tierra de nadie, y los estándares mínimos en cuanto al precio de cualquier producto son altísimos. ¿A quién hay que culpar por esto? ¿Es culpa de la escasa industria nacional? ¿Es porque los comiqueros somos tan cebados que por el nuevo número de Spider-Man vendemos a nuestra hermana? ¿Es porque somos unos boludos que no defendemos lo que nos gusta? ¿Por qué el más pedorro TP yanki allá vale dos mangos y acá fortunas y aún así vamos y lo compramos? Ojo, el hecho de los gastos de importación siempre influirá en el valor final, pero no justifica las animaladas que vemos a diario por doquier.
Quizá lo único que podamos hacer sea encontrar otra forma de conseguir lo que nos gusta (sin volvernos chorros), a través de otros canales que la tecnología de hoy nos ofrece. Y no hablo de los scans, formato funesto que genera una brecha insalvable entre la obra y nosotros, sino de otras formas de comercialización, llámense Amazon o similar. Lo que no debemos olvidar son tres cosas esenciales:
1) Todo vicio resulta caro.
2) Tenemos un vicio llamado Historieta
3) Que no nos tomen de boludos a la hora de ir a comprar.
Porque ciertas máximas son usualmente ciertas, pero no la que reza que todo lo barato sale siempre más caro.
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