-Y siguiendo con la saga de mis viajes a EEUU- esgrimió el felino detective despatarrado en la mesa del barsucho, más cerca del desayuno que de la cena,- les voy a contar cómo ayudé al mismísimo rey, Jack Kirby, a ganar una apuesta.
Adán Babylon –el grandote aspirante a guionista que no para de sudar ni en Hoth- y Jezabel Janos –una aspirante a dibujante amiga de Adrián, que empezó a asistir a las charlas del detective y cuyo origen secreto conoceremos más adelante- seguían con la mirada a McCurro para incentivarlo a seguir contando la anécdota.
-¿Y?- se animó a soltar el grandote ansioso, ante el silencio del felino y su mirada perdida por los ventanales del local.
-¿Qué?- dijo McCurro volviendo como de un viaje astral.
-¿Qué pasó?- y se secó el sudor de la frente.
-¿Qué pasó con qué?- dijo desconfiado el felino.
-La apuesta- dijo Adán.
-¿Qué apostamos?- preguntó extrañado.
-No- arrancó Jezabel,- usted nos estaba contando de una apuesta que le hizo ganar a Jack Kirby.
-Ah, sí cierto, la apuesta de Dick Cara de Piedra.
-¿De qué?- se sorprendió Babylon que no podía ajustar esa referencia a nada de su vasto conocimiento sobre el mundo comiqueril.
-Conocen a Neal Adams, no?- dejó sobre el tapete el detective y ambos jóvenes asintieron con la cabeza.- Un sorete humano- agregó el gato mostrando una clara dificultad para modular, producto de la ingesta de alcohol en cantidades industriales.- Mal tipo… canchero… un ególatra…
-¿Y la apuesta? – apuró el proto-guionista ya un poco harto.- ¿Y Kirby?
-Sí, claro. La apuesta. Estábamos en una convención de comics de los ‘80s, no me acuerdo la fecha, pero casi seguro que fue en San Diego. Sí, ya en el salón de convenciones de San Diego… 82, ponele… quizás antes…
– Inspector, ¿y la apuesta? Kirby, Neal Adams, ¿qué pasó?
-Tengo la garganta seca de tanto hablar- tiró el felino.- pídanme otra ronda.- Y Jezabel le hizo señas al mozo para que volviera a llenar el vasito de McCurro.- ¿Dónde estábamos?
-En San Diego, inspector- apuró Adán claramente molesto.- En los ‘80s. Y Kirby, y la apuesta, y Neal Adams.
-Eso, sí. Estábamos en el bar de un hotel almorzando con Kirby y en la mesa de al lado estaba Neal Adams con una minita, una periodista, creo, o aspirante a editora, no me acuerdo. Pero estaba buena- llegó el mozo y apoyó el vasito lleno frente al felino.
-Concéntrese, inspector. La apuesta, ¿es entre Kirby y Adams?
-Sí, claro. Neal se hacía el canchero con esta minita, “yo creé todo”, “yo fui el primero en romper el cerco de artistas entre DC y Marvel”, “yo cambié los comics para siempre”, la perorata de costumbre- que en parte es cierta, pero lo escuchás y lo querés cagar a trompadas. Encima ya estaba hablando a un volumen alto, casi más para nosotros que para la mina- y en eso tira “yo fui el que más atacó a Nixon cuando era presidente, nadie se animó a tanto”. “Ah, bueno- salta Kirby,- ahora cualquier publicista con aires de artista se cree el Che Guevara”. Para qué- tira McCurro y se clava el vasito de grapa. –Yo no termino de llevarme el tenedor a la boca y ya están los dos parados, frente a frente, gritándose de todo. Yo logro meterme entre ellos y los calmo un poco. –‘Caballeros’, les digo, ‘por favor, escuchémonos. No hay necesidad de gritar. Por favor, Neal, explicanos por qué vos decís que fuiste el que más se animó a criticar a Richard Nixon’. El gordo muy sobrador se dio vuelta y sacó una revista de su bolsito. “Batman 232, Hija del Demonio, número clave de la saga de R’as Al Ghul. Página dos”. Y me revoleó la revista. La abrí donde me indicara el artista de ese número y no vi nada. Convengamos que el bar no tenía la mejor de las iluminaciones, pero aún estando bastante sobrio no entendía por qué este dibujante agrandado nos quería hacer creer que una viñeta página de Batman en el Himalaya era una crítica contra el 37º presidente de los Estados Unidos. Ante mi silencio y mi desconcierto, Jack me manoteó la revista y se puso a mirarla él. La acercó, la alejó, la giró y se la tiró de nuevo a Adams. “Bullshit”, dijo. El afamado artista abrió la revista en la página 2 y nos señaló la cara de la montaña. Ahí, entre los trazos de piedra estaba dibujada la cara de Richard Milhaus Nixon: ‘Dick Cara de Piedra’, agregó Neal. ‘Es un comic de 1971 y yo estaba denunciando que Dickie era un caradura’.
-Y Denny O’Neil no tuvo nada que ver- tiró Adán que sabía quién era el guionista de esa saga.
-Claramente, no- retomó el felino detective.- Neal se adjudica el 100% de todo lo que sea bueno de cualquier comic en el que haya participado. X-Men, Batman, Green Lantern/ Green Arrow, Superman, todo lo hizo él. Según Adams, ni O’Neil ni nadie en DC detectó su ‘denuncia’ hasta mucho después de publicado ese ejemplar. Ni Dick Giordano, el entintador, detectó la cara de piedra…
-¿Y la apuesta?- metió Jezabel que seguía tratando de entender la historia narrada por McCurro sin un rumbo fijo.
-Ahí llego- trató de calmarlos el detective.- Sin sacar la mirada de esa viñeta, Kirby me agarra del hombro y me dice “Yo hice algo más zarpado. No puedo acordarme exactamente qué, pero estoy seguro de que yo también tiré algo contra este ladri”. Recuerden que a esta altura, la memoria de Kirby no estaba 0 km. Seguía siendo un dibujante tremendo, pero las secuelas de sus experiencias de los `60 y los ´70 habían dejado secuelas profundas. Y era muy calentón. Sin dejarme meter un bocadillo, Jack encaró al dibujante de Deadman y le espetó: “Yo también denuncié a Trickie Dick; te apuesto lo que quieras que hay un comic mío donde dejo mucho más claro que Nixon era un caradura”. ‘Acepto. ¿Qué querés apostar?’, dice Neal con una sonrisa.
El gato frenó el relato, levantó el vasito y lamió el fondo. Apoyó el vaso y se apachurró en la silla mirando el techo.
-¡Inspector!- saltó Jezabel. -¿Qué apostaron?
-¿Quién?- preguntó volviendo a la Tierra.
-Kirby y Neal Adams- dijo hastiado Adrián.
-Ah, sí. Una vez Kirby y Neal Adams apostaron a ver quién había mostrado más claramente que Richard Nixon era un caradura. El que perdía tenía que dejar de ir a la Convención de San Diego por diez años. Kirby estaba seguro, pero no se acordaba en dónde había hecho esa denuncia. Adams le tira: “Vamos, Jack. ¿Vas a ponerte a dibujarlas ahora?”- era claro que el revolucionario dibujante se burlaba de la gran producción del Rey.- “Tenés dos horas para mostrarnos un comic donde un dibujo tuyo sin injerencia del guionista denuncia a Nixon como un delincuente caradura”. Jack me arrastró hasta la puerta de salida del bar y me dijo: ‘McCurro, me tenés que ayudar. Tenemos que cerrarle el orto a este gordo fanfarrón’.
Sin dudarlo, corrí hasta el centro de convenciones y me tiré de cabeza en las cajas de comics en busca de material de Kirby. De entre las toneladas de comics que dibujó el Rey, me aboqué a lo publicado entre febrero del ’69 y agosto del ’74, período en el que Nixon gobernó Estados Unidos. Durante la titánica tarea encontré números de Fantastic Four donde Dick aparecía hablando con los protagonistas, pero no había denuncia y seguía claramente los lineamientos del guionista. Cuando faltaban dos minutos para que Neal ganara la apuesta, el Rey se clavaba la octava cerveza y la periodista que acompañaba a los artistas miraba angustiada el reloj, mientras el más joven de los dibujantes reía exultante y hacía comentarios sobradores.
-Pero ahí apareció un inspector re-grosso a salvar las papas- tiró sonriente Adán.
-No, boludo- terció el felino,- llegué yo- los jóvenes se miraron apesadumbrados. –“Tengo la prueba”, tiro apenas cruzo la puerta del bar. Jack recobró la sonrisa y Neal se cayó sobre su silla incrédulo. ‘Acá tengo un cómic escrito y dibujado por Jack en el que deja claramente que Richard Nixon es un caradura’. Les mostré la Kamandi 8, de agosto de 1973, que ya desde la tapa muestra a Trickie Dick con cara de piedra, “The Return of Ben Boxer”.
-Y Kirby ganó la apuesta- sentenció Jezabel.
-Sí- retomó McCurro,- no estoy seguro si Neal cumplió lo pactado, pero con cara de culo, se fue hacia la salida y dejó una frase: “Pssst. Es claro que la idea me la copió a mí”.
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