Al principio, Ice Cream Man promete ser no mucho más que una antología de suspenso, algo a medio camino entre la serie clásica de TV de Twilight Zone y el film de culto Jeepers Creepers (2001), con Rick, su protagonista, aparentando ser un heladero bastante freak con siniestras intenciones, cuando en realidad en pocos números nos queda claro que es algún tipo de demonio cambiaformas con una agenda y un apego particular por los niños. Y si solamente fuera eso y tuviera un buen dibujante que sostuviera el relato, ya sería suficiente. El suspenso y el terror no forman parte de mis géneros favoritos, pero no por eso le huyo al magnetismo de esas historias protagonizadas por personajes borders que deambulan por la vida a los choques y tienen facilidad para relacionarse con las personas incorrectas o colocarse ellos mismos en un divertido sendero de autodestrucción.
Pero Ice Cream Man es bastante más que eso: es un viaje de ida a la negrura del alma humana, una incisiva exploración de las zonas más lúgubres de nuestra sociedad y una exposición de muchos de los miedos más comunes, presentados desde una perspectiva peculiar y fresca, a veces desde lo narrativo y otras desde lo argumental.
La capacidad de W. Maxwell Prince, el responsable de los guiones de esta serie regular,para sorprendernos número a número está fuera de discusión. Siempre que intentemos anticipar algunas páginas o fabular acerca del “caso” del número que tenemos en nuestras manos, con absoluta certeza le vamos a errar. Y hay algunas cuestiones a la hora de presentar estas historias que me llamaron poderosamente la atención. La primera de ellas es que los protagonistas de las mismas son personajes nuevos en cada uno de sus números. Rick, el sórdido “heladero” que protagoniza casi todas las portadas y forma parte de la promoción de la serie, es un personaje que en la mayoría de los casos aparece en un muy segundo plano. Siempre tiene algún tipo de relación con la historia, ya sea porque fue el desencadenante de la misma o porque logró insertarse en medio de una caída vertical y le agregó peso muerto a la víctima para apresurar el descenso, pero los verdaderos frontmans de cada una de las historias son las propias víctimas. De hecho, casi no hay personajes recurrentes salvo el propio Rick, un par de policías de homicidios y un tal Caleb, un vaquero Old School que al parecer tiene una historia con nuestro protagonista y tiene intenciones de darle un final a la misma.
En base a todo esto, Ice Cream Man podría ser considerado una antología de suspenso a lo Tales from the Crypt, con Rick en el rol del clásico Cryptkeeper, pero por otro lado la aparición de Caleb y el hecho de que muchos de los hechos ocurran en una misma comunidad y algunos de ellos son efectivamente investigados por la ley nos da la pauta de que hay una trama que se está cociendo por detrás, una que podría darle algo de sentido a muchas de las disparatadas y enloquecedoras situaciones de las cuales somos testigos los lectores. Lo otro que realmente me atrapó de esta serie regular es la absoluta libertad con la que Maxwell Prince se mueve para presentarnos cada caso, dado que en ningún momento sintió necesidad alguna de establecer reglas y parámetros sobre lo que puede o no ocurrir en los escenarios que plantea, y deja en manos del lector la interpretación de muchas de las escenas. ¿Cuánto de todo lo que vemos sucede de forma fáctica, cuánto es una ilusión y cuánto sucede en la mente de las víctimas? Hay episodios psicodélicos como por ejemplo aquel en el cual el protagonista de turno se une a una Legión de Personas Musicales compuestas por Ruby Tuesday (una referencia a los Rolling Stones), Eleanor Rigby (The Beatles), Ziggy (David Bowie) y algunos más, quienes desde el interior de un Submarino Amarrillo planifican una revolución para salvar al mundo y matar a Conehead, y otros donde la víctima vive y existe en tres realidades paralelas con tres vidas completamente distintas unas de otras, y cada una de ellas potencialmente podría estar supeditada a un gusto de helado… o no. No importa, lo que interesa es la historia, la forma en la cual la misma es narrada y sobre todo el desenlace.
Por supuesto, cuando la narrativa cobra tal nivel de importancia, el trabajo tiene que recaer en manos capaces. y en este caso por suerte el dibujo es obra del argentino Martín Morazzo, un autor que te remite automáticamente al mejor Moebius, y que tiene un trazo exquisito. Y cuando escribo exquisito no estoy exagerando ni medio centímetro: el trabajo de Morazzo es realmente un deleite, no sólo en la puesta en página y diagramación si no también en la expresividad de los rostros, en los enfoques y encuadres que utiliza para narrarnos las historias y en el esmero puesta en las pequeñas cosas que marcan una diferencia. Tanto los planos panorámicos como aquellas escenas que se desarrollan dentro de habitaciones son una invitación para que uno se quede ahí durante varios minutos, plasmado ante la enormidad de detalles que hay. Y hay páginas que directamente son una locura visual, una hermosa enfermedad que quiero contagiarme por tiempo indeterminado. Por ejemplo, la primer página del nº5 es un plano cenital desde lo más alto de un rascacielos, y la primera impresión que me dio es vértigo. Y yo ni siquiera soy una persona que le tenga un particular miedo a la altura, me paso la mayoría de mis madrugadas en mi departamento fumando por la ventana de un 6º piso, pero esa página realmente impresiona.
Es probable que muchos desconozcan la labor de Martín Morazzo, pero viene laburando duro y parejo desde hace varios años. En Image fue el dibujante de Snowfall y Great Pacific, ambas de Joe Harris, y con W. Maxwell Prince ya había trabajado en la mini-serie The Electric Sublime para IDW. Antes de eso laburó con Robert Burke Richardson en Absolute Magnitude y Elf-Help, clavó dos numeritos para la excelentísima serie regular de Nighthawk del 2016 que supe reseñar en esta sección pero que lamentablemente no pasó del sexto número, y tiene además en su haber la She Could Fly, de Christopher Cantwell, para Dark Horse y el tomo de Satellite Falling para IDW.
El único motivo por el cual, me figuro, más gente no está familiarizada con el trabajo de este artista es porque no le tocó jugar demasiado en las “grandes ligas”, porque la calidad narrativa del arte de Martín está muy por encima de la media del mainstream yanki, y esto ni siquiera se limita exclusivamente a lo que nos está entregando en Ice Cream Man, lo cual, de todos modos, reconozco es su mejor labor hasta la fecha (de lo que he leído de él, obviamente).
Ice Cream Man es una experiencia encantadora para paladares refinados que lamentablemente está volando muy por debajo de los radares del público y la crítica en general, así que espero, desde este lugar, contribuir un poco para modificar esa situación, porque la serie realmente se lo merece.
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