El mismo equipo creativo que un año antes lograra un reconocimiento unánime de la crítica con su versión de Moon Knight, en el verano boreal del 2015 decidió lanzar una serie para la editorial Image que se sitúa en la vereda opuesta a aquel comic de Marvel: Injection. Como habrán adivinado, me estoy refiriendo a Warren Ellis, Declan Shalvey y Jordie Bellaire, los artífices de una de las series actuales más interesantes de Image que por motivos obvios está pasando por debajo del radar de muchos lectores.
Mientras que las andanzas de Marc Spector narradas por estos autores eran de fácil entendimiento y sencilla digestión, la aventura que se desarrolla en las páginas de Injection requiere que el lector ponga mucho de sí para lograr un disfrute pleno, y exige una confianza plena en el equipo creativo, el cual, de todos modos, cuenta con la garantía de un guionista que pocas veces decepciona. El número inicial de Injection resulta por momentos confuso y no pemite entrever demasiado del camino que estamos por recorrer, al punto tal que muchos podrían opinar con justa razón que sólo se sostiene por el arte de Shalvey y Bellaire. Pero ya en el segundo número las piezas se comienzan a acomodar y deduzco será complicado para muchos de ustedes separarse de esta extraña mezcla de elementos sobrenaturales sostenidos por la ciencia ficción más dura que el comic moderno puede darnos.
Gracias a esta serie descubrimos que en Gran Bretaña existe un Ministerio del Tiempo y la Medida, el cual hace unos años convocó a cinco eruditos especializados en distintas áreas para armar una “Unidad de Contaminación de Cruce de Culturas” (UCCC de acá en adelante), con el objetivo de desarrollar algo que pueda sacarnos del estancamiento que estamos teniendo con la tecnología, la cual hace años viene evolucionando hacia lugares demasiado predecibles, potenciando casi exclusivamente todo lo que de una u otra forma se relacione con la comunicación. Los miembros de la UCCC no podían ser más diversos y excéntricos, por supuesto: Robin Morel, un supuesto brujo al que cada tanto llaman “mago blanco”, que reniega de su linaje familiar de Chamanes/Sanadores, se resiste a ser considerado solo una persona que manipula la magia y por momentos tiene reminiscencias a nuestro querido John Constantine. Maria Kilbride, una científica brillante considerada por muchos la única genio real de nuestra generación. Brigid Roth, una hacker con una especialización en todo lo referente a arquitectura social e inteligencia artificial. Simeon Winters, un especialista en estrategia que, entre otras cosas, ha trabajado como espía en el exterior. Y finalmente Vivek Headland, un Sherlock Holmes moderno que supo lucrar correctamente con su pericia y tiene más plata que la familia Macri.
Después de pasarse un par de semanas tirando ideas y elucubraciones, el equipo termina por crear una consciencia no-biológica y no-física que es capaz de responder al medio ambiente y sus exigencias utilizando la estrategia de Simeon, la inteligencia de Maria para superar cualquier problema, los procesos de razonamiento de Vivek y la capacidad para construir cosas de Brigid, con la base de Robin para la concepción de nuestra realidad. Eso es Injection, una entidad viral que si bien originalmente fue “programada” en un lenguaje determinado y lanzada a la web para que modifique ciertas cosas dentro de la misma y logre torcer el rumbo del futuro, por supuesto terminó por trascender ese medio y esa sub-realidad y se elevó por encima de la misma, escapando del control que originalmente tenía la UCCC sobre ella.
Expuesto de esta forma, el argumento peca de ser poco original y no parece diferenciarse demasiado de las decenas de historias que consumimos por año en distintos medios relacionadas con los peligros que conlleva desarrollar una inteligencia artificial que en algún punto termine tomando decisiones potencialmente perjudiciales para la supervivencia de la raza humana. Pero importa también en la forma en que la trama se expone y se desarrolla, y en los detalles en los cuales los autores piensan hacer hincapié.
Ellis, que es un enfermizo fan de la tecnología y la ciencia ficción, y a la vez un severo crítico del camino que está recorriendo nuestra sociedad, sacrificando valores en pos del avance tecnológico, podría haber escrito una historia interesante que plantee los dilemas que acabo de enumerar, y seguramente habría sido digna de leer y consumir. Pero no, nuestra camarada británico decidió ir por otro lado, por suerte, correrse un par de grados de todos estos dilemas y llevar la historia a un terreno sobrenatural, sádico y morboso. No en vano dispuso de un personaje como Robin que funciona como disparador de esta veta, y a su vez no le huye al resto de los conflictos sociológicos que depara la creación de una monstruosidad como Injection, una entidad que tiene el poder de torcer las leyes de la física para modificar nuestra realidad a gusto, con el único objetivo de entretenerse o, en el peor de los casos, aleccionar a sus “padres”.
El relato, entonces, avanza en dos tiempos muy bien diferenciados: en el presente, en el cual la UCCC ya no existe y sus miembros están cada uno en la suya, con distintos grados de remordimiento por saberse partícipes de la creación de una entidad que se les fue de las manos, y unos años atrás en el pasado, cuando el grupo estaba en su apogeo, desarrollando lo que suponían sería una herramienta para la innovación tecnológica. Injection terminó por ser todo lo contrario a lo que esperaban, y en algún punto es consciente de su carácter de monstruosidad, y culpa a sus creadores por su propia existencia. La consigna de la serie, a medida que avanza la misma, se va a centrar en la necesidad que tiene este grupo de volver a reunirse para entender los límites del accionar de Injection, y buscar la forma de neutralizarlo antes de que sea demasiado tarde.
Declan Shalvey está lejos de ser uno de mis dibujantes favoritos pero su narrativa es siempre agradable y fluida, lo cual hace que sea sencillo amigarse de sus trazos. Tiene un diseño de personajes interesante y se esfuerza por hacernos entender el peso que tuvo en los mismos aquel incidente, las facciones, vestimentas e incluso posturas de casi todos ellos han cambiado notablemente con los años y Shalvey nos lo hace notar todo el tiempo. La sencillez de sus trazos, casi sin sombra alguna, se disfruta mucho gracias a la tremenda labor de Jordie Bellaire como colorista, una artista que ya me había sorprendido gratamente con su trabajo en Pretty Deadly y que acá cierra cada página con un laburo digno de aplaudir. No sólo se encarga de darle profundidad y buen clima a las escenas sino que además pone un esmero enorme en detalles preciosos como manchas de barro u óxido en un Jeep viejo y reventado, ojeras sutilmente sugeridas en un personaje que hacía días viene durmiendo mal, mugre en la ropa de un personaje desaliñado… Allá donde Shalvey se tira un poco a chanta viene la amiga Bellaire y nivela para arriba.
Si tengo que criticar algo negativo de la serie, eso serían las portadas, poco llamativas y en algunos casos aburridas, pero sobre todo absolutamente indiferentes del contenido de cada número. Creo que una serie de una editorial como Image no puede darse el lujo de no exagerar o mentir un poco en sus portadas para venderte el producto, como sucede en el 99% del mercado editorial yanki, pero en este caso lo hacen, y cuando suelen elegir un momento del interior del comic para representar en la tapa del mismo, eligen uno anti-climático. Inentendible.
Amén de este último detalle, Injection es una muestra más del precioso abanico de opciones que hoy por hoy nos ofrece Image, una editorial que 20 años atrás era vapuleada y puteada minuto a minuto y hoy se ha transformado en la vanguardia del comic mainstream distintivo, en ese lugar mágico donde cualquier cosa puede suceder.
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