Y llegó el mes en el cual tengo el placer y el privilegio de reseñar un comic regular de una editorial mainstream del mercado yanki que está curado por la mismísima Karen Berger. ¿Qué quién es Karen Berger, querido lector? No, nadie… probablemente la coordinadora más importante en la historia del comic de los últimos 40 años, ponele. Fue quien en DC puso a Alan Moore a escribir Swamp Thing y a Neil Gaiman a que se tire un lance con Sandman, a ver qué salía. Luego ayudó a crear el sello Vertigo dentro de esta editorial para sacar boludeces del tipo Fables, Hellblazer, The Invisibles, 100 Bullets, Preacher, Y: The Last Man y Scalped. No sé si alguna vez leíste alguno de estos comics, pero es mucha la gente que opina que están bastante buenos así que dales una oportunidad.
En el 2013 Berger abandona DC y se pasa a Dark Horse para encargarse de un sub-sello editorial que tenga su toque, su visión y cuente con su experiencia para refrescar un poco la propuesta de una empresa que siempre parece estar arrimando el bochín y nunca logra meterla a fondo. Este año le tocó el turno a la neojerseíta G. Willow Wilson, la cual abandonó después de cinco años ininterrumpidos y más de 55 números a su querida hija primogénita, Kamala Khan, la Ms. Marvel moderna que tuvo su espacio en esta sección hace ya un buen tiempo y muy pronto tendrá una película propia. Casi sin tiempo entre un proyecto y otro, Wilson vio la oportunidad en esta línea editorial y se lanzó de lleno a una nueva aventura, que al menos desde el género tiene poco y nada que ver con lo que estuvo escribiendo para Marvel durante media década.
Invisible Kingdom es una space opera que nos cuenta, por un lado, la historia de la tripulación del Sundog, un carguero espacial bastante pequeño que trabaja tiempo completo para la corporación intergaláctica Lux y está comandado por la Capitana Grix, una obstinada mujer de muy pocas pulgas que no se deja atropellar por nadie y reacciona impulsivamente ante las crisis. Por el otro tenemos a Vess, una iniciada que se ha dirigido al monasterio de la Hermandad de la Severidad con la intención de convertirse en una monja más del mismo, aún cuando esa decisión ponga en jaque su raza, la cual desde hace décadas tiene problemas para reproducirse y comienza a transitar una espiral ascendente hacia la extinción. Para colmo, al poco tiempo que Vess logra ingresar al monasterio descubre la punta de lo que podría ser una intrincada conspiración que va a poner en jaque no sólo sus creencias sino también el balance que existe en el universo entre la religión y el feroz capitalismo carente de espiritualidad que promulga la corporación Lux. Y por supuesto, no pasará mucho tiempo hasta que los caminos de Vess y la tripulación del Sundog se crucen, para que se arme la verdadera fiesta de esta serie regular que tiene tantas reminiscencias a la Saga de Brian K. Vaughan como al film noventoso The Fifth Element, de Luc Besson.
Willow Wilson entiende que el verdadero carácter de una persona se revela cuando se enfrenta a probabilidades imposibles. La confrontación –un tema que ocupa la mayor parte del arco narrativo del comic-, aquí funciona como un catalizador dispuesto a mostrar el elenco de personajes que se presentan, ya que todos ellos se relacionan por y a través del choque. Los lectores pueden atestiguar la fuerza fría y el temple distante de la Capitana Grix, la lealtad de la tripulación y la inmensa fe incrustada en Vess, y todos y cada uno de ellos tienen sus momentos signados por el conflicto que los aúna.
Cada momento de acción es una oportunidad para que Wilson involucre al lector con los personajes en un nivel emocional como sólo ella sabe hacerlo. La trama intensa y estimulante es la capa superior de la narrativa, y por debajo la guionista define caracteres y construye relaciones. Como lector, la tarea imposible que enfrenta la tripulación del Sundog te deja sin aliento, te expone a una mezcla de sensaciones que inevitablemente desembocarán en una montaña rusa emocional, la cual cuando concluya te va a permitir volver a respirar y recuperar el aliento.
Sin embargo, ante mi sorpresa, aquí la verdadera estrella es el londinense Christian Ward, quienes algunos memoriosos recordarán por los Young Avengers de Kieron Gillen, la maxi-serie de Black Bolt con Saladin Ahmed en los guiones o el debut de Nathan Edmondson en Image, Olympus. Bueno, olvídense de sus trabajos previos: en Invisible Kingdom el amigo Ward alcanza nuevos niveles tanto en la narrativa y puesta en página como en la expresividad lograda gracias al color. Ver las paletas de Ward en acción te hace suponer que hasta ese momento nunca fuiste testigo del potencial del uso del color en la confección de climas y atmosferas en una historieta. Van pasando los números y uno cree que se acostumbra al despliegue de este artista pero no: su estilo elaborado y pictórico es un placer constante que desafía tu capacidad de asombro todo el tiempo. Captura el caos de la batalla tan fácilmente como la majestad de los viajes espaciales, y cada página está llena de imágenes coloridas apenas contenidas dentro de los límites de las viñetas. Los diseños de página de Ward son un digno reflejo del caos de una batalla espacial, y van de estructuras rígidas a páginas casi desprovistas de un soporte y un sostén con enorme naturalidad. Los límites desaparecen y las imágenes sangran por los bordes, y es ahí cuando el dibujo refleja el peligro de la situación y la experiencia traumática que enfrenta el pequeño grupo de forajidos.
Este primer arco de cinco números fue un viaje memorable por lo atractivo, repleto de obras de arte hermosas y cautivadoras. Y no me tiembla el pulso al señalar que Invisible Kingdom es un ejemplo perfecto de cómo contar una historia clásica de ciencia-ficción de una manera fresca y moderna, donde la trama, el dibujo y el diseño trabajan juntos para brindarle al lector una experiencia de lectura impresionante.
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