Como anticipé hace ya más de un año cuando en esta misma sección reseñé la nueva y refrescante Doom Patrol de Gerard Way y Nick Derington, los comics del sello editorial Young Animal seguramente terminarían transformándose en las series más interesantes de DC Comics. Dicho y hecho, hoy me toca recomendarles el tercer título dentro de este lugar que Comiqueando gentilmente me ha cedido.
Demás está aclarar que Shade, The Changing Girl no es un comic para cualquiera. Pero definitivamente es una grata invitación para todo aquel que esté en busca de algo distinto, algo singular, algo que recorra caminos enmarañados y escape al aburrimiento y ostracismo en el cual suelen caer decenas de series regulares del comic book mainstream. Cecil Castellucci entendió perfectamente el espíritu de la línea editorial dictada por Way: sin desatender la cronología previa del Shade creado por el genio de Steve Ditko (con guiones de Michael Fleisher que explicitan los plots del maestro) y luego retomado por Peter Milligan y Chris Bachalo, logra imponer su propia visión del personaje de manera respetuosa, por momentos osada y en extremo surrealista.
Resulta que, para los desmemoriados o ignorantes, existe un planeta llamado Meta en una dimensión paralela de la cual, hace años, un rebelde huyó hacia nuestro planeta tierra, no sin antes adueñarse de un saco denominado “chaleco-M”, también conocido como Chaleco-Miraco en honor a su inventor, el cual le otorgaba cierta protección en forma de un campo de fuerza y también le permitía proyectar cierto nivel de ilusiones. Cuando Milligan retoma el personaje nos enteramos que este individuo de nombre Rac Shade era una afamado poeta en su planeta de origen, y su misión en la tierra tenía que ver con buscar la forma de detener una invasión de “locura”. Su chaleco, por otro lado, escondía un poder enorme, y las ilusiones que proyectaba podían alterar la realidad.
Cuando nos introducimos en la historia de Shade, The Changing Girl nos enteramos de que existe un nuevo personaje en Meta llamado Loma que es admirador (¿o admiradora…?) del poeta Rac Shade, y a través de sus escrituras y enseñanzas puede que haya comenzado a agarrarle cierto cariño a ese primitivo planeta tierra en el cual el afamado artista pasó tantos años durante su exilio auto-impuesto. Así, con la colaboración y complicidad de un amigo-amante, logra robar de un museo el mismísimo chaleco-M y huye a la Tierra, con tan mala puntería que termina introduciéndose en el cuerpo de una adolescente llamada Megan Boyer que se encuentra en estado de coma producto de una sobredosis de drogas de laboratorio, o al menos eso nos sugiere Castellucci a medida que avanzan los números.
De aquí en adelante Loma deberá lidiar, por un lado, con la conjunción de las emociones a flor de piel que tiene una humana adolescente y cómo las mismas afectan sus acciones, en conjunción con el balance entre la cordura y la locura que cualquier Meta debería encontrar al utilizar el chaleco-M. No conforme con eso, deberá entender que cabe la posibilidad de que la travesura infantil que la llevó a robar el preciado chaleco y viajar a este mundo puede que se haya convertido en un viaje con un único boleto de ida. Como si esto no fuera suficiente, el pasado de Megan, la chica dueña del cuerpo que ahora Loma posee, la perseguirá por todos lados… y créanme cuando les digo que pocas veces un pasado te “condena” tanto como el de esta niña. Megan, cuando aún tenía su mente en completo funcionamiento, era una abusiva manipuladora hija de mil putas, capitana del equipo de nado de su colegio y objetivo del odio de absolutamente toda la institución. Incluso sus padres le tenían poco cariño producto del maltrato verbal que recibían de ella, o en el mejor de los casos la completa indiferencia.
A Loma no le queda otra que intentar por todos los medios revertir esa mirada que el resto de las personas depositan sobre ella, ya que a pesar de que lo que menos le importa en su existencia es tener que socializar con humanos, entiende que es imposible sobrellevar el día a día en este planeta si una cuota de diálogo con los que la rodean. Y por supuesto está el tema de sus propios sentimientos, la exploración de cada una de las cosas que va descubriendo de este mundo y que se amalgaman sin control con los sentimientos hormonales del cuerpo que está habitando, una combinación explosiva que podría poner en jaque toda la aventura en cualquier momento.
Castellucci encuentra la manera de transpolar los conceptos del realismo mágico de Vargas Llosa y García Marquez prácticamente en cada página del comic, y hacer convivir esas ideas y visiones con un personaje extremadamente extrovertido que se pasa gran parte del tiempo reflexionando incoherencias o intentando encontrarle la vuelta a ideas inconexas disparadas por las sensaciones que experimenta al ponerse en contacto con el nuevo entorno en contraposición con lo que había vivido hasta el momento en Meta. Todo esto con las constantes intervenciones de los retazos de recuerdos que cada tanto afloran de Megan y los sentimientos que acarrean. Este delirio surrealista jamás podría haber encontrado un buen puerto si no fuera por la destreza de una artista como la canadiense Marley Zarcone, que con sus trazos limpios y sencillos logra transmitir en todo momento esa atmósfera extraña e inquietante que no deja de resultar conmovedora y maravillosa.
De hecho, cabe la posibilidad de que al comienzo el arte de Zarcone no termine de cerrarles del todo, pero a medida que avanzan en la serie se van a dar cuenta lo acertado de la elección, sobre todo cuando descubran la muñeca que tiene para ciertas magníficas composiciones de páginas donde los límites de los espacios dispuestos para la narrativa se diluyen y confunden con personajes u objetos. El mejor ejemplo de la destreza de esta mujer es su ausencia: el nº 7 de esta colección está enteramente ilustrado por Marguerite Sauvage, dibujante conocida por haber puesto lápices a muchos números de la serie “DC Comics Bombshells”, y si bien su estilo es muy agradable al ojo y sus diseños de personajes son una delicia, la casi completa ausencia de surrealismo y descontrol en su puesta de página transforman este interludio en una aventura plana y mundana, no muy distinta a un comic de Archie, por ejemplo, y muy alejada de la línea estilística que la serie mostraba hasta el momento. Y es una lástima, porque justo ese número es importantísimo y marca un punto de quiebre en la vida de Loma/Megan.
Lo importante en Shade, The Changing Girl es que, como sucede muy pocas veces, el personaje que escribe Castellucci tiene un potencial enorme, y mientras dure la serie (toco madera) está claro que poco a poco va a ir explotando cada una de las facetas probables, recorriendo un sendero imposible de anticipar y entreteniendo a todo aquel que se anime a darle una oportunidad. En el mercado mainstream son pocas las oportunidades que tiene cualquier artista para dejar volar su imaginación lo más alto que pueda, prácticamente sin control alguno, desafiando incluso la lógica argumental que parece dictar la trama, y esta es una de ellas. Castellucci y Zarcone se han propuesto llevar adelante un comic difícil de etiquetar, incómodo, áspero y disruptivo, un producto visual que funcione casi como un ensayo de la locura, y por el momento lo están logrando.
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