Había en los ´90 una camada de artistas que seguían otras tendencias por fuera de lo que era percibido normalmente como el mainstream, pero que tenía sus propios espacios donde poder desarrollarse. Gente que creaba historias tanto fuera como dentro de los moldes de los superhéroes, pero por fuera de las dos grandes, y con enfoques tan diferentes y diversos que jamás los podríamos ver en el contexto de aquellas. Muchas veces incluso entrando al terreno de la sátira y el absurdo, de la estética retro, y las situaciones cotidianas en tono de sitcom. Había varios comics dentro de ese estilo, que presentaban distintas variaciones y enfoques según la visión de cada artista. Mike Allred hacía lo propio con Madman (del que ya hablé en una de mis primeras notas para ésta sección, allá por 2017), Ben Edlund con “The Tick”, Jim Valentino en “Normalman”, y Jay Stephens en su corta pero linda “Atomic City Tales”.
La idea básica en “Atomic City Tales” gira en torno a una de los típicos planteos que se suelen hacer en torno a personajes que son “demasiado poderosos”, los cuales, según un sector muy ruidoso y molesto de lectores y autores sin imaginación a los que yo siempre critico, tienden a ser aburridos porque pueden resolver cualquier conflicto con facilidad y sus historias carecen de emoción e interés.
En base a esto, Jay Stephens crea al personaje principal de este comic, Big Bang, llamado así porque en un momento de meditación, el personaje adquiere poderes provenientes de las energías del Big Bang. En lugar de tener un set definido de superpoderes, simplemente es omnipotente y tiene todos los poderes imaginables. Mas o menos el mismo chiste que “Captain Everything” en “Normalman” de Jim Valentino, pero presentado de otra forma. El resultado de la existencia de un personaje así llevó a que los demás superhéroes se quedaran sin nada para hacer, y en lugar de salir a patrullar, pasan el tiempo en la casa de Jay Stephens, quien se autoinserta como un personaje más, simplemente para pasar el rato. Además, Big Bang es lector de comics y le narra sus aventuras a Jay para que haga historietas sobre ellas, lo que establece una suerte de metatextualidad en la que los personajes interactúan con los creadores. Como lo que vimos en el nº 26 de Animal Man, cuando Buddy interactúa con Grant Morrison, pero en esta oportunidad, en tono humorístico y de forma cotidiana.
Una de las cosas que forman parte del encanto de las historias, es el hecho de que tanto los héroes como los villanos pasan el día haciendo cosas totalmente normales y mundanas, pero vestidos con los trajes, en lugar de usar ropa normal, como si estuvieran todo el tiempo en una fiesta de disfraces o un concurso de cosplay, mientras miran televisión y comen.
Aún en un comic como este, los héroes necesitan villanos, y los encontramos en un grupo llamado “M Gang”, liderado por Doc Phantom, un ser capaz de robar los poderes de otros, y que frecuentemente le roba poderes a Big Bang. Uno de los momentos más recordados es cuando Doc Phantom secuestra a Jay Stephens, porque -al igual que Big Bang- también es fan suyo, y quiere que cuente en sus historietas todo lo que ocurra en una fiesta de supervillanos que está organizando. Por supuesto, Big Bang se entera e intenta infiltrarse para rescatar a Jay. Le dan una paliza, a pesar de ser tan poderoso. Básicamente, ese sería el enfrentamiento más importante, ya que el resto de las peleas tienden a ser más mundanas, como cuando dos personajes se pelean por un lugar para estacionar, o en otra cuando hacen un concurso de mirar fijo (quien pestañea primero pierde, digamos). Son cosas que en el contexto de historias de superhéroes se sienten como situaciones muy de relleno, pero acá funcionan perfectamente, porque el comic se trata exactamente de eso.
Una de las cosas que levanta mucho la calidad de Atomic City Tales es el dibujo. Jay Stephens tiene un estilo tirando a retro, reminiscente en muchos casos a Mike Allred y Madman, con otros recursos, como el uso de pantallas para los grises, lo que le da mayor profundidad a las imágenes en blanco y negro.
De este comic se publicaron solo tres números entre 1994 y 1995 a través de la editorial “Black Eye” (una de las tantas editoriales de los ´90 que no duraron mucho, pero publicaba alguna que otra cosa interesante), y otros tres números más en 1996, a través Kitchen Sink, una editorial mucho más establecida. Lamentablemente no hubo más que esto, en parte porque Stephens eventualmente se alejó de los comics para dedicarse principalmente a la animación, un campo donde suelen pagarle mucho mejor a los artistas. Previo a eso, Stephens solía ser mas o menos prolífico como historietista, y llegó a tener una buena producción antes de retirarse del comic.
Kitchen Sink publicó en 1997 un TPB que recopiló todo lo que formaría el primer volumen, es decir lo de Black Eye. Posteriormente, Oni Press publicó dos TPBs: el primero recopila una vez más el material de Black Eye, y el segundo incluye los números aparecidos en Kitchen Sink.
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