Hay veces en las que lo más parecido a levitar lo encuentro leyendo un comic. Con frecuencia me sucede comenzar una historia con cierto desinterés o no con toda la atención que debería haberle puesto de entrada, y promediando el final me doy cuenta de que tengo en mis manos una auténtica obra de arte que me trasciende, que está ahí y que seguirá estando luego de mi muerte.
El último de estos fenómenos me sucedió con la relectura de Sandman, de Neil Gaiman. Me pasó algo extraño con esa colección: la primera vez que la leí, me gustó mucho. Volví a leerla años después y me gustó aún más, pero extrañamente no le asigné un lugar junto a mi colección de cómics, sino que la guardé entre los libros de literatura. Por alguna razón, la creía más cerca de esta rama del arte que de la primera, e inconscientemente quizá supe que su lugar no estaba en la vecindad de títulos de Batman y Superman (los cuales consumo y adoro, pero que no dejan de ser otra cosa).
Hoy, mientras voy (de nuevo) promediando el final, acabo de leer “Ramadan”, donde se cuenta la historia de Harun-Al-Rashid y de cómo logró que su ciudad de sueños, proezas y maravillas adquiriese su carácter de eternidad. Y mientras llegaba al final, comencé a sentir eso que uno siente cuando se da cuenta de que uno, como ser, es de alguna manera inferior a eso que tiene en las manos. Que esa historia es perfecta, trascendente, emocionante, bellísima e inteligente, y que de la misma forma que se comunica y conecta conmigo, lo hace y hará con miles de otras almas que irán en su busca y que saldrán de ese encuentro más iluminadas y brillantes.
Si tenía hambre al comenzar la lectura, dejaré de tenerla; si sentía angustia, o ansiedad, o tristeza, o inquietud por algo, todo quedará difuminado y sepultado tras ese nuevo sentimiento de admiración y gratitud simultáneas. Víctor Hugo solía decir que el hombre es el único pájaro que lleva su jaula a cuestas, y cuando leo cosas de esta categoría no puedo dejar de sentir algo así. El cómo un estado del alma puede ser alcanzado a través de una historia: parece algo tan sencillo, tan básico, pero que no lo es.
Y no solo me sucede esto con Gaiman, sino también leyendo a Moore, a Morrison, a cualquiera de los que han alcanzado la categoría de Genio, y que llegan a serlo justamente porque logran generar tanto, tan enorme nivel de placer y expansión y conexión con el mundo.
En mi vida he necesitado muchas veces la ayuda del arte para salir de pozos existenciales que no podían ser escalados más que por la palabra escrita, o en este caso, también por las formas dibujadas. Personajes que, por la excelencia de su construcción, se vuelven tan o más reales que cualquier persona “viviente” que tengamos la suerte de conocer; y cuyo “realismo” no se basa en la diégesis en la cual se mueve, sino en la caracterización básica de su ser intrínseco. Ejemplo: Promethea. Un personaje conectado con la Imaginación como fuerza inicial, con la magia, la mitología, con el reino inmaterial del pensamiento y del alma y que, sin embargo, no por eso deja de ser tan real como logre serlo.
Asterios Polyp, Dorothy Spinner, Rorschach, Juan Salvo, son todos personajes que se desenvuelven en un mundo de ficción y que de alguna manera me hablan más claro y los entiendo más que a mucha gente que habita mi mundo material.
Pero no me quiero alejar de lo que motivó mi deseo de escribir algo: esa sensación de sentirse inferior y superior a la vez; de caminar sobre el agua; de saberse desconocido y destacado a la vez; de sentirse caminante lunar; de saber cómo volar y de guardar el secreto.
Quizás lo que tengamos sea algún tipo de adicción. Tal vez no queramos admitirlo, o lo minimicemos, pero lo cierto es que la mayoría de nosotros se volvería loco si, de un día para el otro, nos quedáramos sin el arte (o sin un tipo de arte).
¿Por qué nos queremos matar cuando vamos en el tren o en el bondi y nos damos cuenta de que nos olvidamos ese comic que queríamos leer en el viaje? ¿Por qué nos queremos matar cuando nos enteramos de que tal o cual historia se publicará finalmente dentro de tres meses? ¿Por qué nos pasa a veces que estando fuera, en algún tipo de reunión social, sentimos casi que extrañamos nuestra biblioteca?
Y yo creo que es por eso, es decir: el arte (en mi caso), y más específicamente el arte en forma de historieta, es una adicción. Es algo sin lo que, creo, ya no podría vivir. Si bien estoy felizmente casado y cuento con una familia más que envidiable, el específico lugar en mi alma que solamente puede ser llenado por una historieta está ahí y estará hasta el día en que mi propia historia llegue a su fatídico e inevitable “THE END”.
Y mientras reflexiono todo esto y me tomo el trabajo de transcribirlo en estos pobres símbolos, vuelvo a sentir las ganas de acabar de una vez y continuar la historia que abandoné hace unos minutos. Y vuelvo a pensar en Sandman y en Neil Gaiman, en su enorme riqueza, inteligencia, sutileza y maravillosa construcción de un ser que se encamina a su irremediable e inevitable fin. A ese fin que nos espera a todos y cuya anticipación se mitiga solamente de dos maneras: creyendo en una trascendencia más allá de toda racionalidad o explicación, o teniendo una vida plena que no nos dejará nada por vivir o sentir. Quizás, en este caso también, ambas opciones sean la misma.


